
El 26 de septiembre de 2023 se perdió el rastro de María Luz Herrera, joven jujeña que se encontraba en la ciudad chaqueña de Sáenz Peña cuando se produjo su desaparición. Desde aquel día, su nombre se volvió ausencia y bandera. Dos años después, sus padres, Cecilia Leaño y Sebastián Herrera, siguen en pie reclamando lo que el Estado aún no supo darles: respuestas claras y justicia.
La investigación judicial avanzó con pasos desiguales. Recién un mes después de la desaparición fueron detenidos Ezequiel Florentín Godoy, ex pareja de María Luz, y su padre, Darío Ismael Godoy Ojeda, ambos oriundos de la localidad de Villa Ángela. Están imputados por femicidio, Ezequiel Godoy como principal sospechoso y su padre como partícipe primario.
Ella se encontraba conviviendo con Ezequiel Godoy en un departamento de las calles 12 y 29 de la ciudad chaqueña y las medidas ordenadas por la fiscalía apuntaron a ese domicilio y al de su padre, Darío Godoy Ojeda, como piezas clave para la investigación. Hubo allanamientos que dieron como resultado el secuestro de prendas de vestir que la madre de María Luz reconoció. Y el celular de la joven se hallaba en poder de Darío Godoy, el padre del sospechoso, al momento de la detención de ambos. El aparato había sido reseteado y había borrado todo su contenido.
Ese 26 de septiembre de 2023 la línea telefónica de María Luz había sido desactivada, sus cuentas en redes sociales cerradas y su billetera virtual también se había inhabilitado, lo que despertó la alerta en su madre y radicó la denuncia por desaparición.
Poco después de un mes, Cecilia Leaño viajó a la ciudad chaqueña con su abogada Carolina Aquino para acceder al expediente y continuar con los avances de la causa. En esa ocasión, Cecilia regresó con “Nay”, el gato que María Luz se había llevado desde Jujuy con ella y que, en comunicación con sus padres, siempre era partícipe por la importancia que tenía la mascota como parte de su vida. Cabe destacar que el mismo se encontraba en el departamento del asesino, siendo una prueba más de la convivencia y del último contacto que tuvo la joven con su feminicida. Nunca se iría a ningún lado sin su gatito.
Las pericias informáticas pudieron recuperar mensajes del teléfono de Godoy donde le pide a su padre balas y un revólver el 26 de septiembre, y días después de la desaparición de María Luz se lo registró comprando un bidón de nafta. Todo esto pone al descubierto la mentira de Ezequiel Godoy, su ex pareja, quien sostuvo en público que “hace tiempo no la veía” y que ella se había ido voluntariamente.
Sus verdugos, ambos detenidos, mantienen un pacto de silencio hasta el día de hoy. Ese silencio es un crimen adicional porque no solo desaparecieron a María Luz, sino que también condenan a un tormento sostenido a sus seres queridxs, viviendo atrapadxs en preguntas sin respuesta que desgarran el alma y comprimen el corazón. La negativa a hablar, a contar lo que saben, perpetúa la desaparición en el tiempo. Así, la ausencia se vuelve infinita cuando la verdad se retiene con la violencia del silencio que prolonga la impunidad.
Este pacto de silencio no es un hecho aislado: remite a la estrategia más cobarde de los genocidas de la última dictadura cívico-militar-eclesiástica. Así como los responsables de secuestros, torturas y desapariciones en los años del terrorismo de Estado callaron, negaron y encubrieron, también hoy se sostiene esa misma lógica perversa. En ambos casos, el silencio se vuelve un arma que ataca directamente a la verdad, a la memoria y congela la justicia.
En diciembre de 2024 aparecieron restos óseos en una obra de Villa Ángela: los estudios forenses todavía deben confirmar si pertenecen a la joven. En 2025, mientras la causa se encamina hacia un juicio por jurados, la familia denuncia demoras y exige celeridad.
