«Lo peor no pasó; por las dudas, no insistan»

«Que Dujovne confiese, rememorando al ex ministro Pugliese, que sólo le queda su voluntad para luchar contra el flagelo inflacionario, equivale a un certificado de impotencia. Paso a paso, el gobierno fue construyendo un escenario que, por las situaciones fiscales, monetarias y cambiarias, rememora a los de 1989 y de 2001».
En un artículo escrito para BAE NEGOCIOS, Guillermo Moreno, Norberto Itzcovich y Claudio Comari analizaron el discurso de Mauricio Macri en la apertura de sesiones ordinarias del Congreso Nacional. A continuación les ofrecemos un extracto de la nota.
Aunque desde nuestro antagonismo hacia las políticas económicas del Gobierno pudiera parecer paradojal esta afirmación, el mensaje presidencial a la Asamblea Legislativa fue un momento tranquilizador a nuestros oídos.
No es que creamos en su frase hecha «lo peor ya pasó», o que no hayamos reparado en las inexactitudes y falacias contenidas, sino que, en la ausencia de anuncios sustantivos en materia económica, radica lo central del discurso del Presidente.
Dos meses atrás señalábamos que «el Gobierno debiera resignarse a su fracaso y dedicarse con meticulosidad a administrar, de la mejor manera posible, el tiempo que le resta hasta alcanzar la meta». El Presidente de la Nación pareciera haberlo comprendido.
Se suman más espadas de Damocles
Poco a poco, los diagnósticos y pronósticos que hemos desgranado en estas páginas se van cumpliendo, componiendo un irreversible cuadro de creciente complejidad.
En la economía real, los componentes de la demanda agregada continúan deteriorándose:
► el consumo continúa su pendiente negativa, provocada por el propio gobierno a partir del incremento del precio de los alimentos y otros gastos esenciales como tarifas, agudizado con que alcanzó su límite el endeudamiento de particulares,
► la inversión privada permanecerá retraída mientras las perspectivas de ventas, internas y/o externas, no insinúen rentabilidad razonable,
► la inversión pública no puede seguir aumentando sin elevar aún más el nivel explosivo del déficit fiscal, y las exportaciones enfrentan los problemas de competitividad que arrastra nuestra economía.
De ello se desprende un panorama aún más desfavorable que el que ya se preveía, incrementando los abultados déficits comercial y de la cuenta corriente de la balanza de pagos; por lo mismo, aumenta la necesidad de ingreso de divisas a través de préstamos, tanto como las presiones sobre el tipo de cambio.
Las restricciones que la economía norteamericana impone a sus competidores no sólo afectan las posibilidades de ventas directas, sino que someterán a nuestros productores a la competencia con mercancías que deberán buscar nuevos destinos.
Vanas serían las esperanzas de quienes anhelen que esto se revierta. La respuesta de Trump a las airadas protestas fue «las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar». Las amenazas de retaliación que profieren los países afectados no tienen posibilidad alguna de materialización, debido a la desproporción entre las economías contrincantes.
Asimismo, la importancia de los EE.UU. en la tutela militar de Europa, impide imaginar cualquier escenario que derive en la prescindencia de la superpotencia.
Un infeliz intento de «jugada maestra»
La inconsistencia macroeconómica que subyace al corriente esquema impide que el actual derrotero nos lleve a buen puerto. Los golpes auto infringidos y los que los mercados internacionales propinan, agravan el panorama.
Que Dujovne confiese, rememorando al ex ministro Pugliese, que sólo le queda su voluntad para luchar contra el flagelo inflacionario, equivale a un certificado de impotencia. Lo mismo cabe en cuanto al ministro que, emulando las «chicanas» a un dirigente sindical, rotula de «llorones» a los empresarios, sin entender que la ausencia de inversiones no responde a «falta de ganas», sino a la imposibilidad de obtener rentabilidades adecuadas.
Tanto uno como el otro confirman la ignorancia de las dinámicas de las materias que les competen, pero lo más grave es que así conspiran contra el razonable objetivo de «no hacer olas» en un contexto que se presenta inclemente.
La consigna es evitar el colapso
Paso a paso, el gobierno fue construyendo un escenario que, por las situaciones fiscales, monetarias y cambiarias, rememora a los de 1989 y de 2001.
Retomando la cuestión del discurso presidencial, no es la primera vez que se sostiene que «lo peor ya pasó», sugiriendo (una vez más) que todo futuro será mejor.
Atento a lo que se puede esperar de este equipo gobernante, tanto en relación a sus objetivos como en su pericia para alcanzarlos, nosotros nos conformaríamos con que se evite el colapso que podrían provocar los «planes salvadores», y que así, por lo tanto, «no pase lo peor».
Conducirse con serenidad en la inclemencia, es la demanda de la hora.





