Flavio Bonanno: «Cambiemos, La Patria era el otro»
En poco más de dos meses de gestión del nuevo Gobierno nacional, a cargo de Mauricio Macri (con un Congreso fuera del período de sesiones ordinarias, y una justicia expectante), una de las consignas de la campaña que consagró al actual presidente, ha sido corroborada inexorablemente por todos los argentinos en mucho más de un aspecto: la propuesta de un “cambio”.
Es que evidentemente, a fuerza de Decretos de Necesidad y Urgencia y de recientes disposiciones en las distintas dependencias del Estado Nacional, así como en el proceder de empresarios y medios “amigos”, las noticias, día a día, nos revelan que hemos “cambiado”. ¿Pero en cuántos sentidos, incluso inesperados hasta para los más pesimistas, se ha materializado esta consigna propagandística?
A priori, esta transformación se anunciaba durante la campaña como una suerte de admonición, una reprimenda abstracta a la gestión anterior, y la propuesta de un “cambio de rumbo” en la política nacional. Sin resultar, esta proposición, explícita en cuanto a contenidos políticos y hechos concretos, rostros de conmiseración y palabras “dulces” invitaban a los argentinos a optar en elecciones por la fórmula que encabezaba Macri y acompañaban, entre otros, la actual gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, y la vicepresidenta en función, Gabriela Michetti.
esta transformación se anunciaba durante la campaña como una suerte de admonición
Horas inmediatas al triunfo electoral del equipo “Cambiemos” trajeron las primeras alteraciones en la imagen de los ganadores; sonrisas que devenían en expresiones de preocupación, algunas primeras advertencias en cuanto al curso económico que creían que debería tomar el Estado de allí en adelante, y un desplazamiento en cuanto a las figuras e ideas de los días de la candidatura. Desde el encubrimiento comenzaban a aparecer, allá por diciembre, los funcionarios más polémicos y resistidos por parte de la opinión pública (entre “CEOs” y economistas recauchutados), anunciando sus verdaderas intenciones en materia de políticas públicas, realizando una por una de las medidas impopulares que desde el equipo del otro candidato a presidente en el balotaje de noviembre, Daniel Scioli, habían advertido a la población, pese a que los medios masivos insistieran sobe una supuesta “campaña del miedo” contra Mauricio Macri.
En lo que concierne a cuestiones concretas y materiales, que componen el aspecto político económico del nuevo Gobierno, a pocas semanas de haber asumido el ejecutivo los matices de un modelo neoliberal – conservador, se explicitaron en cuanto a medidas y definiciones de cómo debía reorganizarse el Estado argentino: devaluación de la moneda nacional, aumento en servicios públicos, aplacamiento de las discusiones paritarias y del impuesto a las ganancias, entre otras medidas de ajuste por un lado, y la quita de retenciones al agro y a la mega minería, la inclusión de empresarios en el gabinete nacional, y banalidades como la quita del “impuesto al consumo de Champagne” y la baja en el “impuesto a la compra de autos de alta gama”, por otro lado, significaron una transferencia de recursos económicos desde los trabajadores hacía las empresas, que en consonancia con la nueva toma de deuda y las tibias negociaciones con los holdouts, dejaron en evidencia los desmesurados cambios en relación a la gestión del Gobierno anterior.
Horas inmediatas al triunfo electoral del equipo “Cambiemos” trajeron las primeras alteraciones en la imagen de los ganadores
¿Peros son únicamente estas modificaciones las que deben llamar la atención y revisión de la ciudadanía o pueblo argentino (según la acepción que prefiera el lector)? En primera instancia, seguramente son las más urgentes. Todo aquello que impacte directamente sobre el bolsillo de la clase “baja” o “media” reviste de urgencia a la hora de manifestar reclamos o exigir otra actitud para con la gestión actual. Ya sea la pérdida de salario real o la falta de empleo de aquellos que han sido víctimas de la “ola de despidos” resultan gravitantes para los primeros malestares con el nuevo Gobierno. Esta urgencia material refiere también a la inmediatez de las consecuencias en las primeras medidas económicas tomadas por el equipo de Macri. Pero la cuestión que intenta abordar esta columna es, ¿Qué hay de todas aquellas resignificaciones y transformaciones simbólicas que no solo pretenden legitimar los desaciertos políticos del nuevo Gobierno, sino también repensar la identidad y prácticas del Estado, de sus instituciones y de la sociedad?
En primera instancia, nos resulta nostálgico recordar las extensas declaraciones de aquellos personajes políticos y mediáticos, otrora opositores, que se expresaban en reclamo de un republicanismo que, supuestamente, el anterior Gobierno “se llevaba puesto”. La cuestión de la “república”, de la división de poderes y el “respeto por las instituciones” que pregonaba el arco opositor hoy convertido en oficialismo, quedó muy atrás. Difícil le sería al gobierno de Macri hablar de “república” y “respeto por las instituciones” cuando en 30 días superaron en creces la cantidad de 200 DNU, sin aval del Congreso, en asuntos de dudosa necesidad y urgencia que tuvieron más que ver con la remoción de cargos y el desmembramiento de entes autárquicos como el AFSCA.
¿Qué hay de todas aquellas resignificaciones y transformaciones simbólicas que no solo pretenden legitimar los desaciertos políticos del nuevo Gobierno?
Para esta reconfiguración en el discurso PRO, un elemento fundamental: la “gobernabilidad”. Apoyado por los medios oficialistas, cualquier exabrupto del presidente está legitimado dentro de la lógica de “autoridad para gobernar”, aunque para los mismos comunicadores, cuando era Cristina Fernández de Kirchner la que tomaba decisiones políticas fuertes, se trataba de un asunto de irreverencia o hasta llegaron a decir que de “salud mental”. La república del “cambio”, paradójicamente, opera sin cámaras legislativas, y con jueces aliados.
