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Europa es el pelotero de las grandes potencias*

Ante la agudización de la confrontación mundial, falta de política y de liderazgo, la Unión Europea está tironeada entre la vieja y las nuevas superpotencias

por Eduardo J. Vior

Eduardo J. Vior

“Europa tiene que ser un jugador mundial, no un campo de juego”, declaró el lunes Charles Michel, presidente del Consejo Europeo (la reunión de los jefes de Estado y de gobierno que dirige la UE) al terminar la conferencia cumbre virtual entre los representantes de los 27 y los de China. Por los primeros participaron el belga Michel y las alemanas Angela Merkel (presidenta pro-tempore del bloque) y Ursula von der Leyen (presidenta de la Comisión Europea, el órgano ministerial de gobierno de la Unión); por la segunda, en tanto, estuvieron presentes el Presidente Xi Jinping y el ministro de Relaciones Exteriores Wang Ming. La cumbre debió haberse realizado en Leipzig, Alemania, pero la pandemia de Covid-19 aconsejó hacerla por vía virtual. En la reunión debieron haberse cerrado con la firma de convenios siete largos años de negociaciones sobre el régimen de inversiones recíprocas, pero repentinamente los europeos reclamaron por las supuestas violaciones de los derechos humanos en Hong Kong y Xinjiang, la adecuación de la economía china a las normas sobre emisiones del Acuerdo de París y “el cumplimiento de reglas de mercado”. Finalmente, solamente pudieron cerrar un acuerdo sobre denominaciones de origen, importante, pero insuficiente.

Desde el estallido de la pandemia en Europa, en marzo pasado, los líderes de la UE comenzaron a acusar a China de falta de transparencia en la circulación de la información epidemiológica. Pronto esas imputaciones se trasladaron a tópicos de derechos humanos y medioambientales y, finalmente, a cuestiones de patentes y normas comerciales. En 2019 la República Popular fue la tercera mayor compradora de bienes europeos (9 %) y la mayor proveedora de la UE (19 %). Entre los miembros de la Unión en 2019 los Países Bajos fueron los mayores importadores de bienes y servicios chinos y Alemania, la mayor proveedora de la República Popular. Para entender la presión europea para hacer fracasar la reunión cumbre habrá, entonces, que buscar que buscar motivos (geo)políticos.

El reciente giro en la posición europea se evidencia en que la UE ha pasado a considerar oficialmente a China al mismo tiempo como un interlocutor “esencial” y un “rival estratégico”. En el plano comercial los europeos reclaman para sus empresas en China el mismo trato que reciben las chinas en Europa. Según la diplomacia de Bruselas, reclaman libertad de comercio en las telecomunicaciones y la industria automotriz, mientras exigen el fin de las subvenciones para la siderurgia china. Significativamente, la semana pasada el presidente de Siemens, Joseph Kaeser, declaró al semanario Die Zeit que “condenamos categóricamente toda forma de opresión, trabajo forzado y amenazas a los derechos humanos”. La declaración careció de lógica, porque Siemens está presente en China desde 1872, emplea a 35.000 personas y obtiene allí el 10 % de sus ganancias. Por otra parte, el gigante de la electroingeniería tiene una larga trayectoria de complicidad con regímenes dictatoriales (como el argentino de 1976-83) y nunca se preocupó seriamente por los derechos humanos. Tanto ruido hizo la declaración de Kaeser que la empresa debió ratificar su interés en seguir haciendo negocios en el mamut asiático.

La videoconferencia UE-China se realizó en momentos en que la guerra comercial entre Washington y Beijing alcanza proporciones de Guerra Fría. Muchos diplomáticos europeos reconocen que el choque entre las superpotencias los convirtió en jamón del sándwich y que amagaron con los derechos humanos para recuperar perfil.

Los delegados de la UE exigieron a China que autorice el envío de una “misión internacional independiente” de observación a Xinjiang. Se trata de una de las cinco regiones autónomas que forman parte de la República Popular China. Está ubicada en el extremo noroeste del país, abarca más de 1,6 millones de km2 y tiene una población de unos 20 millones de habitantes. Históricamente se ha conocido la región como Turquestán chino o Turquestán Oriental y está habitada principalmente por la etnia uigur, un grupo de origen turcomano y mayoritariamente musulmán. La histórica Ruta de la Seda atravesó el territorio desde el este hasta su frontera noroeste. La región fue incorporada al Imperio Chino en el último tercio del siglo XVIII y desde entonces forma parte del país. Desde 1955 tiene el estatuto de región autónoma especial.

