
Emilio Monzó es un hábil negociador bonaerense. Sabe ir, volver, arremeter y detenerse ante un riesgo. Es de esos políticos que saben convivir en la incertidumbre. Así soportó que Macri lo rechazara, luego de ser uno de los principales armadores de su fuerza política, cuando propuso –hombre flexible al fin- sumar peronistas en el momento en que Cambiemos comenzaba a hacer agua.
Escriben Ignacio Campos y Alejandro C. Tarruella
Al mismo tiempo que conversa con Frigerio, menos con el pretencioso Marcos Peña, puede reunirse con sindicalistas duros y otros exponentes del peronismo, y mantener líneas de comunicación con el Papa Francisco.
Hace dos semanas que el periodismo habla de su partida, que nunca termina de ser un rompimiento formal. ¡Cómo! ¿Monzó puede inaugurar un cuadro que se exprese por un “me voy pero me quedo”, “estoy pero no estoy”, un juego de prestidigitador que merecería ser comparado con la descripción que dio el poeta Raúl González Tuñon? Dicen que estaba cansado de los desplantes del niño bien Mauricio y anunciaba, decían, que se iba, que no competirá en 2019 y que incluso, aceptaría una embajada si el hijo de Franco se la ofreciera. No se dice que su horizonte tiene opciones de mayor altura.
Hay algo que no cuadra. ¿Se va pero acepta una embajada? Lo cierto es que Monzó huele que los vientos para Cambiemos no son propicios y su cercanía de trato con políticos del peronismo, encumbrados dirigentes sindicales con los que conversa, los propios que ensayan partidas en el caso de una diáspora macrista, le hacen sentir que tiene futuro en un escenario más negociado, de frentes políticos y unidad a pesar de las diferencias.
Esa es la clave de sus amagues a lo Orteguita. Monzó anuncia que hay un nuevo escenario políticos en ciernes. El reciente discurso de Cristina explica, además, que el mundo es otro. El neoliberalismo retrógrado y globalizador pierde espacio ante el avance de China, de Rusia, de la India, ante el Brexit de Gran Bretaña y el rol de Alemania en la alicaída Europa, donde el Papa Francisco pasa a ser uno de los principales negociadores en el plano internacional. Y hay que navegar en esas aguas.
El reciente discurso de Cristina explica, además, que el mundo es otro
Cambiemos avanza contra lo que sea, lo hacen Macri y sus subordinados todos los días. No reparan en que existe una historia que habla en términos presentes. Van contra los trabajadores, contra los estudiantes, contra los vecinos, creyendo que el país es solo una gran caja en la que se puede adelgazar golpe a golpe, saqueo tras saqueo.
Carecen de movimientos de espera para reflexionar o marcha atrás, todo es hacia adelante y con los ojos cerrados. Monzó no cuadra con ese espíritu de patroncito engreído que cree que puede inventar la historia y hacer lo que se le ocurre. Y Argentina tiene capacidad de aguante a los soberbios, a sus heridas, pero en ocasiones difíciles, se los lleva puestos. Y Monzó tiene una estirpe diferente.

¿Cuál es el camino?
No se define aún hacia dónde va. Lo natural es que vaya al peronismo de la Federal, dicho de este modo porque su mayor exponente, Miguel Pichetto, parece por momentos hablar de fajina, con chapa y machete. Ellos lo dan como propio y dicen estar armando un bloque con el Gringo Schiaretti, el demolido Massa, el desvalido Urtubey y algunos otros dirigentes que siempre ven a la política como un estamento mercantil al que se lo mide en la traba de pérdidas y ganancias.
Hay que observar que, como Monzó, Pichetto está herido con Macri, las cosas no vienen bien por ese lado y no parece dispuesto a ser el Randazzo 2019. No tiene peso en su provincia y su valor está dado por su hábil soledad en el Senado. Monzó puede elegir ese palo o no.
Por eso, no hay que dar mucho por el Performismo Federal ni el juego de las embajadas. Recuérdese que en su “Diccionario del disidente”, el humorista Armando Chulak definía al embajador como un “desterrado a sueldo”. Puede, aún distanciado de María Eugenia, la patrona bonaerense, que lo ve como un obstáculo a expulsar, volver sobre sus pasos para mantener su lugar en Diputados y, mirando sobre Roma, entregarse a la dulce esperanza de observar un poco más adelante.
Como Maquiavelo, sabe que “La naturaleza de los pueblos es muy poco constante: resulta fácil convencerles de una cosa, pero es difícil mantenerlos convencidos”. Por lo tanto, un político puede expresarse o también hacer silencio –como elige Monzó- mientras estudia qué decir y escoge si quiere ser gobernador de la provincia de Buenos Aires por una fuerza de inspiración peronista que apueste a recortar el intento de María Eugenia, sometida hoy a una presión que siente también el hombre de Carlos Tejedor.
Como Maquiavelo, sabe que “La naturaleza de los pueblos es muy poco constante: resulta fácil convencerles de una cosa, pero es difícil mantenerlos convencidos”
Monzó deberá esclarecer si su oportunidad depende de la voluntad o de la circunstancia, no de Massa o un neorandazzismo de raíz rionegrina. Seguro que leyó y releyó, o acaso la escuchó, a Cristina en la Contracumbre, y sabe que hay que contar con algunos elementos más para saber dónde está y así disponer de su saber para mover las piezas.
El escenario, no está mal repetirlo, es otro, novedoso, complejo, y exige nuevas respuestas. Macri pertenece a una escena que mutó, en términos cercanos a los que expresó la conductora peronista. Si bien Vidal se dejó crecer los cabellos y se hizo ondas, a lo Cristina, la expresión angustiada de su rostro, indica que con eso no basta. Hay que recordar aquello de que “lo que natura non da Salamanca non presta”.
Además, en un mundo donde economistas como Walter Formento sostienen que ya no hay mercado sino corporaciones, y se avecinan definiciones internacionales como la nueva moneda China, en un país que avanza hacia un cambio al que hay que ponerle contenidos, lo que un político con aspiraciones puede hacer es estudiar en profundidad, en movimiento, y no sentirse apremiado por aprietes y falsas promesas.
Todo depende de si se dispone a mirar la coyuntura o, por lo contrario, observa la historia. Siempre, como avizoró Cristina, en la mutación, claro.





