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Chile, neoliberalismo en llamas: Piñera no gobierna bajo rebelión social

Alejandro C. Tarruella

Este sábado en la noche, personeros y cortesanos dedicados al análisis de la realidad se preguntaban con angustia en esferas del Palacio de la Moneda, por la suerte del ministro del Interior Andrés Chadwick, el responsable de la seguridad pública del país.

Escribe Alejandro C. Tarruella

El político que fue cómplice de la dictadura y sostenedor de su continuidad junto a Sebastián Piñera, no era ubicable en medio de la rebelión social que sacudía a Chile. Chadwick es el responsable de la seguridad pública. Insólito pero revelador cuando se entraba en la segunda noche de reclamos en casi todo el país. El vacío político era abrumador a esa altura de las incidencias.

Rebelión y vacío político

El presidente Piñera había perdido en la práctica toda su credibilidad. El tardío anuncio de la rebaja en los costos de los pasajes del metro -en la tarde del sábado- cayó en saco roto y los ataques e incendios se propagaban sin tregua.

Las desigualdades, el saqueo a la economía del pueblo en general, eran repudiados por una ancha franja que alcanzaba a sectores medio-altos de zonas como Providencia, en Santiago de Chile

El llamado a la rebelión de los estudiantes había prendido y alcanzado al conjunto social que decía quebrar el statu quo, que con escasos cambios regía desde la recuperación democrática de 1990. No era para menos, Piñera y sus socios del poder eran emergentes políticos del pinochetismo.

La noche del sábado fue más violenta que la del viernes y cayeron bajo el fuego el edificio de la empresa ENTEL, teléfonos, el histórico edificio del diario “El Mercurio” de Valparaíso, una cantidad de supermercados y ómnibus de transporte.  El toque de queda que hizo conocer el general Javier Iturriaga fue un llamado a intensificar la acción social. Las ciudades de Santiago, Valparaíso, Rancagua, La Serena y Concepción desconocieron a las autoridades y colapsaron ante el sismo social. Al amanecer del domingo en San Bernardo, la Intendencia informó que había tres personas muertas bajo el fuego dentro de un supermercado. El ministro del Interior dormía o estaba donde no se lo podía avistar.

El periodismo chileno abundó en datos sobre los hechos que estallaban en la televisión y en las redes corporativas de uso social. En La Moneda se reunían los políticos del entorno de Piñera y ensayaban sobre los episodios. Perdían confiabilidad con el correr de los minutos y nadie podía decir dónde se hallaba Andrés Chadwick que, a esas horas, era pura fuga y misterio.

Piñera ensayó entonces la peor de las recetas: Lo que era una rebelión social ante el saqueo del neoliberalismo y la destrucción de la vida cotidiana de las personas, fue reportado a la sociedad en estado de queja activa, como un episodio delictivo de criminales y gente fuera de la ley

El presidente decidió entonces convertir a la ciudadanía de Chile en un grupo de criminales al asalto de las instituciones. El empresario que enriqueció en la dictadura y en democracia (no siempre la ley fue su bandera de uso) agregó a la visión de sus compatriotas el llamado a aplicar la Ley de Seguridad de Estado. Como a la hora de los tarifazos, la educación paga y la falta de medicina para los más pobres, Piñera eligió no ser ya presidente sino Ceo de una corporación derrotada. Había perdido los reflejos como a su ministro del Interior.

El rey desnudo

El remedio, una vez más, fue peor que la enfermedad y la sociedad respondió con más reclamos mientras que la rebelión se instalaba en los principales medios del planeta. Por las redes se pedía saber dónde estaba Chadwick, y Piñera comenzaba a dar síntomas de rey desnudo a la vista de todos.

El general Javier Iturriaga, a cargo del toque de queda decretado por el titular de Defensa para las provincias de Santiago y Chacabuco, Puente Alto y San Bernardo, tuvo como réplica un mayor número de cacerolazos ciudadanos, reclamos callejeros, saqueos y vandalismo. Piñera, sin manejo ni sensibilidad en la situación, vio de pronto que la rebelión se extendía a la región de Valparaíso, la provincia de Concepción, donde hubo toque de queda, y en comunas como La Serena, Coquimbo, y Rancagua.

Por eso, cuando el sábado Piñera, sin saber qué hacer, anunció que los aumentos con que castigó al pueblo de Chile quedarían sin efecto (siguiendo a Lenín Moreno), carecía de credibilidad. Ahora Piñera habilita el caos con la intervención de las Fuerzas Armadas, pues en Valparaíso reprimió la Armada chilena mientras que hombres de civil, como en las peores épocas, lo hacían en Santiago y otros escenarios.

Chadwich a escena

Recién en la mañana del domingo se produjo la reaparición de Andrés Chadwich, quien dio su versión de los hechos a la prensa en el Salón Azul de la Moneda

Lo secundaba el ministro de Defensa, otro neopinochetista, Alberto Espina. Chadwick calificó la rebelión social y dijo que promovía hechos “extraordinariamente violentos y agresivos”, y agregó que “Es una situación grave de delincuencia y vandalismo”. Desconcertado como el empresario Piñera, apelaba a las calificaciones que recogía del legado pinochetista. El gobierno remarcaba ante el mundo que la sociedad chilena está integrada por vándalos y delincuentes. Sumó unos 50 hechos “graves de violencia producidos durante la noche y madrugada” y 53 en todo Chile. El domingo, las fuerzas de seguridad y militares no podían contener el ataque a comercios, supermercados en una situación caótica. El Congreso debatía la anulación de los aumentos.

Lo cierto es que Chile es hoy un antes y un después de las políticas neoliberales ampliadas en la década de 1990, cuando el régimen prolongó el sistema que impusieron, bajo la tutela de los Chicago boys, las dictaduras.

Y no es solo Chile, porque unido a lo ocurrido en Ecuador, al final del saqueo macrista en Argentina, se arriba al inicio de una nueva etapa histórica en esta parte del mundo

Si la Corte Suprema de Brasil libera a Lula, Evo gana en Bolivia, y las urnas confirman a Alberto Fernández y Cristina Kirchner en Argentina, habrá que pensar y hacer con otros contenidos y transformaciones. Los pueblos, por lo visto, dijeron ¡se acabó! Y en eso estamos.

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