¿Qué decir en cuanto a la reestructuración de la comunicación en Argentina? No alcanzó con el desmembramiento del AFSCA, el incumplimiento con la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual 26522, la discutible designación de Oscar Aguad en el emergente Ministerio de Telecomunicaciones, la creación del ENACOM, y las gratificaciones que desde allí se le otorgaron al Grupo Clarín para la consolidación de su “imperio” en todas las plataformas posibles en materia de comunicación.
En un aspecto más simbólico, aunque no menos significativo, se llevó a cabo desde el Gobierno nacional en conjunto con empresarios de medios afines, un plan sistemático de persecución a periodistas y comunicadores emparentados con la comunicación oficial en años del kirchnerismo. Despidos a figuras como la de Víctor Hugo Morales (en Continental) dejaron en evidencia que la nueva gestión no toleraría voces de disenso. El titular de Medios Públicos, Hernán Lombardi, fue el protagonista de una rápida reestructuración de los medios del Estado, a fuerza de cesantías, despidos y levantamientos de programas como el ya reconocido “678”.
Por otro lado, la gran mayoría de los medios privados, autodenominados “libres” e “independientes” (¿Acaso son independientes de su condición empresaria, de su línea editorial?) se alinearon instantáneamente con el equipo de Macri, y hace ya un tiempo que siguen trabajando en la legitimación de condiciones para las políticas del nuevo Gobierno. Léase, si un lunes se anuncia un aumento en el servicio de electricidad, el día martes Clarín publica una nota sobre “cómo cuidar los consumos” y sobrellevar de mejor manera el “sinceramiento de la economía”.
Esta labor de resignificación para legitimar lo injustificable, parece tener como objetivo principal, más “a la larga” que “a la corta”, revisar, negar y deshacerse de las construcciones culturales, principalmente identitarias, que se dieron a partir de la relación entre los colectivos políticos populares y los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Uno de los ejemplos principales es el vacío ideológico y la vocación de “archivar” la revalorización de los Derechos Humanos que a partir de un revisionismo histórico exhaustivo y la elaboración de políticas públicas en este sentido se venía llevando a cabo durante la última década.
Hace algunos días, el ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires (gestión PRO, Rodríguez Larreta) cuestionó el número de desaparecidos del relato histórico que han trabajado los organismos de Derechos Humanos durante las últimas décadas. Por otro lado, Pablo Avelluto, ministro de Cultura de la Nación, tuvo que eliminar de su cuenta de Twitter comentarios en los que manifestaba un violento antiperonismo, además de críticas desbordadas para con los funcionarios, docentes, y otros actores relevantes de la cultura nacional. Sin ir más lejos, el presidente Macri se mostró resistente de entrada a recibir a Estela de Carlotto y a otras abuelas de Plaza de Mayo, hasta hace algunos pocos días en que finalmente tuvo lugar el encuentro.
Pequeños gestos, con el tiempo gravitantes, que parecen no estar en línea con esa propuesta de campaña del “cambio” que garantizaba cerrar “la grieta” que supuestamente divide a los argentinos. La solución según la nueva gestión, pareciera ser, solucionar el conflicto vaciando de contenido ideológico a nuestra cultura nacional, negando las diversidades e imponiendo sutilmente una lógica de pensamiento único.
Pequeños gestos, con el tiempo gravitantes, que parecen no estar en línea con esa propuesta de campaña del “cambio” que garantizaba cerrar “la grieta” que supuestamente divide a los argentinos
Sin lugar a duda, discursos míticos y absolutamente prejuiciosos, que han ido en contra de las consignas populares sostenidas por el modelo de país anterior, nacional y popular, hoy se consolidan para perseguir y descomponer los vestigios vivos, militantes, que ahora se reconvierten en oposición. Las agendas mediáticas saturando la figura mítica del “ñoqui”, para argumentar los despidos y cesantías en el sector público; las editoriales que alegan por la represión de las fuerzas de seguridad avaladas por el reciente “protocolo anti piquetes”; las revistas de los domingos explicando que vivir en un monoambiente es moderno, que perder el trabajo y buscar otro puede ser saludable, y otros tantos absurdos en función de contener a la opinión pública del inminente rechazo masivo, que generarán las consecuencias del paquete de medidas y decretos del presidente Macri en detrimento del bolsillo de los trabajadores.
¿En cuántos aspectos hemos cambiado, y podemos llegar a cambiar, entonces? En el derrotero económico y político de estas últimas semanas las alteraciones no pueden ser más que evidentes. Ahora bien, en aspectos simbólicos, significativos para nuestra identidad como sociedad argentina, relevantes en nuestras formas de pensar al Estado y pensarnos como ciudadanos de derechos, las transformaciones operan con ingeniosa delicadeza, con el apoyo de industrias culturales y mediáticas, que tienen como fin el adoctrinamiento de un pueblo insípido, homogéneo y sin capacidad de crítica, organización y expresión.
¿En cuántos aspectos hemos cambiado, y podemos llegar a cambiar, entonces?
Y esto, me parece que, merece ser discutido día a día, casi con tanta necesidad como con la que se discute de política y economía. No nos olvidemos que las conquistas materiales de los últimos años fueron posibles gracias a una significación en los discursos y las prácticas que se orientaban en función de consagrar una identidad nacional, popular y consciente, con lazos solidarios reparados, orgánicos, vivos. Sintetizó ese proyecto en la célebre expresión que profesaba que “la Patria es el otro”.
La misma Patria que ahora altera sus rumbos, hacia la individualidad, hacia la miseria colectiva, hacia el diálogo falaz que se aferra a un nuevo y único sentido posible, con una nueva dirección; la Patria del “cambio”, hoy, resignificada.