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LA ENTREGA DE HOY, LA RESISTENCIA DE SIEMPRE

Reforma laboral regresiva, ajuste sin fin, ofensiva contra la memoria, entrega de recursos estratégicos e inflación que erosiona la vida diaria: el país parece al borde de una refundación conservadora. En la mesa de los viernes, militantes e históricos del peronismo piensan cómo responder, cómo organizarse y cómo recuperar la iniciativa política.

La noche había caído antes de tiempo, como si incluso el cielo se hubiese agotado. El anfitrión abrió la puerta y sintió ese mismo soplo pesado que viene con las semanas donde el país se siente más viejo de lo que es. La mesa de los viernes estaba lista: el mantel estirado, las copas limpias, las botellas de vino alineadas con la solemnidad de un ritual laico que, sin proponérselo, había devenido en trinchera. 

Hipólito llegó primero, arrastrando una mezcla de fastidio y lucidez que ya era parte de él. Melisa venía detrás junto con Tony, con el celular aún en la mano, como si le costara soltar la catarata de titulares que había leído camino a la reunión. Después cayeron Germán, Ricardo, Mimí, Horacio, Nora, Diego, Fernando, Miguel, Fermín, Hipólito y Gerardo. Todos con esa expresión que suele verse cuando la política no es un tema de conversación sino una herida abierta. 

Pero esa noche no iba a ser igual a ninguna otra. Había algo en el aire, una vibración extraña. Y cuando los primeros silencios empezaron a pesar más que las palabras, las cuatro figuras se hicieron presentes. Perón, Cooke, Ferla y Cafiero tomaron asiento con naturalidad, como si nunca se hubieran ido. La mesa, que ya era grande, de pronto parecía pequeña para tanto pasado convocado por la urgencia del presente. 

Nadie preguntó cómo habían llegado. En momentos así, la historia no explica: actúa. 

La televisión del fondo seguía escupiendo titulares: “Una modernización que más que trabajadores requiere esclavos”. “Cristina Kirchner tras el 2,5%: ¿en serio que todo marcha según el plan?”. “El Reino Unido autorizó la explotación petrolera en Malvinas”. “El asesor laboral de Milei admite que la reforma no va a generar empleo”. “Inflación en alza con recesión y salarios caídos”. “La sentencia del atentado a CFK advierte sobre la influencia de los discursos de odio”. 

La mesa completa quedó mirando esas palabras como quien mira mensajes cifrados desde el futuro. 

El anfitrión se aclaró la voz. Iba a abrir la reunión, cuando Perón lo interrumpió suavemente, como si todavía fuese el conductor natural de cualquier asamblea argentina. —Compañeros —dijo—, no se dejen engañar por ese lenguaje de modernización que repiten sin cesar. Cuando una modernización prescinde de trabajadores, lo que busca no es eficiencia sino servidumbre. Lo llaman reforma laboral, pero es retroceso histórico. Lo llaman flexibilización, pero es disciplinamiento. Lo llaman libertad, pero es coloniaje. 

Cooke sonrió apenas, con esa mezcla suya de ironía y fuego. —General, usted sabe mejor que nadie: cada vez que la oligarquía quiere imponer un proyecto, primero destruye la autoestima del pueblo. Hoy lo hacen con discursos de odio, con influencers rabiosos, con un relato que dice que lo público es un estorbo y lo colectivo una enfermedad. El problema no es que ellos mientan: es que una parte del pueblo, agotada, empieza a creerles. 

Ferla habló serio, con esa voz que trae siempre una sombra de tragedia nacional. —Las sociedades no retroceden en silencio. Retroceden empujadas por el miedo, por la desinformación, por esa idea de que no hay alternativa. Yo escribí sobre fusilamientos, pero el país actual está viviendo fusilamientos simbólicos todos los días. Fusilan derechos, fusilan salarios, fusilan esperanzas. Fusilan la verdad con operaciones y titulares diseñados para confundir. 

Cafiero levantó la copa, no para brindar, sino para subrayar. —No nos engañemos: cuando un gobierno ajusta sobre los sectores populares, concentra poder en minorías económicas y precariza el trabajo, está generando condiciones para que la democracia deje de ser una herramienta de transformación. Lo llaman república, pero la democracia sin igualdad es apenas una ceremonia de voto vacía. 

Hipólito tomó coraje para interrumpir a semejante mesa. —General… ¿y qué hacemos nosotros? Porque la verdad es que estamos agotados. La gente en la calle está agotada. Y vemos que nos empujan a un país más chico, más pobre, más dócil. Y encima, con parte del pueblo aplaudiendo. 

