Carlos Almeida: Yendo para atrás
Por Carlos Almeida especial para Infobaires24
Nunca fui muy adepto a la historia contrafáctica. Pero esto es un cuento, una historia algo fantástica si se quiere. Sin embargo, lo que estamos viviendo hizo que me hiciera una pregunta. Un cuestionamiento, que más que un ejercicio intelectual es una duda, personal si se quiere, pero que me imagino podrían hacerse muchas personas.
Imaginemos que alguien nacido en 1900 – y que hoy tendría 117 años – pudiera ver que es lo que está sucediendo hoy. Esa persona en 1930 tendría unos treinta años, es decir ya habría votado, en el caso que fuera un varón, y posiblemente lo hubiese hecho por don Hipólito Yrigoyen en 1922. Habría vivido la semana trágica, se habría enterado de los fusilamientos en la Patagonia y habría leído con avidez los diarios que relataban, corresponsales mediante, las notas relatando las atrocidades que se vivían en Europa durante 1914 y 1918, cuando la Gran Guerra todavía no se conocía como la Primera Guerra Mundial.
Seguramente se habría maravillado ante los avances de la ciencia y la tecnología de la época, que le cambiaba a pasos agigantados la vida a millones de personas, sobre todo en las grandes ciudades. Nuestro hombre, pues se trata de un hombre, se habrá parado mil y una vez frente a la vidriera de los diarios La Prensa, en Avenida de Mayo y La Nación, en la calle Florida, que era semi-peatonal desde 1911 ( No sería integralmente peatonal hasta 1971).
Este hombre habría contenido su indignación el 6 de septiembre de 1930, cuando José Félix Uriburu, a la cabeza de los cadetes del colegio militar y el apoyo de pocos oficiales, entre ellos el entonces capitán Perón, quien luego lo lamentaría durante toda su vida.
Habrá visto con asombro cómo se entregaba el país a los imperios extranjeros, sobre todo al británico, mediante el ignominioso pacto Roca- Runciman, un Primero de Mayo, en 1933, que otorgaba privilegios a inauditos al Reino Unido. Privilegios que el Imperio no tenía ni siquiera en sus colonias. Todo esto con una sumisión escandalosa. Entre las cláusulas de ese pacto, definido por Don Arturo Jauretche como el Estatuto Legal del Coloniaje, estaban estas:
Cláusulas públicas:
1. La Argentina se aseguraba una cuota de exportación no menor a 390 000 toneladas de carne enfriada. El 85 % de las exportaciones de este país debían realizarse a través de frigoríficos extranjeros. El Reino Unido «estará dispuesto a permitir» la participación de hasta un 15 % de frigoríficos argentinos en la cuota de carne (ya cubierta en su casi totalidad por el Frigorífico Gualeguaychú y el Municipal de Buenos Aires).
2. La Argentina dispensaría a las empresas británicas «un tratamiento benévolo que tienda a asegurar el mayor desarrollo económico del país y la debida y legítima protección de los intereses ligados a tales empresas»
3. Mientras hubiera control de cambios en la Argentina (límite del capital dispuesto para importaciones), todo lo que Gran Bretaña pagara por compras en la Argentina, podía volver al país deduciendo un porcentaje para pagos de deuda externa.
4. La Argentina mantendría libres de aranceles el carbón y demás mercaderías que se importaban en ese momento exentas de impuestos, comprometiéndose a comprar en Gran Bretaña el total del carbón que consumía.
5. La Argentina se comprometía a no aumentar los aranceles aduaneros.
Cláusulas secretas:
1. Se crea el Banco Central de la República Argentina con gran predominancia de funcionarios y capitales británicos.
2. Se fijan las bases para la creación de la Corporación de Transporte, que le terminaría por dar a Gran Bretaña el monopolio absoluto de los medios de transporte argentinos. La misma se creó en 1936 en el Pacto Eden-Malbrán, firmado luego de que el Pacto Roca-Runciman caducara y con características muy similares.
Este buen señor, habrá visto el desarrollo de, ahora sí, la Segunda Guerra, la infamia de dos bombas atómicas, la aparición de Clarín unos días después, el 28 de agosto de 1945 y se sumaría al “subsuelo de la Patria sublevada”, el 17 de Octubre de 1945.
