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LAS MABELES, LA CONSTRUCCIÓN DE OPINIÓN PÚBLICA Y EL ODIO TELEDIRIGIDO

Curioso es que ahora, un verdadero crimen las tiene como protagonistas.

«Equipo Republicano» es un grupo mayoritariamente de mujeres de más de cincuenta años liderado por una peruana licenciada en sicología: Aura Marina Ríos Flores.

La secunda un contubernio de señoras y algún que otro varón que se aunaron en 2012 a través de Facebook para ese primer cacerolazo en Plaza de Mayo contra el gobierno de Cristina Kirchner y como producto claro y consecuencia evidente de la instalación de «Opinión Pública», ese concepto construído por medios y mediadores. Luego, el suicidio de Nisman les dio un nuevo empuje, un sello, banderas y manifestaciones pidiendo justicia por lo que consideraron un crimen. Curioso es que ahora, un verdadero crimen las tiene como protagonistas.

En crónicas anteriores hablamos de ellas, las mujeres conocidas como «Las Mabeles», bautizadas así por Jonathan Morel, líder de Revolución Federal. La realidad es que conforman un grupo registrado como «Equipo Republicano», la organización más antigua de todas las que integran el conglomerado de personas y personajes que -agrupadas en células en nuestra investigación- tienen relación directa o indirecta con el crimen perpetrado contra la vicepresidenta de la Nación.

También comentamos en las entregas precedentes -y es importante tener presente ese mojón temporal- cómo diversos personajes que circulan por estas páginas y que confluyeron en el intento de magnicidio, tuvieron una primera participación activa y mediática en el cacerolazo del 8 de noviembre de 2012 contra el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, por entonces presidenta.

Ese cacerolazo, organizado entre otros por Yamil Santoro Luciano Bugallo, Maximiliano Mai y Álvaro Zicarelli lejos estuvo de ser espontáneo, sin organización y financiación previas. Desde un tiempo antes había empezado a agitarse descontento desde la por entonces red social mayoritaria: facebook. Desde las páginas creadas por Bugallo, «El Antik» y «El Cipayo», en donde publicaban diatribas contra el gobierno desde Carlos Maslatón hasta Patricia Bullrich, se imponía la construcción de un sentido común y de una opinión pública pretendidamente mayoritaria, la de sostener que el gobierno era esencialmente corrupto, que expoliaba al pueblo con impuestos y que sus líderes eran ladrones y criminales.

Así como cuando hablamos de los integrantes del «Ministerio del Odio» (ver crónicas anteriores) hicimos mención a Álvaro Zicarelli, su rol en el cacerolazo y su devenir político público posterior hasta llegar a ser mano derecha de Javier Milei y estar lateralmente involucrado con el intento de magnicidio; haremos una breve digresión para contar acerca de Santoro, Mai y Bugallo quienes a posteriori de 2012, cuando salieron a la luz pública, tuvieron roles relevantes en la política partidaria de derecha en todas sus variantes.

Yamil Santoro, quien hoy se presenta como abogado, empresario y docente, no desestima tampoco decir abiertamente en su perfil de LinkedIn que es » becario de la Fundación Universitaria del Río de la Plata (FURP), del Departamento de Estado de los Estados Unidos y de la Fundación Naumann. Amo pensar los desafíos de la Administración Pública del Siglo XXI y sobre cómo podemos lograr gobiernos al servicio de la gente y no de los gobernantes.» (sic) Este denunciador serial que así como se mostró en calzoncillos al lado de Patricia Bullrich y la fallecida vedette Natacha Jaitt para explicitar que «el gobierno, con sus impuestos, lo dejaban en bolas» tuvo vinculos con buena parte de los referentes políticos de derecha o liberales: desde Carlos Maslatón hasta Lopez Murphy, para terminar en estas elecciones últimas como armador político de Roberto García Moritán.

