Escribe Alejandro C. Tarruella
Tiene entre manos la difícil tarea de sostener un canto de olvidos y presentes que se entreveran con rigurosa sencillez en los asuntos del pueblo. Para cantar recurre a la poesía en la que la adversidad traza su huella para alcanzar un punto de belleza en las que se encuentran las razones de los hombres. Una verseada no es cuestión de juntar palabras en el atajo donde anda Orlando Vera Cruz, es un desafío que lo lleva a los pueblos, al contacto directo con las personas con las que comparte vivencias para tomar de allí como si hallara el polen, el material de su canto.
Más o menos así, guitarra y sentimiento, van forjando un acontecer que es su misma trayectoria en la que vagan otras tantas vivencias profundas que hacen de él –como los antiguos trovadores que llevaban la narración de los sucesos de pueblo en pueblo- un cantor de asuntos de nuestra existencia. Y ese trajín siempre tiene una patria, un pueblo, una palabra y un canto.
Nació como Orlando Luis Cayetano Pais, un 7 de agosto de 1944 enSanta Fe. De gurí sus padres lo llevaron a Santo Tomé y allí hizo danzas folclóricas y estudió canto y guitarra. Podría decirse que la gente y la tierra lo condujeron hacia una vocación profunda de la que jamás podría desprenderse. Hubo una influencia que habría de marcarlo para siempre, la del poeta Julio Migno. Migno es una resurrección hernandiana en territorio santafecino. Conocía el idioma de los tapes del río, el mestizaje gaucho que desandaba una geografía generosa y a veces hostil (el río muestra sus dientes a los hombres sobre la tierra firme y hace de barro una cultura que se afirma en un continente de hombres dispuestos a domar las inclemencias para convivir con ellas), y lo transformaba en un testimonio universal, singular y perdurable. Y encontró en Vera Cruz al cantor que podía ser el viento que repartía la semilla de esa poesía decidora, directa, a veces alegre, a veces triste y hasta desoladora, que expresaba –como lo hizo el Martín Fierro- una cosmogonía de pobres cuyo camino debía quedar plasmado en la historia porque es único.
Orlando Vera Cruz reconoce sus primeros pasos así: “Comencé desde niño cuando me mandaron a estudiar música. Mi papá, de Entre Ríos, tocaba la guitarra a lo zurdo y yo quería imitarlo pero me resultaba imposible ya que estaba acordonado al revés. Por su parte, mi madre, nacida en Santa Fe, cantaba muy bien y era seguidora de Gardel. Ellos me transmitieron el gusto por la música y la tradición de nuestra tierra, nuestra patria. Años después, en la escuela primaria, la maestra me enseñó un poema titulado ‘Canto a la libertad’, escrito por Julio Migno, un gran maestro que me marcó como si me entregara una antorcha para que uno siga en la tesitura de intentar mostrar nuestra provincia” y sintetizó: “Si vos leés la poesía de Migno cuando dice, Vivo en el ala ´el chajá y en la garganta del tero; soy zambullida ´e biguá, correntada ´e Paraná y un camalote viajero. Soy la que soy compañero, sentís un poder inmenso que te hace querer ser protagonista”.
Anduvo así, con la voz de Migno y la suya propia, con «Los Litoraleños», y un reconocimiento, «Revelación Cosquín 1974» y «Consagración Cosquín 1975″, puso en conocimiento de todo el país su obra y»Costera, mi costerita», se convirtió en una canción compartida que podían cantar otros y ser silbada en la calle. Digamos que los reconocimientos lo emocionaron pero no hicieron mella de su sencillez y su sonrisa franca. Obtuvo el «Martín Fierro» de A. P. T. R. A. en 1973, al mejor programa de interés cultural de Canal 13 de Santa Fe, Palmera de Plata Guadalupe 1975, y Gurisito de Bronca del Festival Paso del Salado 1977. Lo más importante es que en cada ocasión, hubo una persona sencilla que seguía su trayectoria y sintió que ese reconocimiento, era también suyo. Podía cantar, “De sombrero con barbijo, manta cruzada en la cruz, iba en caballo estrellero,mi abuelo como una luz”, y recoger para los otros un trazo luminoso de la vida de un hombre sencillo que llevaba en su sentimiento como lo hacía al describir Santo Tomé y desgranar en canto: “Voy por las calles de mi ciudad,/ El río salado pasando va,/ Cuando la vida no vuelve atrás, /No vuelve atrás…”.
los reconocimientos lo emocionaron pero no hicieron mella de su sencillez y su sonrisa franca.
