Los mil días de Macri conducen a la Argentina del 2001
Por Maximiliano Borches. El pibe sólo tenía 13 años. Ya no va a sentir más hambre. Ya no va a sentir más nada. Se llamaba Ismael Ramírez y vivía en el barrio «Obrero» de Sáenz Peña, Chaco. Víctima fatal de las políticas económicas que aplica la segunda Alianza gobernante: la Alianza Cambiemos, murió a causa de un balazo en el pecho en momentos que una pueblada comenzaba a levantarse para pedir comida. Una imagen que los argentinos vimos por última vez en diciembre del 2001. A mil días de haber asumido el gobierno, el empresario-presidente Mauricio Macri abrió las puertas del infierno en Argentina.
A pocas horas de que el representante del Poder Ejecutivo, Mauricio Macri, se viera forzado a admitir que «con esta devaluación la pobreza va a aumentar», como consecuencia del desmanejo económico y la desgobernabilidad que lleva adelante, donde la única acción política es el ajuste, y luego -además- de que la diputada nacional por la Coalición Cívica en Cambiemos, Lilita Carrió, afirmara con total desfachatez que: «Yo me divierto porque las crisis me generan adrenalina», Ismael Ramírez, un pibe de tan solo 13 años que vivía en el barrio «Obrero» de Sáenz Peña, Chaco, moría de un balazo de arma de fuego en el pecho, en momentos que una pueblada comenzaba a alzarse para pedir comida, porque ya no alcanza con lo que se tiene. Si se tiene.
Por estas horas no van a faltar los malnacidos, la lacra de la ciudadanía argentina, como tampoco los tibios que se convierten en «progresistas» cuando ven afectados sus pobres intereses y que derraman en la sociedad su bilis de un tilingo odio racista, que ya habrán pensado -o en algunos casos- dicho, que el pibe Ismael Ramírez de 13 años, era un «faloperito», «un chorrito», un «cabecita negra lleno de odio y rencor». A esos sectores los espanta verse en el espejo de la Argentina real.
El peligroso odio y desprecio inoculado en la sociedad argentina por el aparato propagandístico de la Alianza Cambiemos -que incluye al Grupo Clarín, el diario La Nación y sus satélites repetidores- potencia el racismo siempre presente de las clases medias urbanas, que se espantan tan sólo de pensar que pueden volver a su verdadero origen de clase, en muchos casos, y apelan a la mano dura y la represión como «salida» para mantenerse «a salvo» con sus fantasías de estatus.
Luego de la criminal represión ordenada por el presidente radical Fernando De La Rúa, el 20 de diciembre del 2001, donde 36 argentinos fueron asesinados por la Policía, los tibios convertidos en «progresistas» porque les habían confiscado sus ahorros, coreaban en las plazas del país: «Piquete y cacerola, la lucha es una sola». En momentos previos a sufrir el robo de sus ahorros por el sistema que ellos mismos defienden, esos mismos sectores pedían a gritos que las fuerzas federales de Seguridad desalojaran los cortes de rutas y piquetes que se multiplicaban en todo el país, producto de una crisis muy similar a la que estamos atravesando en el presente.
No se trata de que la historia se repite, eso no sucede. La historia no es leída con la atención merecida, y los gobiernos populares -cuando les toca gobernar- no saben transmitirla. Sólo presentan semblantes llorones de hechos épicos, que emocionan a muy pocos y pasan desapercibidos para las mayorías. Esta es una de las tareas a tener en cuenta, en momentos que comience otro ciclo de gobiernos populares en nuestro país y nuestra región.
Ahora, lo que nos convoca es la muerte del pibe Ismael Ramirez, de 13 años, que más allá de discutir como llegó a las inmediaciones del supermercado al que cientos de vecinos de los barrios «Obrero» y «Juan Perón», conocido este último también como «713 viviendas», fue asesinado de un balazo en el pecho, en momentos que la policía comenzaba a reprimir las acciones que produce el hambre y la falta de futuro en las poblaciones más postergadas. Esas mismas que fueran incluidas en el ciclo de gobiernos peronistas que comenzó en 2001 y finalizó en 2015.
