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Crónicas de un magnicidio: UN PLAN, UN FIN, UNA BALA

Por Ivy Cángaro para IB24

Ivy Cangaro

Desde este sábado y semanalmente, capítulo a capítulo, desgranaremos la trama y el revés del crimen más atroz de los últimos cuarenta años de democracia: el intento de asesinato a Cristina Fernández de Kirchner, la vicepresidenta en funciones, la líder política más importante del siglo, la amada y odiada por igual, la mujer que recuperó la mística y el simbolismo de todas las pasiones argentinas.

A las 21:52 en la oscura noche del 1 de septiembre de 2022 un disparo debía impactar en el cuerpo de la vicepresidenta de la Nación. Debía hacerlo un lumpen convencido o contratado para ello, pero al arma la empuñaron cientos de manos.

Circunstancialmente le tocó en suertes a un lumpen que llegó a los treinta y cinco años sin un rumbo y  un sentido, y que encontró y cruzó por ese resquicio de la fatalidad con la intención de pasar a la historia.  Pero fue él como pudo ser cualquiera. Fue solo un eslabón, el último, el descartable, de una larga cadena que empezó a fraguarse hace demasiado tiempo y con suficiente impunidad.

Esta serie de notas que se inicia con esta y saldrán cada sábado, lleva por título «Crónicas de un magnicidio». Y muchos dirán: ¡Pero no fue un magnicidio, la bala no salió!. Y es cierto. Pero no tanto. Porque el plan tuvo una planificación, un financiamiento, una ejecución antes, durante y después; pero sobre todo eso, una motivación. Y mientras lo primero es casuístico, lo segundo no. El magnicidio entonces fue, y puede volver a ser. Creo que debemos tomar lo sucedido como un ensayo, como una prueba que sirvió para constatar que todo funcionó y funciona aceitadamente: el poder financiero, el político, el mediático, el judicial. Cada uno hizo lo suyo, incluyendo a las células que actuaron directamente, conformadas por personajes de lo más variopintos.

De cada uno de estos medios y mediadores contaremos en estas crónicas. Quienes son, que hicieron y que hacen, que pretenden, que esconden, que proyectan. Vienen mostrándose hace mucho tiempo, demasiado en el que tuvieron el campo abierto para su despliegue, sin que nadie interfiera.

¿Cuándo empezaron a planearlo? Podríamos poner diversos mojones en la línea de tiempo de la historia reciente. Particularmente nos importa uno: el 8 de noviembre de 2012. Justo diez años antes. Ese día -muchos lo recordarán- hubo un numeroso cacerolazo en Plaza de Mayo, que se replicó en todo el país. Lejos de ser espontáneo y producto de algún suceso puntualmente doloroso, fue largamente planificado y agitado desde un recurso que no se había usado demasiado hasta entonces, al menos en Argentina: las redes sociales. Lo llamaron 8N y muchos hicimos consumo irónico del evento. Mujeres con sus mucamas de uniforme a las que hacían agitar cacerolas, carteles destemplados con frases como «Yegua, te vamos a hacer bajar el hocico», siluetas de la entonces presidenta pendiendo de una horca. Dijimos, muchos, que por la edad promedio de los caceroleros el futuro cercano los encontraría ausentes. No fue así. Fueron, posiblemente, los más visibles por los medios que usaron esas imágenes para tranquilizar nuestra preocupación. Son pocos, son nostálgicos, son viejos, son. Pero eran muchos más, y jóvenes.

Ese día ganaron la plaza y la calle. Esos espacios tan nuestros, que supieron de cánticos y banderas y pañuelos y amores y también de bombardeos; los habían copado. Un querido amigo fue por entonces quien pudo presagiar lo que venía, sostenía que no había que cederles la plaza -cuando la mayoría despectivamente decíamos: ¡Que vayan y se saquen el gusto!– y fue ese día, en medio de la multitud, con un cartel que rezaba: «Esta plaza es solo de las madres». Pocos vimos que si cedíamos ese terreno, tomarían otros. Y lo hicieron.

