
La fragmentación en el Congreso, primer obstáculo para Bolsonaro
A diferencia de lo que sucede en nuestro país, donde el oficialismo impone su voluntad en ámbas cámaras con la sola complicidad de un puñado de legisladores del llamado “peronismo no kirchnerista”, la enorme dispersión de fuerzas en el Congreso brasileño podría resultar un factor que suavice las políticas de Bolsonaro.
Por Claudio Siniscalco
Como ocurre siempre después de las derrotas dolorosas, el shock de esos primeros días en los que todo parecía perdido dio paso a la necesidad de empezar a ver el vaso medio lleno. La realidad es contundente: un ex militar, liberal y fascista, asumirá la presidencia de Brasil el 1 de enero. Pero no es menos cierto que si se propone gobernar en contra de los trabajadores, de los campesinos, de los negros, de las mujeres, de parte de la clase media, de los sindicatos, de los intelectuales, de las minorías y de la izquierda, más temprano que tarde deberá enfrentar la resistencia popular.
La segunda vuelta del 28 de octubre dejó un país partido en dos: el nordeste petista y el centro-sur bolsonarista, para describirlo esquemáticamente. Y si bien el candidato liberal-fascista se impuso por 10 puntos, el 45% de Haddad no es una fuerza nada despreciable para las luchas que se avecinan. Pero sobre todo hay que tener en cuenta que esa derrota del Partido de los Trabajadores es la consecuencia de dos hechos trascendentes: el golpe parlamentario contra Dilma Rousseff por una operación contable de rutina y la condena a prisión sin pruebas contra Lula da Silva.
Aunque las conductas sociales no se pueden predecir fácilmente, no debería esperarse que esta acumulación de factores favorezca precisamente una extensa luna de miel entre el ex capitán y la sociedad brasileña.
Fragmentación parlamentaria
Pero si las elecciones presidenciales mostraron un escenario de polarización, los comicios legislativos dejaron un Congreso caracterizado por la dispersión de fuerzas: estarán representados 30 partidos en Diputados y 21 en el Senado.
En la Cámara baja, el Partido Social Liberal del nuevo presidente ocupará 52 bancas, lo que representa un 10% del total de 513, convirtiéndose en el segundo bloque detrás del PT, que mantiene 56 escaños. El Partido de la Social Democracia Brasileña, del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, posee 29 legisladores y el Movimiento Democrático Brasileño, del hasta ahora presidente Michel Temer, 34. El Partido Socialismo y Libertad, de la concejala Marielle Franco, asesinada en marzo, cuenta con 10 puestos.
Si sumamos todos los partidos de derecha, que han expresado de una y otra forma su apoyo a Bolsonaro, llegarían a 301 diputados, esto es el 59% del total.
El Senado, compuesto por 81 miembros, tendrá la mayor fragmentación de su historia, pasando de 15 a 21 partidos representados. El MDB mantiene la primera minoría con 12 senadores; el PSL logró 4 escaños; el PT ahora es la quinta minoría, con 6 legisladores; el PSDB se queda con 9.
Esta dispersión es un primer problema para el nuevo gobierno, porque estará obligado a negociar con varios partidos y movimientos a fin de imponer sus políticas. Y esto, como se sabe, supone concesiones, chantajes, postergación, modificación o eliminación de proyectos.
Es decir, la derecha ultra reaccionaria no solo no tiene hegemonía en el Congreso, sino que tampoco está cerca, numéricamente, de lograrla, y eso limita sus intenciones. Seguramente, los partidos afines a Jair Bolsonaro se alinearán con algunas políticas y rechazarán otras.
El gobierno tiene herramientas para torcer voluntades, y sabemos muy bien –también en la Argentina- que este tipo de regímenes no reconoce límites cuando se trata de defender sus intereses de clase. Pero los pueblos finalmente no se suicidan, aunque a veces pareciera lo contrario, y cabe esperar que los brasileños recuperen la memoria. No hace tanto tiempo que ese líder, ahora encarcelado, les había devuelto la dignidad.