Y así habrá vivido los vaivenes de nuestro país, hasta que un día de 1988 deja este mundo, con una democracia recuperada cinco años antes.
El tiempo avanza y por una de esas cosas que nunca se esperan, soñemos que este hombre vuelve a la vida el 20 de agosto de este año, 2017. Sorprendido mira a su alrededor sin entender muy bien que pasa, ni quienes son esas personas que caminan hablando fuerte por la calle con la oreja pegada, o sosteniendo como si fuera una tostada con manteca y dulce a un aparatito de donde salen voces.
Se para ante un kiosco de diarios y se pone a leer los títulos de los diarios y revistas que lo cubren. Y no entiende mucho lo que ve. Sobre todo la fecha: 20 de agosto de 2017.
Trata de reponerse un poco, hunde las manos en los bolsillos del pantalón y descubre, aliviado que tiene unos pesos. Se va a tomar un café, para sentarse en un bar y tratar de ordenar un poco sus ideas. Viene el mozo, un pibe joven que le pregunta, con mucha ternura en los ojos:
– ¿Qué le sirvo abuelo?
– – Cafectito
Se pone a pensar, como es que está ahí. ¿De qué manera llegó a ese lugar? Ve un televisor, mudo, con imágenes de un tipo que parece ser importante y cuando lee el zócalo no lo puede creer: “El presidente Macri anuncia…”.
Decide que después de tomarse el café va a air hasta su casa, a ver si están sus hijos, ellos le podrán explicar.
Cuando llega la hora de pagar, saca los billetes un poco ajados del bolsillo y los cuenta. Llama al mozo y le pregunta cuánto es. Cuando le dice cuarenta pesos, se desorienta y le muestra los billetes, eran australes. El pibe lo mira y le dice que esos billetes no sirven más, que deje, que él le paga el café.
– Vaya abuelo, la casa invita – le dice con una sonrisa.
El viejo sale del boliche y trata de ubicarse. Vuelve al café y le pregunta al mozo si sabe dónde queda su casa, le da la dirección, en Mataderos. El pibe se da cuenta que está perdido y le dice que si espera un ratito él lo lleva. Lleva un tatuaje en el antebrazo, la cara de un hombre y una inscripción: “Gracias Néstor”.
El viejo se sienta de nuevo y espera. Al final, a las cuatro de la tarde, se van. Suben a un auto, el muchacho le pone el cinturón de seguridad y comienzan a andar hasta que llegan a puerta de una casa, que el hombre reconoce. Se bajan del auto. Llegan a la puerta y tocan el timbre. Una chica de unos quince años sale les preguntan que quieren. Preguntan por Hugo,. La piba les dice que no está, que vuelve a eso de las ocho de la noche. Entonces el viejo le pregunta por Lidia, su nuera. La piba entra a la casa y a los pocos minutos sale una mujer de unos 45, 50 años, que se queda petrificada al verlo a él… Muda. La piba le pregunta:
– Mamá, ¿qué te pasa?
– Es tu abuelo – Balbucea la mujer.
Lo hacen pasar, lo sientan. El muchacho los acompaña, extrañado ante la situación.
El viejo pregunta, la mujer y la piba hablan con la cajita, alguien les responde. Termina con un “Vení rápido”.
El viejo dice que no entiende nada, que parece que se despertó y que no sabe muy bien que pasa, que no entiende lo que sucede.
Al rato aparece el hijo, que se descompone. Pasa un rato. El mozo del bar se fue, dejando a la familia con su historia fantástica.
Pasan los días y Julián, que así se llama el hombre, se va acostumbrando a su nueva realidad. Escucha la radio, se sorprende con la televisión, descubre azorado la computadora y cuando pide los diarios, la nieta se los abre en internet y le ayuda a leerlos. Se va adaptando a su nueva vida.
Al cabo de unas semanas, ya se hizo un panorama bastante claro, y un domingo, en medio de un almuerzo dice:
– Es una locura, a pesar de todo el progreso, de las máquinas, de la televisión en color, de internet y de todas esas cosas, no hemos podido avanzar mucho…O mejor dicho, hemos avanzado mucho, muchísimo, y estos desgraciados que están ahora nos han hecho retroceder a 1930, cuando a Irigoyen lo embalurdaron… No queda otra, vamos a tener que ir de vuelta la Plaza.
A todos se les atragantaron los ravioles.