Erratas de fé y políticas de desmemoria
¿Qué diferencia se puede establecer entre un ícono y un símbolo? En principio, y sin entrar en detalles, podría decirse que un ícono reúne las características más importantes de aquello que representa mientras que el símbolo se instaura a partir de una ley. Dentro del proceso de construcción de una Nación, lo simbólico es constitutivo ya que representa una parte esencial de la Historia y de la identidad que la conforman. Es por eso que los hechos y figuras relevantes en el transcurrir histórico pueden adquirir una significación u otra según se decida reivindicarlos, solaparlos o directamente abolirlos.
Por Lic. Alma Rodríguez, docente de Semiología de la UBA, integrante del Colectivo L.I.J.
Especial para InfoBaires24
Durante el desfile del 25 de mayo pasado pudo leerse, en el palco oficial, una bandera argentina con la inscripción “1816-2017”. Infinidad de menciones y comentarios -algunos en tono de burla y otros no tanto- circularon luego por las redes así como por varios medios en los que se hacía mención al garrafal error.
Sabemos que si hay alguien que por estas épocas tiene autoridad intelectual en cuestiones históricas es Felipe Pigna, quien publicó en su twitter la siguiente reflexión: “Una cosita: el 25 de mayo que inició el camino a la independencia fue en 1810. El 9 de julio de 1816 se proclama la INDEPENDENCIA”. Esa “cosita” de la que habla Pigna, y que parece cargar con una gran cuota de sarcasmo sumamente adecuado a las circunstancias, en realidad, no es más que la punta de un iceberg que desata las complejas relaciones entre Historia y memoria y que conlleva una innumerable serie de desvíos, omisiones, negaciones y, en definitiva, decisiones políticas que contribuyen a la creación de un relato histórico que no hace más que colocar en primer plano la conformación de un estado neoliberal del que parecíamos habernos librado.
En lo que va del gobierno de Cambiemos, una serie de hechos se suman a la creación de este iceberg de la desmemoria: la decisión de modificar los feriados correspondientes a las fechas patrias o vinculadas a la Dictadura como es el caso del 24 de marzo, el reemplazo de las figuras de los billetes por animales, la exaltación de determinadas figuras y no de otras, el expresar que “los patriotas debería haber sentido angustia” en el momento de la Independencia son algunos de esos ejemplos.
Es sabido que tanto las conmemoraciones como el patrimonio constituyen conceptos vinculados al concepto de memoria de manera indisoluble y que las imágenes y símbolos son una parte fundamental de la actividad memorativa de la conciencia histórica pues hacen posible la integración del pasado con el presente, incluso a partir de la eliminación o negación.
Las conmemoraciones, como una forma de retorno del acontecimiento, suponen fundamentalmente una lectura del pasado a partir de las necesidades del presente y, por su parte, también son escenarios para el despliegue de tensiones que producen efectos de sentido e interpretaciones. Forman una parte fundamental de la conformación de un relato, no como historias en el sentido estrictamente narrativo pero sí como un componente esencial que ayuda a generarlo a partir de toda su fuerza simbólica. Y esto es así porque las conmemoraciones no sólo son fenómenos que cumplen una función pedagógica, política o cultural sino que a través de ellas los colectivos sociales logran vincularse con su pasado y, en definitiva con su memoria.
Según Pilar Calveiro, “el trabajo de la memoria ha consistido en una práctica de resistencia frente al poder desaparecedor del Estado. Se ha abocado a hacer evidentes las marcas del terrorismo estatal sobre la sociedad, recuperando las voces de los agraviados y forzando la “reaparición” de lo que se pretendía desaparecido.” Y agrega: “No hay dueños de la memoria pero esta apertura es posible dentro de un posicionamiento específico en las relaciones de poder pasadas y presentes: es parte de las resistencias y ése es su sentido. El discurso de la memoria y el de la historia son hermanos”. Es que el relato histórico va fijando lo que denominamos la “versión oficial” y, por lo tanto, va dando forma a la memoria social por lo que adquiere una extraordinaria dimensión política.
Ahora bien, lo que llama la atención dentro de la construcción negacionista de la memoria histórica es “la negación de la negación” como una marca constitutiva del macrismo y que va generando confrontaciones y tensiones. Esto se evidencia en el siguiente silogismo: a partir del error, la corrección parece volverse un acto de kirchnerismo explícito. Esto es: aquel que dice que la Revolución de mayo fue en 1810 ya, sólo por decirlo, es kirchnerista.
Es evidente que lo que genera malestar, incluso llevado al odio y al insulto que, en el caso de las respuestas al twitt de Felipe Pigna se tradujeron en expresiones del tipo “callate, peronista de mierda”, no es sólo la corrección del error, la fe de erratas, sino el posicionamiento a favor de las políticas de memoria llevadas a cabo del 2003 al 2015 como eje y como columna vertebral de una política de Estado dentro de la cual hubiera sido inconcebible un fallo como el 2X1 o la presencia de fuerzas policiales dentro de instituciones educativas.
Veníamos de un país en el que, entre otras gestas vinculadas a las conmemoraciones, la mayor autoridad representada en el presidente de la Nación, Néstor Kirchner, hubo ordenado descolgar los cuadros de Videla y Bignone del Colegio Militar, donde cada acto y conmemoración tuvieron la fuerza de un acontecimiento histórico y un poder simbólico pocas veces logrado en la historia.
Frente a esto, el macrismo propone un país de cuadros que vuelven a colgarse y la negación así como la minimización del error . Este posicionamiento frente a las políticas de memoria lejos de contribuir a la conformación de una Nación libre y soberana nos lleva a sospechar que el próximo nueve de julio quizá aparezca colgado algún cartel oficial en el que pueda leerse “Feliz día de la Dependencia”.