Ese cacerolazo, dijimos, estuvo organizado y ya entonces supimos quienes lo agitaban por las redes sociales y los medios afines. Desde páginas de Facebook, en ese momento la red social más popular, como «El AntiK» y «El Cipayo», armadas para tal fin por Lucho Bugallo, hoy diputado provincial por el PRO y activo armador político; por Yamil Santoro, que pasó de ser el delfín de Patricia Bullrich y de varios más para ser hoy el armador político de García Moritán, más conocido como el marido de Pampita; y entre varios más, Álvaro Zicarelli.

Lucho Bugallo, hoy diputado provincial por el PRO

Quizá el nombre, a los que pasamos la medianía de la vida, no nos diga mucho porque hoy es un «influencer» de Youtube que siguen miles de jóvenes;  pero posiblemente lo recordemos por su participación, precisamente, en ese cacerolazo del 8 de noviembre de 2012 que también ayudó a organizar: tomado de la reja de la Casa Rosada, totalmente exaltado, y gritando a cámara como hablándole a la entonces presidenta: «Yegua, guanaca, tarada! Soy socialista de Palacios, un precarizado!». Ese autoproclamado precarizado era, en realidad, personal del Senado de la Nación, donde fungía como asesor de un diputado del PRO quien luego de esa exposición, le dio otro destino: trabajar como secretario de Gabriela Michetti en la fundación que la a posteriori vicepresidenta, dirigía. El derrotero de Zicarelli es público: es amigo personal de Elisa Carrió, personalísimo del pensador Sebrelli, trabaja como asesor de Amalia Granata y es uno de los armadores políticos de Javier Milei, de quien aparentemente se separó en este último tiempo. Zicarelli es parte de una de las células directamente involucradas en el intento de asesinato del 1 de septiembre de 2022, la conocida como «Ministerio del Odio» y de la que hablaremos en futuros envíos.

A ese cacerolazo también fueron y tuvieron participación activa las mujeres nucleadas bajo el sello de «Equipo Republicano», un grupo femenino de más de cincuenta entre las que está Cristina Luján Romero, Sabrina Basile -también integrantes de Revolución Federal- y la penosamente famosa vecina Ximena de Tezanos Pinto, propietaria del sexto piso de Juncal y Uruguay que saltó a la tapa de los diarios en 2018 por colgar banderas desde su balcón con frases claramente anti kirchneristas. A ellas también dedicaremos algunas crónicas.

De ese cacerolazo también participó activamente, promocionándolo antes, durante y después y posiblemente financiándolo la hoy candidata a presidenta Patricia Bullrich, acompañada por su ladero Gerardo Milman. Mauricio Macri, sus primos Caputo, y tantos más, también estuvieron allí.

Son los que luego formaron parte de la planificación, el financiamiento y quienes tienen la más profunda motivación en pos de lo que el actual diputado Gerardo Milman hizo explícito en un documento oficial a mediados de agosto, en el que sospechosamente alertaba acerca de la posibilidad de un atentado contra la mayor líder política del siglo XXI, y cerraba diciendo: «Sin Cristina hay peronismo, sin peronismo sigue habiendo Argentina».

Los otros actores, incluyendo a los tres detenidos y denominados «copitos», los más volátiles, absolutamente prescindibles, pero los más visibilizados por la familia judicial que lleva las causas de manera separada (por un lado la de intento de magnicidio, por otro la que investiga a «Revolución Federal») y por los medios y mediadores afines, eran púberes por entonces. Por eso tenemos que tener claro que los une y que los separa, sobre todo en peso político.

Porque este es un crimen político. Es un magnicidio.

Lo digo en presente, y lo digo evitando el «intento». Porque ese ensayo que salió tan bien, es el mejor aval para que vuelva a suceder, sin errores.

Vienen tiempos oscuros, intentemos poner luz.

Todos los sábados, en INFOBAIRES24, haremos lo posible para mostrar lo que nadie quiere, puede o sabe exponer.

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