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Córdoba: entre la defensa de un quebracho y la “Derecha Fest”

¿Cuál es el hilo conductor entre un pueblo que se moviliza por un árbol de 284 años y una ciudad que será sede de una “fiesta” ideológicamente de derecha, promocionada como ‘anti zurdos’? ¿Cómo se puede entender la Córdoba de la nueva Andalucía, donde ya no es ni nueva ni revolucionaria?

Agustina Sosa
Agustina Sosa-Especial para Infobaires24

El otro día me preguntaron por qué en un contexto de tanta represión a jubilados, de tanta crueldad hacia las personas con discapacidades y a quiénes trabajan con ellas, Córdoba se veía tan conmovida por un árbol. Fue una pregunta que me estuvo retumbando en la cabeza -aún en estos días- porque no puedo darle una respuesta. Se me ocurren, en cambio, una sucesión de posibles hipótesis insípidas en medio de un mar de maldad cotidiana difícil de cruzar.

 

Villa Allende es una ciudad de aproximadamente 36 mil habitantes, que se encuentra a menos de una hora de distancia del centro de Córdoba capital. Conserva pinceladas de una ciudad grande con comodidades como shoppings, cines, McDonald’s y marcas caras de ropa; y la tranquilidad de ser una ciudad más chica, con menos smog, contaminación sonora e inseguridad. En resumen, el combo perfecto para aquellos ricos y nuevos ricos cordobeses que se cansaron de la masividad de la ciudad, y decidieron buscar un respiro en los barrios cerrados cercanos. Nadie les preguntó, sin embargo, ni a Villa Allende ni a tantas pequeñas ciudades y pueblos de las Sierras Chicas de Córdoba si querían verse invadidas de estos “countries”. Mucho menos se interesaron en realizar una planificación y estudio de impacto ambiental para analizar lo que este desarrollismo gris, de cemento aburrido y geométrico, implicaba para lo poco que quedaba de bosque nativo. Las Sierras Chicas son noticia principalmente en verano, ya no sólo por la posibilidad turística sino también por las inundaciones que llegan hasta dejar varias personas fallecidas como resultado, además de las innumerables pérdidas materiales, animales, etc.

 

Es en este contexto que un árbol quebracho blanco, de 284 años (300 años, para redondear) vino a darle sentido a una lucha que debería haber sido multitudinaria, pero igualmente fue lo suficientemente potente como para instalarse en aquellos lejanos, endiosados, indiferentes y soberbios medios porteños, mal llamados “medios nacionales”. ¿Por qué un árbol sí y todo un bosque no? Porque un árbol, que reúne más años que nuestra propia constitución como estado nación, incluso con más años de lo que podría vivir cualquier ser humano, vino a poner en jaque al propio poder, ese que se cree infinito, inmortal, intocable. Proteger un árbol de varios siglos implicó abandonar la supremacía racional, moderna y ególatra de saberse humano para conectar con algo que va más allá de nosotros mismos, de nuestra propia vida, de nuestro pasado, presente y futuro: la identidad.

En un árbol de tronco modesto pero copa frondosa, se sintetizó todo el llanto que durante años venimos tragando cuando vemos nuestras sierras quemadas, cuando la imagen del noticiero nos devuelve los cuerpos calcinados de caballos, cuises y pajaritos; cuando vemos a los campesinos luchar contra grandes olas de fuego usando solamente baldes de plástico; cuando los y las brigadistas -muchísimas de ellas mujeres- pelean cuerpo a cuerpo contra el incendio y también contra el abuso de poder por parte de funcionarios provinciales, que acosan sexualmente y psicológicamente a cualquier persona que quiera defender nuestra tierra (ejemplo de ellos, Diego Concha, el ex director de Defensa Civil acusado y condenado por abuso sexual y muerte de Luana Ludueña, una bombera que fue abusada y amenazada por su superior y otros cómplices al punto que la llevaron al suicidio).

 

En Córdoba vienen pasando muchas cosas hace muchos años. Ese árbol no es sólo un árbol, es la mano que nos tapa la boca en forma de prensa mercenaria, ensobrada e insensible, la que posibilita que en el corazón del país, una provincia importante se haya vuelto una “isla siniestra”, como bien la catalogaron en la red social X, una usuaria que comentaba la represión policial a vecinos ambientalistas y el arrojo con desprecio de la bandera nacional al piso.

 

Entre la apatía y la violencia

 

El próximo 22 de julio, el presidente Javier Milei visitará la ciudad de Córdoba en marco de la “Derecha Fest”, una fiesta reaccionaria que se llevará a cabo en el hotel Quórum, situado paradójicamente en la avenida ‘La Voz del Interior’, que lleva ese nombre por ser la calle donde se ubica el edificio del conocido diario cordobés.

Además del presidente, participarán el pseudo intelectual fascista Agustín Laje, el Gordo Dan, entre otros nombres de la Libertad Avanza. Todos hombres, excepto Karina Milei, quien se espera acompañe a su hermano. Se comenta que los participantes de dicha fiesta, están accediendo a las entradas mediante créditos tomados de MercadoPago, la billetera virtual de Marcos Galperin, que aparece como auxilio de esta juventud informal en lo laboral e insolvente en lo económico, que tiene que endeudarse para pagar una entrada de $35.000 para ver a Milei y su banda.

¿Qué hace que una provincia pueda contener en su seno un pueblo que pasa días y noches defendiendo un árbol patrimonio histórico, natural y cultural bajo el frío, la lluvia y el palo pesado de la policía y también a jóvenes reaccionarios dispuestos a endeudarse con tal de ir a un hotel de varias estrellas a hablar contra “el zurdaje”? ¿Cómo pueden coexistir el amor más desinteresado y el odio mejor financiado?

 

Mucho más importante aún: ¿dónde está quedando el equilibrio que nos posibilitaba vivir tranquilamente en Democracia sin sentir poco a poco que nos resbalamos como los tripulantes del Titanic que comienza a hundirse?

tal vez el quebracho sea la última expresión de poder amar aquello que no nos habla, que no nos mira, que no nos toca

Respondiendo la pregunta que me hicieron en la radio, tal vez el quebracho sea la última expresión de poder amar aquello que no nos habla, que no nos mira, que no nos toca, pero que aún así queremos con todo nuestro corazón, sentimos que vive debajo de nuestra piel, y cuya extracción y destrucción de raíces sea una metáfora de lo que intentan hacer con nuestra Patria.

 

¿Cómo hacemos para ganarle al odio mientras los pacientes con cáncer comienzan a morir simultáneamente por la falta de acceso a sus medicamentos, el Garrahan está en terapia intensiva y los jubilados ya no comen carne? Paradójicamente, empezando a enojarse.

 

Si la “rebelión de las grúas” fue posible gracias a que un primer empresario se opuso a extraer el quebracho y convenció a otros 7 de decir que no, la señal es evidente: se necesita un pueblo lo suficientemente despierto, valiente y comprometido pero también un sector privado que deje la avaricia de lado en pos de la defensa de algo mucho más importante.

 

Un país donde podamos vivir todos y todas.

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