No miente, Santoro, cuando dice que depende del Departamento de Estado de los Estados Unidos y uno debería preguntarse si es ético que alguien subsidiado por un gobierno extranjero puede tener roles politicos electivos en uno local, puesto que además de ser coequiper de Moritán es Director General del Consejo de Planeamiento Estratégico del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Pero volvamos a ese 2012. En abril de ese año, siete meses antes de la congregación masiva en Plaza de Mayo, Santoro, junto a Mai y Bugallo, volaron a San Pablo, en Brasil, con todos los gastos pagos por la American Task Force Argentina (ATFA), una ONG neoliberal dedicada a operar en favor de los especuladores que litigan contra el país, más conocidos como «fondos buitre» quienes, 72 horas antes, habían rechazado el canje de deuda ofrecido por Argentina. ¿Por qué el interés de esos fondos por la presencia de tres ignotos y jóvenes blogueros argentinos?

 

 

Maximiliano Mai, un licenciado en comercio exterior que tiene participación societaria en por lo menos tres empresas de importación y exportación, saltó a la fama mediática por ser quien intentó colgar una bandera del balcón de la Casa Rosada con la inscripción «Argentina sin K». Lo mismo hizo en Mar del Plata, cuando fue el acto de arribo de la Fragata Libertad, luego de ser retenida en Ghana por un embargo de, precisamente, los fondos buitre que lo invitaron a Brasil.

Luciano Bugallo, por entonces productor agropecuario, era el responsable de las páginas de Facebook desde donde se promovió y divulgó la invitación al cacerolazo conocido como 8N, del 8 de noviembre de 2012, y de algunos menos masivos pero también en todo el país, en fechas posteriores. Bugallo fue, luego, diputado por la provincia de Buenos Aires por el PRO y esposo de otra diputada del mismo partido. Posteriormente, ya separado, formó pareja con una funcionaria del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que los días previos y los posteriores al intento de asesinato a Cristina, estuvo haciendo relevamientos en la esquina de Juncal y Uruguay como funcionaria de Parques y Paseos.

Pensar, entonces, que ese primer cacerolazo fue espontáneo, cuando vemos que sus organizadores tuvieron y tienen vinculos absolutamente directos con el Departamento de Estado de los Estados Unidos y con los fondos buitre, sería profundamente inocente. Pero además, hay algo fundamental en lo que debemos poner el foco: en la construcción de opinión pública y sentido común, y en los medios y mediadores usados para tal fin.

Los jóvenes, las familias, los señores y las señoras que ese 8 de noviembre tomaron una cacerola para ir a golpearla a una Plaza de Mayo que hasta entonces les era ajena (porque la plaza siempre fue de los obreros, de los peronistas, de las Madres y de las Abuelas pero hasta entonces de ninguna señora de Recoleta ni de ningún señor de San Isidro) lo hicieron porque más allá de historias personales y pensamiento propio construído en base a ellas y a su formación, fueron permeables a años, meses y días de bombardeo mediático organizado y dirigido en función de intereses que en muchos casos, les eran totalmente ajenos a su clase y condición. El «sentido común» es una construcción social, mediática y política y lejos está de ser uniforme: el sentido común de un tucumano es absolutamente diferente al de un pakistaní y el de este al de un moscovita. La «opinión pública» corre por los mismos andariveles, no solo no es homogénea sino que es producto de medios y mediadores.

 

Y acá tallan, entonces, esos constructores: los influencers, los periodistas, los operadores, los que responden a premisas como, por ejemplo, las impartidas a Santoro, Bugallo y Mai en San Pablo, que luego derivaron en blogs y páginas que a su vez generaron que la gente acuda a un llamado cacerolero.

Eso fue claro en ese 2012, y más aún diez años después, cuando aparecieron otros «influencers»: el Ministerio del Odio, Revolución Federal, Equipo Republicano y todos sus satélites políticos y mediáticos de agite y difusión de un descontento plagado de horcas, teas, escraches que culminaron con un arma a centímetros de la sien de la vicepresidenta. Nada de eso hubiese sido posible si no hubiera habido una decisión política de agite, una financiación para ese fin, y medios y mediadores dispuestos a instalar el mensaje en forma de sentimiento límbico (porque esto vale aclarar: siempre el discurso apela a los sentimientos más básicos, el miedo, el odio, la autoprotección, el cuidado de la cría) direccionado a un blanco fijo, en este caso y como en muchas otras ocasiones, el peronismo o el kirchnerismo.

