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El atlantismo reivindica su “occidentalidad” a los palos

Después de la reunión del G-7 y de la Conferencia de Seguridad de Múnich, la UE disfraza su incapacidad política y su sumisión a EE.UU. con nuevas sanciones contra Rusia

por Eduardo J. Vior

Eduardo J. Vior

A falta de inteligencia para proponer soluciones políticas a la creciente fractura de su continente, los ministros de relaciones exteriores de los 27 países de la Unión Europea acordaron el lunes 22 nuevas sanciones contra funcionarios del gobierno ruso por la condena a Alexei Nawalny. El encuentro sucedió a la reunión del G-7, el grupo de los siete países más industrializados del mundo, y acompañó el inicio de la Conferencia sobre Seguridad de Múnich. En las tres instancias se celebró “la vuelta” de Estados Unidos al escenario europeo y se proclamó a viva voz la solidaridad trasatlántica, es decir, el alineamiento contra Rusia y China. Pero las proclamas no remplazan la política y el bloque europeo se va a ver muy pronto confrontado con una acumulación de conflictos que no sabe ni puede resolver solo. El atlantismo no es un camino para la instalación de Europa en el mundo.

Las sanciones propuestas por los jefes de la diplomacia europea afectarían a cuatro funcionarios de primer nivel del Ministerio Público, la seguridad y el sistema penitenciario ruso vinculados con la decisión judicial de hacer efectiva la condena contra Alexei Navalny. En 2014 el opositor y su hermano Oleg fueron condenados por fraude comercial y blanqueo de capitales. En el caso de Alexéi se suspendió la ejecución de la pena de 3,5 años de prisión, mientras que su hermano purgó la condena y salió en 2018. Si bien el Tribunal Europeo de Derechos Humanos cuestionó en 2017 la sentencia rusa, su fallo no es vinculante para la Justicia de la Federación. Por lo tanto, en 2018 el Tribunal Supremo de ese país confirmó el veredicto. En agosto de 2020, en tanto, Navalny ingirió veneno durante un viaje por Siberia y con autorización expresa del gobierno ruso fue trasladado a Alemania, donde cursó una lenta recuperación hasta fin de septiembre siguiente. Si bien nunca se llevó a cabo una investigación internacional acordada y confiable y nunca se presentaron pruebas que inculpen a alguien en particular, los medios y gobiernos occidentales continúan acusando a Vladímir Putin por el hecho.

El 28 de diciembre, dos días antes del vencimiento de la pena suspendida, el SPF acusó a Navalny de haber incumplido su obligación de presentarse regularmente ante las autoridades y solicitó su captura. El reo regresó entonces a Rusia el 17 de enero de 2021, siendo detenido inmediatamente. Al día siguiente fue enviado a prisión preventiva, hasta que el 15 de febrero pasado la Corte ordenó efectivizar su detención en un penal de Siberia.

Sin gestos ostensibles de mediación ni haber recabado públicamente las informaciones pertinentes, el ministro alemán de Relaciones Exteriores, Heiko Maas (socialdemócrata) y otros colegas exigieron inmediatamente la adopción de nuevas sanciones contra autoridades rusas. Al hacerlo, desoyeron al embajador ruso ante la UE, Vladímir Chischov, quien advirtió que una nueva ola de sanciones sería “adecuadamente” respondida por su gobierno.

La relación entre la Unión y Rusia ha estado muy tensionada en los últimos tiempos, no sólo por el caso Navalny. La construcción del gasoducto North Stream II, para el que este lunes ya se solicitó la autorización alemana para concluir su construcción en aguas de la RFA (está listo en un 95%), ha suscitado también protestas de círculos atlantistas de Bruselas. Del otro lado, Rusia ha reclamado acerbamente contra la realización de maniobras de la OTAN en Polonia y Lituania. Finalmente, aumentó asimismo la desconfianza mutua la reticencia de numerosos dirigentes europeos contra la vacuna Sputnik V, que por fin debieron rendirse ante la necesidad y comprarla.

La decisión de los ministros de relaciones exteriores de la UE fue inmediatamente posterior a la reunión del G-7 el pasado viernes 19 y acompañó la apertura de la Conferencia de Seguridad de Múnich. Debe ser, por lo tanto, analizada en este contexto. En la reunión del G-7, realizada de modo virtual, se celebró “la vuelta” de Estados Unidos a las instituciones globales, como el Acuerdo de París, la OMS y la OMC. En el encuentro los líderes del G-7 se comprometieron a intensificar la cooperación internacional para superar la pandemia y a “trabajar juntos y con otros para hacer de 2021 un punto de inflexión para el multilateralismo”, subraya el comunicado final.

