Hernàn Brienza: ¿Cuántos modelos hay?
Quiero insistir en algo: de verdad que no importan las candidaturas para octubre del 2017. Lo único que importa es que Mauricio Macri pierda por amplia diferencia en la provincia de Buenos Aires y en el ámbito nacional.
Sostengo que no importa si va Cristina Fernández de Kirchner, si no va, si compite Florencio Randazzo, si hay Paso o si hay candidato de unidad. No importa la forma, importa el objetivo. En las elecciones no se juega el futuro del Peronismo, se juega la calificación de la sociedad de los dos años de gobierno Macrista.
Si el presidente de la Nación hubiera recibido una “pesada herencia” en serio se jugaría incluso su continuidad, como le ocurrió al ex presidente Fernando de la Rúa con la bomba de la convertibilidad. Pero hoy la Alianza PRO-UCR tiene un plafond mucho más alto gracias a los niveles de acumulación, ahorro y consumo que los argentinos lograron durante la docena de años 2003-2015. Eso hace que las elecciones tengan menor dramatismo que las que tuvieron, por ejemplo, las elecciones de 1987 o del 2001. Sin dudas, el Macrismo mantiene un alto nivel de aceptación en alrededor de un cuarto de la población. Es un monto exiguo frente a una oposición unificada y con voluntad política, pero sólido frente a un contrincante desvirtuado y desparramado.
Obviamente, que de acá a octubre no dan los tiempos para hacer un Congreso Extraordinario de Actualización Doctrinaria Peronista, y a decir verdad, no sería muy “peronístico” realizarlo, pero a su manera, inorgánica, despatarrada, personalista, simbólica, el Peronismo hará más temprano que tarde esa tarea. Como hijo predilecto del pensamiento estratégico, el Peronismo encontrará la mejor manera de interpretar los deseos de la mayoría frente a los tiempos que se avecinan. A veces puede gustarnos, otras veces no, pero los dirigentes peronistas siempre se las arreglan para dar respuestas actualizadas a los desafíos coyunturales.
el Peronismo encontrará la mejor manera de interpretar los deseos de la mayoría frente a los tiempos que se avecinan.
Pero eso no se define hoy sino después de octubre. Un resultado favorable al gobierno de Macri enmaraña de nuevo al Movimiento Nacional en discusiones estériles e inconducentes, incluso de cara al 2019. Y deja a la deriva a esos hombres tan capacitados para oler los vientos del pragmatismo y las mieles de una posible victoria. Una derrota contundente del PRO-UCR enfila automáticamente todos los patitos. Por lo tanto, en octubre no se dirime la interna peronista; se mide la posibilidad o no de realizar esa interna en el periodo 2017-19 con éxito.
Una derrota contundente del PRO-UCR enfila automáticamente todos los patitos. Por lo tanto, en octubre no se dirime la interna peronista; se mide la posibilidad o no de realizar esa interna en el periodo 2017-19 con éxito.
En la Argentina no se debaten candidaturas, insisto. Cristina Fernández de Kirchner tiene todo el derecho de hacer políticamente lo que considere conveniente. Está legitimada con una mayoría tan contundente y con un accionar tan inequívoco en el pasado que exigirle tal o cual acción política es, al menos, una falta de respeto. Los que la aconsejan públicamente deberían llamarse a silencio en homenaje a la trascendencia histórica de su figura. Ella sabrá lo que deba hacer, digo esto, consciente, incluso de que las decisiones colectivas deberían, en términos ideales, tomarse de forma colectiva y no en un laboratorio.
Y Florencio Randazzo, o cualquier otro candidato, también tiene derecho a hacer lo que su conciencia, su ambición, o su deseo, le dicten. Es necesario dejar de pensar la política en términos de amigo y enemigo y, también, en términos de lealtad y traición. Se trata de intereses políticos, económicos y culturales, no de moral. Se trata de acumulación de poder, de capacidad de transformación o de conservación y, aunque no nos guste, de distribución de recursos. Si alguno cree que puede y tiene condiciones para disputar que lo haga. Si gana, tendrá la responsabilidad histórica de conducir, si pierde, deberá darse un baño de humildad.
El único objetivo es que Macri pierda. Lo demás se resuelve más adelante. Como ya dije alguna vez, muerto José López Rega, no hay peronista que sea peor que Mauricio Macri.
Sería bueno racionalizar los debates hacia el interior del propio Peronismo. Se trata de un movimiento político nacionalista no de un clan mafioso. Los sentimientos agónicos, agonistas, urgentes, que tanto convocan a los discursos nacionales y populares deberían aplacarse un poco. El único objetivo es que Macri pierda. Lo demás se resuelve más adelante. Como ya dije alguna vez, muerto José López Rega, no hay peronista que sea peor que Mauricio Macri.
Y también habrá que “desbinarizar” el análisis macro. Posiblemente, no hay dos modelos en la argentina. Tal vez haya tres o cuatro. El Macrismo perdió la oportunidad de llevar adelante un liberalismo desarrollista y, por culpa de su dogmatismo, terminó encerrado en un improductivo neoliberalismo especulador, acumulativo y saqueador. Pero en el esquema mercado internista, también, hay varias interpretaciones que hay que atender.
El primero, nos retrotrae al año 2002. Se trata de un modelo productivo, mercado internista, de conciliación y de acumulación concentratoria, es decir con una redistribución regresiva de la riqueza, pero redistributivo al fin. Obviamente se trata de un productivismo conservador que encuentra su heredad en el modelo propuesto por Eduardo Duhalde, cuando su furia contra el kirchnerismo no lo había desvirtuado, con los sectores que se encuentran hoy en Frente Renovador y en el Peronismo no Kirchnerista.
El segundo es el modelo productivo, mercado internista, de puja distributiva, con dispersión acumulativa, de horizontalidad hacia las Pequeñas y medianas empresas y con una matriz de distribución progresiva de la riqueza. Obviamente, se trata de la experiencia Kirchnerista del 2003 al 2015.
Complejizar la opciones, desbinariza el análisis. Y por lo tanto, obliga a ser más finos en la mirada hacia el futuro y, sobre todo, en pensar seriamente, cuál es la mejor estrategia de superviviencia para los sectores mayoritarios y para alcanzar una hegemonía nacional y popular a mediano y largo plazo. Hay tiempos para apresurar las cosas, y hay tiempos para retardarlas. Un buen conductor, una buena conductora, debe saber qué tipo de equilibrio necesitan y están reclamando las mayorías. La desesperación discursiva nunca es buena compañera.