En 2012 la televisión y la radio tenían mucho más peso que ahora, puesto que no había tanta profusión de ofertas virtuales. Desde sintonías radiales y canales de aire y cable, la constante era -salvo excepciones en la televisión pública, totalmente denostadas- pegarle al gobierno «populista». Facebook seguía el discurso, con la facilidad de que si la radio y la televisión tienen una difusión verticalista (emisor-receptor), las redes sociales horizontalizan el discurso: la opinión de Mabel tiene el mismo peso que la de un reconocido mediático. Y ahí aparecieron acción «Las Mabeles», como diez años después las bautizó Jonathan Morel.

«Las Mabeles» es un grupo de mujeres que están en la medianía de la vida, muchas de ellas jubiladas en el ejercicio de la docencia, o como amas de casa, otras por invalidez. Algunas con oficios que van desde la pastelería hasta la peluquería, pasando por terapias alternativas o el yoga. Algunas viven en la ciudad de Buenos Aires, muchas otras en diversos puntos del conurbano bonaerense. Algo las nucleó: el odio a Cristina. Ese odio que fue macerando a fuerza de televisión en horas de ocio, de radio como compañía en las labores, de difusión en el almacén y la panadería o en el curso de porcelana fría y que se impuso como verdad revelada por «los que saben» por sobre lo empírico y tangible en esas vidas comunes: la jubilación para amas de casa a la que muchas de ellas accedieron, la cloaca, la netbook impensanda en otro tiempo para hijos o nietos, poder ir de vacaciones o cenar en un restorancito con el marido.

Sentir odio y fundamentarlo en un supuesto pensamiento político hizo que muchas y muchos sintieran que por fin pertenecían a un colectivo que en otro momento los hubiera relegado: el del patriciado argentino, el terrateniente, el banquero y el empresariado y las figuras de las revistas. Si esa gente pensaba de tal modo, es bueno y vale, y mejor aún pertenecer, sobre todo cuando no se tiene noción básica de conciencia de clase. Pero si además ese odio está dirigido a una mujer inteligente, bonita, que tiene una actitud sensual que la distingue por sobre otras mujeres de la política, que tuvieron que masculinizarse para integrar un corpus político hegemónicamente masculino; una mujer a la que el marido podría codiciar y con la que una siente que difícilmente pueda competir, y si encima todo nos dice que es odiable, entonces odiémosla. Que sea blanco de frustraciones y enojos personales disfrazados de pensamiento político. Esa mujer, que hizo mucho por visibilizar a otras mujeres ignoradas, era el blanco fijo de un enorme conglomerado femenino que lejos de verla como a un par, con medios y mediadores haciendo su función, lograron verla como a una enemiga que si no se la ve, si no existe, si no es, si se esfuma, mejor. «Muerto el perro se acabó la rabia» dice el refrán. «Muerta la yegua se terminó el peligro que limbicamente tanto nos asusta», podría decir cualquiera de las mujeres de, por caso, Equipo Republicano.

«Equipo Republicano» aparece con sello y personería a posteriori de ese cacerolazo que unió a una y otra. Se organizaron, empezaron a participar, se sintieron parte, fueron visibles más allá de su vida doméstica. La presidenta de la agrupación se llama Aura Marina Ríos Flores, es una licenciada en psicología de origen peruano, soltera, sin hijos, de alrededor de sesenta y cinco años. Amiga del maquillaje profuso, de profundos ojos oscuros, en su juventud debe haber sido de una belleza cautivante; hoy, con algunos kilos de más y peinando canas, sigue siendo una mujer atrapante de evidente personalidad que se impone. La secunda Luz Lasala, casi como su contracara. Luz es una madre sola de unos cincuenta años, jubilada por discapacidad, con un sobrepeso ostensible que le dificulta la movilidad, y con un rostro que conmueve porque parece surcado por una acumulación de desdichas, aunque todo esto es puro prejuicio de esta cronista, claro está. Junto a ellas y conformando una tríada directiva, Mónica Di Genaro, una ama de casa jubilada especialista en modelado de porcelana fría y decoración de tortas, chispeante y participativa, que no ahorra en carteles en cuanta marcha participe donde se lee, por ejemplo: «Van a correr en culo» con el logo del peronismo. Una finesse de señora pícara si no fuera algo profundamente amenazante y violento.

