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Fabrizia en el corazón de su pueblo

Los días y los gases

Alejandro C. Tarruella «he encontrado a una niña en la calle, y me ha abrazado. César Vallejo»

Fabrizia jamás imaginó que la crueldad de un policía, de la policía, iba a ser un punto de inicio de una realidad que jamás hubiese imaginado. Pequeña aún, con seguridad asustada ante esa especie de monstruo – era una persona como cualquiera de nosotros-, que le arrojaba gas con gesto de odio, se encontró de pronto con que el mundo daba una vuelta completa sobre su humanidad. La piel de su cara, sus ojos, sus cabellos, su sorpresa, eran agredidas desde el mismo estado sin derechos. Ella no participaba de la expresiva manifestación de jubilados, estudiantes, sectores del movimiento obrero – incluso varios dirigentes – que se expresaban frente a la caída de la ley que generaba un nuevo marco regulatorio para las remuneraciones de los jubilados, despojándolos. Fabrizia lloraba ante la violencia que habían desatado los hermanos Sinley y su ministra de seguridad, un trago amargo que se uniría a otros porque, cuando ellos brindaban, el pueblo veía destruir aún más su marco de derechos.

Se sentían orgullosos por tirarme gas pimienta”, diría luego Fabrizia y agregaba:

Feroz represión policial en Congreso: una niña de 10 años fue atacada con  gas pimienta

“Les diría a los policías que me pareció injusto y que se aprovecharon de su poder”. Ella es sencilla para expresarse como la brisa que recorría la Plaza de los Dos Congresos el miércoles 11 de septiembre pasado. Era el día de las maestras y los maestros, despreciados por el poder corporativo político del régimen, los esperpentos, los globalistas y los hermanos Sinley. Decía Fabrizia: “…encima vi el noticiero y Patricia Bullrich le echa la culpa a mi mamá y dice que está prohibido llevar a los niños a las manifestaciones y en ningún lado dice que está prohibido”. “… estábamos sentadas en el piso, nada más”, ejemplificó y al explicar porque estaban en la Plaza, expresaba: “Fue una experiencia nueva todo lo que pasó, después de que la votación fue negativa, nosotras quisimos ir a defender a los jubilados”. Era la primera vez que concurrían a una marcha con su mamá “porque nos pareció justo”. Y señalo sus razones: “Fuimos a la marcha a favor de los jubilados por lo poco que comen, al ser personas grandes tienen más posibilidades de que les pase algo y tienen que comprar remedios y cada vez los precios suben más. Casi todos tienen la jubilación mínima y no les alcanza para nada”. Ante semejantes razones, ¿qué valor pueden tener las palabras de la Bullrich, los videos fraguados, la mentira como razón de estado que escupen en los medios de propagando donde hasta sus propios voceros se les dan vuelta?

Al filo de la verdad

Fabrizia tiene 10 años. Aún cursa la escuela primaria en el barrio de San Telmo. Su vida dio un giro abrupto luego de escuchar un susurro de gas miserable cuyos efectos le nublaron la vista. No la visión y de forma repentina, con el paso de las horas que se habían convertido en vértigo para ella, comprendió todo y dio su lección mayor ante un pueblo que ahora la conoce y la ama. Ahora saben de ella en Río Grande, en Madryn, en Puelén, en Cayastá, en Tilcara o en Ameghino y muchas personas que la ven en imagen y la escuchan, quieren volver a hacerlo porque su vocecita ilumina, canta, es un decir que es como es escucharse a uno mismo expresándose contra los miserables. Su voz expone los reclamos de trabajadoras y trabajadores, de los que están sin trabajo y changuean como pueden para alcanzar un pan cada día, de los gurises y gurisas que no cenan y engañan la pancita con un mate cocido.

Fabrizia es la continuidad de las marchas de maestras, maestros, enfermeras y enfermeros, empleadas y empleados de Misiones. Recuérdese que los hermanos Sinley anunciaban “que no había plata”  pero en la rebelión de los misioneros, cuando surgió en la multitud un policía sindicalizado que unía las demandas de los agentes con las de su pueblo y la bronca no cesaba, apareció la plata, se pagó y se terminó esa etapa del conflicto.

Por cierto, el miércoles 11, la voz de los mayores resonó con dolor y responsabilidad, a veces con lágrimas en el dolor del despojo, la negación de la salud, la vivienda, la comida y la dignidad en medio de un nuevo capítulo de la represión del gobierno nacional. Y preanunció lo que vendrá aunque no es la ocasión de abundar en esos próximos pasos hacia esa suerte de nueva independencia, que debe acabar con la falsa democracia que proclaman también quienes hablan de “instituciones de la democracia” o “el Congreso de la democracia” y absurdos semejantes con los que procuran sostener un status quo que sostiene a los esperpentos, los sinley, o el retorno de los Menem y otras miserias.

Ahora nos cabe sentir y conocer la lección de Fabrizia que es lo imprevisto de la vida en la imprevisión de los acontecimientos que nos esperan. No es posible saber a ciencia cierta qué es lo que los sucederá mañana, pero podemos intuir ciertos sucesos cuando somos protagonistas de su trama insolente que jamás anticipa sus gestos. De la periferia al centro, de las provincias al puerto con el pueblo en pie.

“Es la primera vez que fuimos a una marcha porque no nos pareció justo”, se la escuchó decir a la niña con su voz de pájaro que sale al mundo al alumbrar la primavera. En eso estamos, Fabrizia.

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