Concomitantemente con la guerra de Afganistán y los posteriores alzamientos islamistas en el mundo árabe e islámico, desde hace unos treinta años un grupo de militantes se ha radicalizado y formado el Movimiento Independentista del Turquestán Oriental, un grupo islamista formado en escuelas coránicas financiadas por Arabia Saudita, que ha realizado ataques terroristas y se ha enfrentado con las fuerzas gubernamentales chinas. Sus militantes, financiados por EE.UU., también han combatido en Afganistán, el Cáucaso y Oriente Medio. Es, por consiguiente, comprensible que las autoridades de Beijing cerraran las madrassa más radicales, persiguieran a los independentistas, establecieran campos de prisioneros e implantaran en la región a numerosos inmigrantes de la etnia mayoritaria Han, para debilitar la influencia de los islamistas.

Europa conoce la situación y esta información no ha sido óbice para sus negocios con China en los últimos 35 años. Que ahora se escandalice es producto de la competencia entre su facción atlantista (liderada por los neerlandeses) seguidora de la política norteamericana, y las potencias mayores (Alemania y Francia) que intentan –ellas también con fuertes conflictos internos- construir una alternativa internacional independiente.

Además del gobierno norteamericano, la campaña antichina es impulsada por usinas ideológicas del mismo país que en informes sin fundamento ni fuentes verificables acusan a Beijing de llevar adelante un “genocidio cultural” en Xinjiang. Con esta campaña han impuesto su narrativa en los medios de la UE, creando una fuerte corriente antichina, crítica de las estrechas relaciones comerciales entre Bruselas y Beijing. Sólo la retrasada industria estadounidense, que cubre su incapacidad para competir con retahílas ideológicas, puede beneficiarse de este distanciamiento. Es evidente que los Estados Unidos quieren impedir todo acercamiento de Europa a China.

La alianza ruso-china, la pérdida de la vanguardia tecnológica, el retroceso forzado de EE.UU. en el Oriente Medio ampliado y la acelerada expansión de la Iniciativa china de la Ruta y la Franja (BRI, por su nombre en inglés) impulsaron al “Estado profundo” norteamericano a dar un salto estratégico, pasando de la guerra híbrida inaugurada en 2001 a la estrategia del ataque integral, fundamentalmente semiótico, comunicacional y mediático. Tanto los soportes republicanos como los demócratas dentro del mismo coinciden en totalizar aún más la estrategia bélica, hacia adentro y hacia afuera del país. Sólo difieren entre sí en la selección del enemigo principal: para los demócratas es Rusia, para los republicanos, China. El próximo 3 de noviembre debe dirimirse hacia dónde dirigir los cañones, pero con seguridad la batalla principal se va a definir en Europa.

Durante quince años Angela Merkel fue el péndulo de la oscilación europea. Más que una líder, fue la mediadora entre los atlantistas, los europeístas y los nacionalistas de todos los colores. Sus silencios prolongados y sus arbitrajes a último momento sirvieron para mantener pegada una construcción mal hecha y sin otro norte que servir de arenero a las grandes corporaciones y los bancos. Pero la presión de los neoconservadores norteamericanos, el resurgido poder de Rusia y el crecimiento de China han desequilibrado la balanza. Además, la salida de Gran Bretaña dejó a los atlantistas sin su principal sostén interno. Desacreditado su rol mediador, Merkel está tratando de llegar a un honroso final de ciclo en medio de la peor crisis sanitaria y económica de los últimos cien años. Hasta entonces el subcontinente boyará a la deriva. El piadoso deseo del belga Michel ya está cumplido en el sentido contrario: Europa es el campo del juego mundial entre la vieja superpotencia que se niega a bajar la cerviz y las nuevas/viejas que vuelven por sus fueros.

 

El autor agradece los intercambios con y la ayuda de Pepe Escobar, periodista brasileño con más de 20 años de experiencia en Asia, en la concepción de este artículo.

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