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El líder laborista británico Jeremy Corbyn se presentó como el próximo premier

A cinco meses de ser ninguneado de cara a las elecciones de Junio que anticipaban una victoria demoledora de los conservadores, el líder del Partido Laborista, Jeremy Corbyn fue coreado  como una estrella de rock y se presentó con incuestionable credibilidad como el próximo primer ministro en el Congreso Anual del Partido Laborista celebrado en Brigton. “Estamos en la antesala del gobierno. Hay un nuevo consenso que surgió del crash de 2008 y años de austeridad. Este año, 2017, es el año en el que la política finalmente sintonizó con lo sucedido en la economía de 2008. Nosotros hoy somos el consenso”, dijo Corbyn a una audiencia que explotaba en aplausos permanentes.

Con el gobierno conservador desorientado y profundamente dividido por el Brexit, con una economía que está sintiendo el impacto de la lenta, negociada ruptura con la Unión Europea (UE), con la caída de la libra y el aumento de la inflación, con salarios congelados y atentados terroristas, con el incendio de la Torre de Grenfell en junio que mostró las profundas fisuras de la sociedad, Corbyn prometió un país  “for the many and not the few” al fin de un discurso que terminó con los cientos de delegados de pie cantando “power to the people”. La retórica no es nueva. La novedad es que, lejos de ser percibida como parte de una protesta testimonial y folclórica, la propuesta laborista ha ganado un alto grado de aceptación en la sociedad británica. En su última edición, nada más y nada menos que el The Economist, ponía a Corbyn en su portada y un título revelador: “The most likely next prime minister” (el más probable nuevo primer ministro).

Mientras los ministros y diputados conservadores se pelean públicamente sobre el tipo de Brexit que quieren y cometen furcio tras furcio con la UE, en la conferencia anual Laborista las divisiones y guerras abiertas que hubo en los primeros tres meses del año entre Blairistas y Corbynistas han desaparecido o han quedado relegados por este aroma a poder que exhala hoy el laborismo.

Corbyn no tuvo que dejar ningún principio en el camino para lograr este vuelco. En la congreso en Brighton el líder laborista reivindicó los temas y el lenguaje que dio origen al partido a fines del siglo XIX, y le dio un sabor de siglo XXI en el que no descartó hablar del “peligro”, pero también de la “oportunidad” que significan los avances de la robótica “si la ponemos al servicio del pueblo”. En 75 minutos de discurso, atacó la Austeridad y un Thatcherismo que han dejado un modelo que ha fracasado como –indicó con cierto regocijo– señaló recientemente el Financial Times al decir que “estamos igual que cuando fue el estallido financiero de 2008”.

El programa Corbynista, encapsulado en la exitosa plataforma partidaria de las elecciones de junio, prometió el fin del virtual congelamiento salarial estatal, vigente desde que los conservadores asumieron el poder en 2010, terminar con los sistemas de inversión público-privada que resultaron en deudas para el sector público y pingues ganancias para el sector privado, con frecuencia manejadas desde una sociedad opaca en un paraíso fiscal, e insistió una y otra vez en la necesidad de un nuevo modelo que gire en torno a la inversión en infraestructura, vivienda, salud y educación, y en una reforma fiscal progresiva en la que el 5% más rico de la sociedad y las corporaciones contribuyan más y se ataque frontalmente la evasión offshore que desfinancia al estado y es una de las razones profundas del déficit fiscal.

En cuanto al Brexit, el Corbynismo logró plasmar durante el verano una posición que lo mantiene más allá de las tensiones que desgarran al partido Conservador entre los que quieren un nuevo referendo sobre la permanencia en la Unión Europea y los que están a favor de un Brexit que respete el resultado del referendo de junio del año pasado. El laborismo propone un acuerdo con la UE que le dé prioridad a las ventajas económicas del bloque, una transición de cuatro años en la que el Reino Unido permanezca en el mercado unificado europeo y la Unión Aduanera (idea que los conservadores copiaron, pero reduciéndolo a dos años) y quieren una votación parlamentaria y popular sobre el acuerdo al que se llegue, puerta entornada para una posible permanencia en la UE.

En todos estos puntos el partido de Corbyn, hasta hace poco pintado como la izquierda dura británica, está mucho más cerca de los empresarios y la city (y los sindicatos) que los conservadores. Las diferencias que existen respecto a la UE en el interior del partido son más estratégicas. Los Blairistas buscan volver al status quo previo o a un Brexit tan soft que resulte casi idéntico al que existía antes del referéndum. Corbyn y su portavoz en economía y virtual número dos, John Mc Donnell, apoyan la agenda social de la UE y la unidad transeuropea como contrapeso a Estados Unidos y China, pero tienen reservas a la agenda neoliberal que se ha filtrado en la UE desde fines de los 80. Esta agenda podría ser un obstáculo para el estímulo fiscal y el intervencionismo estatal que propugna el Corbynismo, pero por el momento, pertenece a un futuro lejano: el presente es el poder.

El optimismo reinante en el Congreso anual precisa un poco de contexto. Los conservadores obtuvieron una victoria pírrica en junio que los dejó en minoría parlamentaria, pero con un mandato de cinco años que expira en mayo de 2022. En la práctica May podría renunciar antes de navidades o arrastrar su gobierno por un mar de crisis internas hasta concluir en marzo de 2019 el Brexit y dejarle al próximo líder conservador y primer ministro que lidie con la resaca del acuerdo.

“Nadie puede predecir nada hoy en día. Corbyn puede ser primer ministro el año próximo, en cinco años o nunca. El desastre del Brexit y su impacto político y económico es igualmente imprevisible. Pero el laborismo gana credibilidad día a día, su equipo dirigente es impecable y se nota también en el desempeño de alcaldes y jefes municipales laboristas en comparación con los conservadores de Kensington y Chelsea. Aún así, la dura verdad es que la suerte del laborismo depende menos de su propio talento que de la impredecible fortuna e irracionalidad antieuropea del caótico partido que hoy gobierna el país”, señaló en  The Guardian Toynbee.

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