Perón lo miró con una mezcla de comprensión y severidad. —La política no es un ejercicio de resignación, Hipólito. Es un ejercicio de voluntad. Los pueblos solo pierden cuando aceptan la derrota. Y créanme: más de una vez la Argentina estuvo al borde del abismo. Si no cayó del todo es porque siempre hubo organización, cuadros políticos, y un pueblo dispuesto a pelear por lo suyo. 

Cooke completó: —Y militancia. Militancia real, no de redes. Militancia con cuerpo. Militancia que interpele, que dispute, que genere hechos políticos. ¿O ustedes creen que la derecha consiguió este clima de época solo por sus ideas? No: lo consiguió porque nosotros dejamos espacios vacíos. 

Melisa intervino: —Pero ahora incluso la calle está rara. La gente está con miedo. Y eso paraliza. 

—Claro que paraliza —dijo Ferla—. Siempre lo hizo. Los militantes de Valle también tenían miedo. Los obreros del ’55 tenían miedo. Los fusilados tenían miedo. Pero la historia no la escriben los que esperan a que pase la tormenta: la escriben los que actúan en medio del temporal y tenemos 30 mil compañeros que dan cuenta de ello. 

Nora agregó: —Hay algo en la sociedad que cruje. La pobreza, la entrega de recursos, la violencia política, la inflación, la bronca desbordada… Todo está tensionado. 

Cafiero asintió: —Y por eso hay que hablar de proyecto. De futuro. No solo denunciar lo que está mal. La derecha tiene un proyecto —regresivo, sí— pero proyecto al fin. Nosotros tenemos que construir uno mejor, más inclusivo, más nacional, más humano. Si no, el odio gana por default. 

Ricardo se incorporó un poco en la silla. —¿Y por dónde empezamos? 

Perón respondió sin dudar: —Unidad. Pero unidad con contenido, no unidad declamatoria. Unidad para algo: para reconstruir la comunidad organizada, para recuperar el Estado como herramienta, para volver a hablarle al pueblo sin intermediarios. 

Cooke añadió: —Y radicalidad. Radicalidad política, estratégica. El progresismo tibio nunca venció a una derecha fanática. Hay que hablar claro: este modelo es incompatible con un país soberano. Y punto. 

Gerardo, que venía escuchando en silencio, habló desde su perspectiva de industrial pyme: —Lo que están haciendo es destruir la base productiva. Se ve en las fábricas: caída de ventas, crédito carísimo, dolarización encubierta. Así no hay industria posible. 

Perón le respondió: —Porque no les interesa que haya industria nacional. Les interesa que haya importadores. Les interesa la dependencia, no la autonomía. 

La conversación derivó hacia Malvinas, hacia la entrega de la explotación petrolera, hacia la reforma laboral, hacia el atentado a Cristina y el clima de odio. 

Fue Fermín quien lanzó una frase que quedó flotando: —Esto no es solo un ajuste. Es un intento de refundación conservadora del país. 

Y Ferla, con una gravedad casi religiosa, completó: —Cuando el país renuncia a defender a sus líderes, a sus trabajadores, a su memoria y a su soberanía, lo que está en juego no es un modelo económico: es la identidad nacional. 

Hubo un silencio largo. Pesado. Como si la mesa entera hubiera entendido algo que venía insinuándose desde hacía meses. 

Fernando preguntó lo que todos sentían: —¿Y qué hacemos con el pueblo que creyó en esta propuesta? ¿Cómo se vuelve a hablarle sin soberbia? 

Cafiero respondió: —Con paciencia. Con pedagogía. Con verdad. Y con la convicción de que el pueblo argentino no es reaccionario: es desconcertado. Cuando la política deja de representar, el pueblo busca respuestas donde puede. Hay que volver a representarlo. 

Tony cerró esa idea: —Representar es escuchar, no solamente conducir. 

Perón miró la mesa completa y habló como si estuviera en un balcón: —Un movimiento nacional vence cuando es capaz de transformar la defensa en ofensiva. Cuando encuentra su causa y la convierte en bandera. No esperen que el adversario se debilite: fortalezcan ustedes la esperanza del pueblo. 

La copa del anfitrión tembló un poco entre sus dedos. Levantó la mirada, vio todas esas presencias —las del presente y las del pasado— y entendió que la conversación no era solo análisis: era un llamado. 

Entonces levantó la copa. 

—Por la mesa de los viernes —dijo—. Donde el pasado se sienta con el presente para que el futuro no lo decidan los mismos de siempre. 

Brindaron. 

Afuera, la noche seguía cargada de incertidumbre. Pero adentro, algo parecía haber empezado otra vez. 

 

«La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia, la soberanía no se entrega y la apatía es la derrota que ningún pueblo puede permitirse.» 


Por José “Pepe” Armaleo – Militante, abogado, magíster en Derechos Humanos, integrante del Centro Arturo Sampay y de Primero Vicente López. 


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