Palabras enteras para años duros
Cantar las cuestiones que hacen a las personas, los asuntos comunes y volcarlos en una mirada social que puede cuestionar la injusticia y la pobreza, se tornó peligrosa para los cantores. Vera Cruz no fue ajeno y hacia 1976, como Fierro, opinando, sufrió las consecuencias de la dictadura que sometió al país. Solidario y decidor, tuvo que emigrar y encontró en algunos países, caso Venezuela, un reconocimiento a su aporte artístico. Su retorno sorprendió nuevamente al público argentino y la discográfica Odeón lo contrató para hacer conocer en 1985, «Qué tendrás, pago», «Pilchas gauchas» en 1986, «Provincianía» en 1988, para continuar con «Corazón de río» en 1990, «El canto santafesino» en 1992, «Bajo un mismo cielo» en 1999 y «Estrellero» en 2001.
Fue en esos años cuando en una presentación en el Bauen de Buenos Aires, Eladia Blazquez lo presentara como un creador que cantaba dentro de una originalidad notable. Ella insistió al público, que lo ovacionaría, que debían escucharlo con interés porque traía un mensaje diferente. Poner en su voz la voz de Julio Migno significaba sorprender al público desde la razón insoslayable de los más humildes y su palabra, era siempre la palabra de la tierra.Y decidor sin pelos en la lengua, suele opinar con intención: “La palabra cultura proviene de cultivo. Si no sé qué está plantado o qué árbol estoy mirando, por más que reviva a Shakespeare, no soy un tipo culto. Es culto aquél que sabe lo que está mirando en la tierra y en el aire. Entonces, una vez adquiridos esos conocimientos se pueden hacer canciones en las cuales volcarlos. En cambio, si no hay conocimiento de la región, podés escribir ‘Abarajame la bañera’, ‘Estoy saliendo con un chabón’ o ‘A mover el culo’. Eso tiene que ver con diferentes posiciones ideológicas, porque para mí hay que intentar que los oyentes conozcan un poco más el lugar del mundo que habitan, hay que tratar de habitar intelectualmente a la tierra, no sólo físicamente”. Y es capaz de advertir: “La colonización ingresa en el individuo que no tiene formación. Así como sin raíz un árbol no puede soportar un ventarrón, un pueblo para sostenerse tiene que tener raíz y esta raíz es la cultura que cada individuo tiene de su región y de la tierra que habita. Si la cultura que se incorporó es prestada, uno se queda con lo extranjero. Entonces, hay que librar una nueva independencia”.
La palabra cultura proviene de cultivo. Si no sé qué está plantado o qué árbol estoy mirando, por más que reviva a Shakespeare, no soy un tipo culto.
“Punta Cayastá” es un himno o el malambo de la globalización un cantar con intención mientras la costerita continúa siendo un saber de la gente que el cantor descubre para conocer su propia identidad. En noviembre, la Cámara de Diputados de la Nación, le entregó un reconocimiento de manos de su presidente, Julián Domínguez, y Vera Cruz sacudió al público cuando interpretó a Migno y cantó sus propias canciones. Guitarrista fino, cantor sutil, directo según lo exija la ocasión, conoce el difícil oficio de enfrentar a la colonización cultural. Él sabe cómo explicarla allí, en el Congreso Nacional, en un pueblo de río intenso o en Sauce Viejo, donde encuentra la comunión de sentimientos que lo lleva a la costa. Allí navega su saber de hombre de pueblo que con una guitarra es capaz de cantar sus verdades al viento.