Flavio Bonanno: «El monstruo»

Hay un monstruo anacrónico que todo lo odia, a todo lo que ame lo destruye; que acumula ganancias para unos pocos, que desprecia a los muchos, los explota y, si puede, los mata, o los hace desaparecer.

Es un monstruo esclavo de monstruos mayores (foráneos y emperadores), y desde su condición de siervo, extrañamente, les resulta seductor a aquellos que el monstruo quiera esclavizar, monstruo que se disfraza y se ofrece a sus sometidos, entre los cuales, los más débiles, aceptan sin más rendirle tributo, por unas pocas migajas y palmaditas.

Este último jueves se conmemoró que hace 40 años el monstruo dio su último gran golpe; el más siniestro, el más eficaz en función de sus intereses, y de los intereses de sus amos; y que pocos años después se fue, para nunca más regresar.

Es un grito de «nunca más» monstruo, y «nunca menos» nosotros

Aunque dicen que el monstruo, desde las profundidades de su propio infierno y alentado por sus monstruos soberanos, siempre quiere retomar sus tareas a través de sus cómplices diablitos, pobres diablitos de pobres corazones, surgidos de los más tristes de sus súbditos.

Pero en jornadas como la del jueves, la historia nos recuerda también que estamos nosotros, que estuvimos y estaremos. Que somos la sangre derramada florecida. Y que estamos dispuestos a dar una pelea, contra el monstruo, sus monstruos amos y sus súbditos diablitos, que nunca se gana, pero que nunca se abandona.

Es el grito de una guerra inevitable, de una grieta, brecha, dialéctica o como quieran llamarle, que separa a los dignos de los serviles, a los patriotas de los usureros, a los que amamos de los que odian y quieren ser tan monstruo como los monstruos que los dominan, y se alimentan de ellos. Es un grito de «nunca más» monstruo, y «nunca menos» nosotros.

Y si hace falta, lo expresaremos desde el corazón cada amanecer, cada tarde y cada puesta de sol, en la Plaza donde el monstruo y los suyos, siempre, serán derrotados.