Etchevehere, Macri, Neuss: fin de las grandes dinastías
“Las grandes herencias no se reparten, se despedazan”, se le atribuye haber dicho al general Perón. Y de ser así, el caso de la familia Etchevehere de la provincia de Entre Ríos parece darle la razón. Pero no es lo único en materia de descuartizamiento de las fortunas en la Argentina de estos días. Macri no quiso quedar afuera y sumó, sin quererlo, el escándalo del libro “Hermano”, con el que Santiago O’Donnell hace revelaciones de su hermano Mariano. Allí, el más chico de los hijos de Franco y Alicia Blanco Villegas, en una mixtura triste de odio, enconos y deseos de juntar capitales, se larga a contar intimidades para (“ya ni el diablo te salva”) mostrar que esas dinastías hechas del despojo y el permanente acecho al Estado, se derrumban sin remedio.
Escribe Alejandro C. Tarruella
Jack el destripador por la herencia
“El sueño de la razón produce monstruos”, dijo Francisco Goya y un Etchevehere podría bien sugerir por trayectoria, no pensamiento –no es el fuerte de los oligarcas del descenso a los infiernos-, que “el sueño del poder y la avaricia alcanza su final en las ruinas”. También está el caso reciente de los Neuss, cuyo pope máximo despechado termina con la suerte de oscuridad de la fortuna familiar, con un femicidio. Y la familia despide a los caídos en la batalla con un acto donde se tapa todo y los infortunados son enterrados juntos negándole a la mujer, la distancia de su ejecutor. Así, las fortunas de la unión del poder y la razón presunta, parecen hoy disolverse en el tiempo y el aire en un final no lejano a las historias del oeste norteamericano. Hijos del positivismo de fines del siglo XIX, de la opulencia de la división internacional del mercado cuando vendían vacas y cueros, intentan sostenerse en esos valores en pleno siglo XXI, cuando no acaban de saber que la decadencia los atrapa.
Y falta la esmeralda para cerrar los casos más sonados de la Argentina de estos días. Esmeralda Mitre sale a poner en la calle, la interna de la familia del general empantanado en Curupaytí. Ella, como Mariano el hijo de Franco, reclama que la están afanando en la herencia, que le mienten las cifras y los papeles de la herencia como el general, que propinaba duros golpes de mentira a la historia nacional. La actriz que pregona conversar con Shakespeare pero no delata, que recientemente lo hacían con Videla, es la heredera de sus antepasados pero también –como su parentela rica- de la dictadura con Papel Prensa y los aprietes con amenazas a quienes firmaron en prisión en riesgo de muerte. Estilo que parece haber sufrido Emilio Mitre, asesinado el 2 de enero de 2006, investigado ahora por el juez Santiago Quian Zavalía, en el Juzgado de Instrucción 32. Emilio tenía acciones y según se dice, estaba enfrentado con Bartolomé, su hermano. Algunos marcan al descendiente del general como responsable.
Vamos por parte, si algo queda
Por todo eso, en la Argentina de 2020, hay varias fortunas de las pesadas en camino de despedazarse, no por crisis económica sino por razones de época. Y si “donde hay lujo siempre hay un crimen”, como expuso el sabedor Balzac, lo que se infiere es que hay en la acumulación siniestra de los años de la dictadura, un sabor a derrumbe. Y ese punto de inflexión sucede en la Argentina de nuestros días. Resulta curioso que en esa ruina sin vueltas, los poderosos subrayen en la caída, la negación del lugar de la mujer. Silvia Saravia, esposa de Neuss, iba a dejarlo, se investiga, cuando su marido, Jorge, la baleó por la espalda. En los Mitre, Esmeralda aparece como una de las víctimas del ejercicio de la ley sin ley, y en el caso Etchevehere, a Dolores, la única hija mujer de Luis Félix y Leonor, le toca ese lugar. Esa negación explícita, es parte del eje de la controversia.
Como Drácula, que cae abatido si se le muestra la luz porque vive en la oscuridad al igual que esas oligarquías, no resisten la exposición pública que desvanece su ilusión de secreto. Y como en el caso del tétano, no resisten la exposición al oxígeno. Los tres casos aludidos, parecen inducir a pensar que toda decadencia suma el crimen al despojo si la necesidad de acumular los apremia. En la historia, la década infame comenzó a derrumbarse cuando un crimen en el Senado, que tenía como objetivo a Lisandro de la Torre, acabó en 1935 con la vida del senador Enzo Bordabehere en presencia del ministro de Agricultura, ex presidente de la Sociedad Rural, Luis Duhau, quien tuvo que renunciar al ser señalado como instigador del crimen. De la Torre denunciaba en ese momento, la corrupción de la venta de carnes a Gran Bretaña. A veces, las mismas herramientas de la clase que se supone superior e inalcanzable para la ley y la pobreza, se vuelven de pronto contra ellos. Es una verdad, “la áspera verdad” como la describió Stendhal.
El mundo feliz de los bancos financieros se acaba y con él, un modo de acumulación del capital. Con sus luces y sus secretos, se termina la suma sin límites de las grandes fortunas y la voracidad de las grandes familias crece cuando se licua su poder y durante un período, nadie sabe dónde está “la ley” que los exige de la ley. Si alguien muere, si alguien es despechado, entonces se desata una guerra minúscula pero de exhibición pública. Como en “El Gatopardo” de Visconti, sucede que hay que observar ese escenario para que la política actué entonces en favor de los pueblos y los más necesitados.
La señal está clara, es severa y filosa. Los poderosos quieren encubrir la decadencia echándosela en la cara a la política para esconderla cuando ya es tarde. Mariano, Dolores y Esmeralda no les darán tiempo. Ahora cabe terminar con el Estado como botín de los poderosos para construir alrededor de él un país en pie, con sentido nacional y regional en un mundo en transformación.