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El Bullrich por la boca muere

(Por Lic. Alma Rodríguez

Docente de Semiología de la UBA. Miembro del Colectivo LIJ)

 

En su discurso de inauguración durante el Congreso Internacional de la Lengua en Zacatecas, García Márquez relata esta anécdota: “A mis 12 años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: «¡Cuidado!» El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: «¿Ya vio lo que es el poder de la palabra?» Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor que tenían un dios especial para las palabras.”

Esa anécdota referida al poder de la palabra puede tomar fuerza si pensamos que en estos días que transcurren pudo percibirse  muy claramente cuán grande es ese poder y cómo, aplicado al accionar de la política, el costo de hablar, decir y declarar  puede ser altísimo al punto de generar efectos irreversibles.

A escasas horas de las PASO, los Bullrich se encargaron de llevar adelante ese costo que genera el uso inadecuado del lenguaje.  Por un lado, el candidato a senador por la provincia de Buenos Aires, Esteban Bullrich quien, durante una entrevista para América Noticias junto a la gobernadora María Eugenia Vidal,  expresó con cínica alegría: «El camino que hemos emprendido tiene todos los días una calle más con asfalto, un sala más, un pibe más que está preso».Por su parte, Patricia Bullrich tras la represión a la comunidad mapuche y posterior desaparición de Santiago Maldonado expresó sin ningún atisbo de pudor:   «No vamos a permitir una república autónoma y mapuche en el medio de la Argentina; esa es la lógica que están planteando, el desconocimiento del Estado argentino, la lógica anarquista«.

Es sabido que, y tal como lo expresa el premio Nóbel de literatura en su discurso, hablar siempre genera efectos sobre los hechos de la realidad a partir de lo que en lingüística se denomina “actos de habla” y que implica realizar acciones a partir del uso de las palabras; esos actos pueden ir desde “Pasame la sal” o “Qué hora tenés” hasta un pedido de auxilio que pueda salvar una vida, una declaración de amor o un discurso que pueda terminar de dilapidar un resultado electoral. Y ahí radica la diferencia: hablar siempre genera innumerables efectos de sentido, puesto que no es lo mismo quién habla y en qué situación sean pronunciados esos discursos si consideramos que las palabras conllevan, trafican, encierran un poder de significación ideológico y que éste esta reforzado cuando provienen de un representante de la esfera del poder.

En primer lugar porque la noción de discurso, no entendida en sentido protocolar sino como conjunto de enunciados que pronuncia un hablante, desempeña un papel fundamental,  puesto que la acción política se puede llegar a comprender dentro de los discursos que la generan: por medio de las palabras conocemos las acciones, los pensamientos, las propuestas y lo que es fundamental, las bases ideológicas que sustenta cada proyecto político y de país. En este sentido, analizar todos los  discursos que circulan en una sociedad es crucial si se piensa que la acción social no puede determinarse fuera de ellos. Es así que las implicancias de hablar en política traen consigo efectos sobre la formación de la opinión pública  y consecuencias sobre la vida de las personas: el carácter público de todo el proceso que lleva a enunciar  es garantía segura de la reproducción y de la construcción de ideologías. En otras palabras: jactarse de representar un proyecto que sostiene el avance a partir de la represión y de políticas de encarcelamiento a menores encierra mucho más que una declaración, representa la manifestación verbal de toda una ideología que remite a las más duras políticas conservadoras que, históricamente, se impusieron a costa de los atropellos y la exclusión de las clases populares.

 El sociólogo Pierre Bourdieu piensa la comunicación como “un fenómeno que tiende a provocar un retorno al sentido más abiertamente cargado de connotaciones sociales. Consideradas así las cosas no hay ya palabras inocentes.”

Cada palabra, cada declaración puede revestir un sinfín de sentidos que acompañan (solapadamente o no) a la lengua en su utilización, con todos los valores y prejuicios que van con ella y que, sabemos,  encierra el peligro permanente de la “metedura de pata” capaz de “volatilizar” en un instante todo un proyecto político.

Entonces, estemos atentos como Gabo ante el grito de alarma del cura porque cuando ellos hablan, dicen lo que quieren decir y no otra cosa: un chico encarcelado, un desparecido luego de una represión es lo que piensan y es lo que dicen sus palabras cuando dicen lo que dicen. Aunque se trate de una metida de pata. Y aunque eso les cueste un proyecto político. Porque así son. Así lo dicen. