
MALVINAS: UNA GUERRA SUICIDA
El sacrificio de jóvenes y la manipulación de una dictadura
Hoy, 2 de abril, se cumplen 43 años del inicio de la Guerra de Malvinas, un conflicto que dejó una marca imborrable en la historia argentina.
La decisión de enfrentar militarmente al Reino Unido en 1982 fue, en retrospectiva, una locura suicida, impulsada por un gobierno militar desesperado por legitimarse en el poder. Las Fuerzas Armadas argentinas, especialmente el Ejército, enviaron al frente a miles de jóvenes inexpertos, muchos de ellos conscriptos, sin la formación adecuada ni los recursos necesarios para resistir a una de las flotas más poderosas del mundo. Pareciera que la dictadura argentina se ensañaba con los jóvenes: primero fueron aquellos que pensaban «distinto», víctimas del terrorismo de Estado, y luego fueron los soldados, enviados a una guerra para la que no estaban preparados.
El contexto en el que se desató la guerra era crítico tanto para Argentina como para el Reino Unido. En nuestro país, la dictadura cívico-militar encabezada por Leopoldo Fortunato Galtieri atravesaba una crisis social y económica profunda, con crecientes protestas y el repudio de la sociedad. El régimen necesitaba un golpe de efecto para perpetuarse en el poder, y creyó encontrar en la recuperación de las islas un camino hacia la unidad nacional. Sin embargo, esta decisión no solo fue errada desde lo estratégico, sino que resultó en un desastre humanitario.
La disparidad de fuerzas era abrumadora. La flota británica era tecnológicamente superior, con un poderío bélico incomparable al de Argentina. La Armada Argentina, aunque poseía algunas unidades modernas, no tenía la capacidad para sostener un enfrentamiento prolongado con una potencia mundial. A esto se sumaba la inexperiencia de los soldados argentinos: muchos de ellos no solo desconocían las tácticas de combate, sino que jamás habían visto el mar o experimentado las temperaturas gélidas del Atlántico Sur. El hambre, el frío extremo y la falta de equipamiento adecuado se convirtieron en enemigos tan temibles como el ejército británico.
Por otro lado, la dirigencia militar argentina cometió un error de cálculo imperdonable al suponer que Estados Unidos apoyaría la causa nacional. En plena Guerra Fría, Washington no podía darse el lujo de enemistarse con su aliado británico. La OTAN respaldó a Reino Unido, y Argentina quedó completamente aislada en el plano internacional. La ilusión de una mediación estadounidense fue rápidamente destruida cuando Ronald Reagan apoyó explícitamente a Margaret Thatcher, brindándole asistencia logística y de inteligencia clave para el desarrollo del conflicto. Sin embargo, en medio de este aislamiento, la solidaridad del pueblo peruano fue un gesto invaluable para Argentina. El gobierno de Perú, bajo el mando de Fernando Belaúnde Terry, ofreció apoyo logístico y envió armamento a Argentina, incluso poniendo a disposición aviones Mirage y misiles Exocet. Esta ayuda, aunque insuficiente para cambiar el curso de la guerra, demostró que aún en los momentos más oscuros, la hermandad latinoamericana podía trascender fronteras y gobiernos.
El saldo de la guerra fue devastador: 649 soldados argentinos murieron en combate, y muchos más cayeron en el abandono y la desidia tras el regreso al continente. Los excombatientes, que fueron recibidos con indiferencia y olvido, arrastraron las heridas físicas y psicológicas de una guerra que nunca debió haber ocurrido.
Malvinas sigue siendo una herida abierta en la memoria colectiva argentina. La guerra no solo fue un sacrificio innecesario de jóvenes patriotas, sino también la evidencia más cruda de cómo una dictadura criminal utilizó el nacionalismo como una herramienta de manipulación. A 43 años de aquel 2 de abril de 1982, el mejor homenaje a los caídos es recordar la historia con la verdad y evitar que el fanatismo vuelva a empujar a nuestro país hacia un abismo sin sentido. Sin embargo, Argentina nunca dejará de seguir reclamando por la vía diplomática al gobierno colonialista inglés su legítimo derecho a las islas, las que fueron, son y serán argentinas.
“La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia y la soberanía no se entrega”.
FUENTE: José “Pepe” Armaleo: Militante, Abogado, Magister en Derechos Humanos, integrante del Centro de Estudios de la realidad política y social Argentina Arturo Sampay, Zona Norte.