 

 

En enero de 2015 tuvieron una gran ocasión para mostrarse y organizar la protesta manifestante: el suicidio del fiscal Nisman. Con el suceso, que ellas consideraron un crimen, lograron un espacio de participación no solo en las manifestaciones de cierto sector político y judicial que afirmaba sin pruebas que Nisman había sido asesinado, sino que lo tomaron como causa propia. La hasta entonces intervención a la bartola en cacerolazos cobró forma: cartelería plotteada, pasacalles, megáfonos, micrófonos y hasta equipo de sonido, banderas, remeras y una combi para trasladar todo el equipamiento pasó a ser parte del inventario de «Equipo Republicano». ¿Como estas señoras de clase media y baja, jubiladas en su mayoría, pudieron adquirir todo eso? ¿Y como de ahí pasaron a financiar viajes a diferentes provincias como en 2021 y 2022, mostrándose durante un mes de gira por Formosa, Chaco, Tucumán, Santiago del Estero y San Luis? ¿Cómo lograron fundar sedes en diferentes ciudades de la provincia de Buenos Aires? Un enigma fácil de resolver intuitivamente cuando se ve, en las redes de la agrupación, centenares de fotos con Patricia Bullrich, a quien le hicieron campaña desembozadamente hasta la derrota de octubre de 2023 para luego y alianza mediante, promocionar a Milei como presidente.

Desde enero de 2015 hasta ahora, son las encargadas de todas las manifestaciones pidiendo justicia por Nisman pero, también, las de apoyo a la Corte Suprema, el acompañamiento a iniciativas de Waldo Wolff o Patricia Bullrich incluyendo actos de campaña, el apoyo al asesino Chocobar en la puerta de Tribunales.

En 2021 y 2022 participaron activamente de todas las manifestaciones de «Revolución Federal», con un apoyo explícito en sus redes sociales. Así fue como se las vio junto a la horca pidiendo pena de muerte para Cristina; con los carteles de «presos, muertos o exiliados» en referencia a todos los adherentes al kirchnerismo; con el famoso «Van a correr en culo», con antorchas en Casa Rosada. Pero no conformes con eso, participaron también de los escraches a figuras políticas.

Así es como se las ve a las antes mencionadas y a varias más de la misma agrupación que incluye a dos mujeres más que mencionamos en crónicas pasadas y que volverán a estas páginas: Sabrina Basile y Cristina Luján Romero. La primera presa durante un mes junto a Morel, Sosa y Guerra de «Revolución Federal» por su posible participación en el malogrado magnicidio; la segunda, no solo primera figura en los escraches, como contamos, sino amiga personal de Ximena de Tezanos Pinto, la famosa vecina de Cristina quien también participó de numerosas manifestaciones de Equipo Republicano, específicamente las que tenían que ver con el pedido de inocencia al criminal policía Chocobar (el mismo que felicitó Patricia Bullrich y a quien Mauricio Macri recibió en Casa Rosada para felicitar haberle disparado a una persona por la espalda).

Lejos de ser unas «mabeles» inofensivas, estas mujeres fueron escalando en lo que en principio fueron simples manifestaciones callejeras para pasar a actos violentos como los escraches o estar severamente involucradas en el intento de crimen: los días previos a esa fatídica noche del 1 de septiembre estuvieron en la esquina de Juncal y Uruguay mostrandose como manifestantes a favor de Cristina, posiblemente haciendo inteligencia -en videos propios y ajenos se ve durante días a Ernesto Anzoátegui, el único varón de Equipo Republicano, incluso filmándose al lado de Juan Grabois-. Hay profusión de fotos de ellas en el departamento de Ximena de Tezanos Pinto o viajando con ella a actos en otros puntos del país para acompañar a Patricia Bullrich. La interacción de Equipo Republicano con algunos de los integrantes del «Ministerio del Odio» también es clara y pública, del mismo modo que con algunos grupos territoriales del armado político de Patricia Bullrich llamados «Bullrichmanía».

Equipo Republicano y Revolución Federal actuaron tan en sintonía que cuando unos cayeron presos, las mabeles reclamaron airadamente por la libertad de los detenidos, no solo en redes sino con actos en la puerta de Tribunales. La identificación entre unos y otros es explícita, y si bien los de Revolución Federal son absolutamente visibles para la opinión pública, desdeñar el poder en las sombras de las mujeres de Equipo Republicano es negar un aceitado canal de inteligencia y financiación posible.

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