Llamativamente, a la reunión no fueron invitados ni Vladímir Putin ni Xi Jinping, lo que motivó un sarcástico comentario de la vocera del Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia, Maria Zajarova: «considerando que en la agenda se mencionaban temas como ‘Prioridades para la Acción Global,’ ‘Lucha contra la Pandemia’ y ‘Enfrentar el Cambio Climático’, la lista de participantes es extremadamente desconcertante», señaló. Y observó: «Problemas que afectan a toda la humanidad se discuten en un formato muy limitado. En lugar de invitar también a Rusia y China, se los ha tratado como amenazas a confrontar». Zajarova enfatizó finalmente el reclamo ruso, para que haya una cooperación amplia en base a una agenda común y en el marco de las Naciones Unidas.

El tercer hito atlantista del fin de semana lo marcó la Conferencia de Seguridad de Múnich, que comenzó el lunes 22. Esta reunión se realiza anualmente en la capital bávara y congrega a los principales fabricantes de armamentos del mundo, líderes políticos y empresarios. Por ello ha servido desde el fin de la Guerra Fría y hasta hace pocos años, para confrontar las visiones de las principales potencias sobre la paz y la seguridad en el mundo. Sin embargo, en los últimos tiempos ya no fueron invitados los presidentes de Rusia y de China. Este año, además, se está celebrando en forma virtual.

Fiel a las demandas del militarismo, el presidente Joe Biden aprovechó allí su discurso para proclamar la lealtad de su país a la OTAN. «Los Estados Unidos están absolutamente comprometidos con la Alianza Atlántica», afirmó, mientras que Angela Merkel anunciaba que «Alemania está dispuesta a permanecer más tiempo en Afganistán». «El retiro de las fuerzas [de la OTAN], aclaró, no debe servir para que alcancen el poder las fuerzas que no corresponden».

El discurso de Biden en Múnich fue recibido con euforia por varios dirigentes europeos. Curiosamente la conferencia tiene como lema “Más allá de la desoccidentalización”. Es que el año pasado se dedicó al surgimiento de los nacionalismos en los países occidentales y estuvo concentrada en la “desoccidentalización” (Westlessness). Ahora, vueltos los demócratas al poder en Washington, los líderes del “mundo libre” depositan todas sus esperanzas en el retorno del atlantismo.

El presidente Biden ha expresado claramente que pretende retornar a los viejos buenos tiempos de la década de 1990, cuando EE.UU. era la potencia militar suprema que ordenaba un mundo de tres cabezas (Estados Unidos, Unión Europea y Japón) y los líderes europeos lo siguen, porque no se les ocurre otra solución. Sin embargo, el atlantismo está completamente fuera de lugar en 2021. En 2020 China se ha convertido en el primer socio comercial de la UE, pero ésta sigue dependiendo del paraguas nuclear norteamericano. Si la confrontación entre Beijing y Washington se agudiza nuevamente, Europa (y muy especialmente Alemania) se va a ver tironeada por ambos lados. Las farmacéuticas occidentales se han demostrado incapaces de abastecer al continente con vacunas suficientes y en el plazo acordado, de modo que los europeos debieron recurrir a Rusia. Como lo demostró la escasez de combustible ocasionada por los fríos extremos de este invierno boreal, tampoco pueden depender unilateralmente de los envíos de gas licuado de EE.UU. y precisan el fluido ruso.

El comercio, las finanzas, la energía, la salud pública de Europa y su seguridad contra la verdadera amenaza (el crimen organizado) requieren de cooperaciones multilaterales. Nuevas sanciones económicas contra Rusia sólo van a dañar a las poblaciones de ambas partes y a abrir una fosa insalvable en medio del continente, sin resolver ningún problema. Los dirigentes europeos no van a encontrar el camino de la “reoccidentalización” que tanto añoran dando palos de ciego, sino buscando cooperaciones multidireccionales para resolver los tremendos problemas de sus poblaciones. ¿Cuánto tendrán que sufrir los pueblos, hasta que se den cuenta?

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