La madre de María Luz, en su búsqueda por mantenerla presente al cumplirse un año de su desaparición, impulsó la realización de murales en Jujuy y en Chaco. Entre girasoles, el rostro de su hija quedó plasmado como un grito visual contra el olvido, como una forma de resistir el pacto de silencio y de reclamar verdad frente a las paredes mudas de la Justicia.
A dos años de su desaparición, se hacen eco las palabras de su madre Cecilia, quien refería a la herida que en fechas que antes eran celebración hoy se abren con profundo pesar: “No hay nada que festejar cuando el alma está rota, cuando el dolor te atraviesa y no te deja vivir, cuando te falta un pichón en tu nido… Desde septiembre de 2023 mi alma no tiene paz, mi hija mayor no está, no está la Luz de mi vida” (Diario TAG).
Y el dolor de su padre, Sebastián Herrera quien expresó: “Cada día que pasa es muy doloroso, la incertidumbre te come la cabeza, te mata, te arranca el corazón porque vos no sabés qué pasó” (Somos Jujuy). Y recuerda lo que más duele: “Pasó un año y no sé qué hicieron con el cuerpo de mi hija” (Todo Jujuy).
UNA HERENCIA DE LUCHA
La historia de María Luz se enlaza con una genealogía marcada por la resistencia. Era sobrina-nieta de Enriqueta “Queta” Herrera de Narváez, madre fundadora de Madres y Familiares de Detenidos-Desaparecidos de Jujuy. Enriqueta buscó durante más de cuarenta años a su hijo, Hugo Narváez Herrera, secuestrado y desaparecido en la última dictadura. Fundadora y emblema, recorrió plazas, tribunales y marchas hasta convertirse en una de las voces más firmes de la memoria jujeña. Fue reconocida como ciudadana distinguida en vida y despedida como símbolo colectivo al morir.
Ese espíritu de tenacidad hoy reincide en Cecilia y Sebastián. Como ayer Enriqueta, hoy ellxs sobrellevan la tarea de no dejar ganar al silencio. La desaparición de María Luz atraviesa a la familia como una herida que se suma a la desdichada genealogía del pesar, pero también de resistencia. Allí donde la dictadura intentó borrar a lxs hijxs, y donde la violencia machista hoy arranca a las hijas, la respuesta familiar vuelve a ser la misma: búsqueda,verdad, memoria, justicia.
QUE LA JUSTICIA NO TARDE MÁS
Dos años sin María Luz Herrera. Dos años de ausencia que reclaman presencia. La voz de su madre y su padre, que no se apaga, se enlaza con la de Enriqueta: juntas sostienen la certeza de que la verdad, tarde o temprano, debe aparecer. Pero la verdad no puede ser eterna promesa ni palabra vacía: debe ser un acto concreto, una sentencia, una reparación.
Sebastián lo resume con crudeza: “Lo único que quisiera saber es qué hicieron con mi hija” (TN24). Esa frase debería retumbar en cada despacho judicial, en cada audiencia, en cada espacio donde aún se decide sobre pruebas y plazos.
La sociedad no puede resignarse al olvido ni la justicia permitirse la demora. La deuda es con María Luz, con sus padres, con las que ya no están y con todas las que todavía pueden ser salvadas. Que este reclamo no quede en eco: que se convierta en respuesta, porque cada día sin ella es un día más de impunidad.
“No te suelto la mano nunca mi Luz, todos gritamos tu nombre”, dice Cecilia, y en esa voz se condensa la fuerza de todas las madres, de todas las víctimas y de todas las ausencias. Ese grito colectivo es el que se enfrenta al pacto de silencio de los responsables y a la desidia de un sistema patriarcal que dilata la justicia, como si el tiempo pudiera borrarlo todo. No podrán. Porque el silencio se vence con memoria y organización, y porque cuando una madre sostiene la mano de su hija desaparecida, la sostenemos todas y todos. Hasta que la verdad rompa la oscuridad y la justicia llegue para María Luz Herrera.





