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El gobierno desactiva los ataques golpistas avanzando con una agenda racional y democrática

Hay algo tal vez más pesado que la herencia que dejó el neoliberalismo: la conducta de los propios macristas como oposición al actual gobierno. Aunque los desafíos de gestión que enfrenta la administración de Alberto Fernández son enormes, no es menos difícil lidiar con las constantes operaciones de desgaste a las que apela la derecha como único recurso para acelerar su retorno al poder. Sin embargo, una gestión democrática y racional terminará imponiéndose sobre la política del conflicto permanente.  

Por Claudio Siniscalco

Frente a una minoría que intenta someter al Estado de Derecho, el gobierno del Frente de Todos desactiva, no sin problemas, la estrategia macrista del conflicto permanente. Y lo hace con gestión y con la consigna de que el autoritarismo y la irracionalidad solo se superan con más democracia, sensatez y sentido de la solidaridad.

La utilización del odio y de la mentira para imponer intereses minoritarios no es nueva

Lo que sí aparece como novedoso es la sorprendente irracionalidad de las consignas que agitan los militantes ultraderechistas. Sin anclaje en la realidad, su discurso altera las reglas del intercambio democrático. Para colmo, el encierro por la pandemia parece haber potenciado la capacidad de autosuperación en el ridículo, tanto en militantes rasos como en dirigentes de renombre.

Si bien es cierto que Juntos por el Cambio puso palos en la rueda desde el inicio de la actual gestión, el macrismo superó la etapa de los hechos aislados y terminó asumiendo su carácter destituyente, sometiendo a los argentinos al estrés permanente a partir de la generación de un clima irrespirable.

El avance del gobierno en varios temas no hizo más que enfurecer a una oposición sin otros argumentos que el odio y la defensa de los privilegios de la clase dominante. El manejo de la emergencia sanitaria; el auxilio económico a millones de ciudadanos y a miles de empresas (IFE, ATP); la entrega de medicamentos en forma gratuita a los jubilados; la elección de nuestro país para desarrollar la vacuna de Oxford; el congelamiento de tarifas; la declaración como servicios públicos de internet, TV y telefonía celular; el lanzamiento del satélite Saocom 1B; la exitosa restructuración de la deuda externa; son algunas de las iniciativas llevadas adelante. Otras, como la reforma judicial y el tributo extraordinario a las grandes fortunas, deberán sortear el bloqueo del macrismo en el Congreso.

Fin de la «moderación»

En los últimos días, el gobierno debió desactivar un levantamiento de la Policía Bonaerense. Para aumentar los atrasados sueldos de sus efectivos (que el gobierno de María Eugenia Vidal redujo en más de un 30 por ciento), Alberto Fernández decidió recuperar para la Provincia una parte del despojo perpetrado por Macri en 2016, cuando decidió por decreto una excesiva e injustificada transferencia en favor de la Ciudad de Buenos Aires, el distrito más rico del país, gobernado por el “moderado” Horacio Rodríguez Larreta.

Por si alguien todavía tenía dudas, la decisión de Larreta de acudir a la Corte demuestra precisamente que las diferencias entre «duros» y «moderados» dentro del PRO son solo cosméticas, y plantea un escenario de enfrentamiento con el gobierno nacional, luego de tantas fotos “en equipo” que seguramente le rindieron en las encuestas que tanto mira el jefe de gobierno porteño.

Alberto Fernández decidió recuperar para la Provincia una parte del despojo perpetrado por Macri

Por supuesto Larreta se victimiza y acusa al Presidente de romper el diálogo, pero su falta de argumentos para ir a la Corte es tan evidente que sería un escándalo que el máximo tribunal le diera la razón.

Cuando ganan las elecciones, saquean a la sociedad y al Estado en beneficio de la minoría a la que representan. Cuando las pierden,  ejecutan el terrorismo mediático, político y judicial para desgastar al gobierno y retornar al poder. Ambas conductas someten a la sociedad a un sistema perverso en el que las reglas de la democracia no tienen la capacidad de procesar el conflicto permanente.

La política es representación de intereses, y los intereses se imponen por la fuerza o por el consenso. El Presidente tiene una marcada inclinación al diálogo, pero la democracia impone un límite a las conductas antisociales y le asigna el rol de conducción del país a quienes ganan las elecciones. Los argentinos decidieron hace menos de un año que esa función le corresponde al Frente de Todos.

Y no falta mucho tiempo para que la mayoría que decidió el fin de la pesadilla neoliberal recupere la calle, el protagonismo activo en defensa del gobierno democrático.

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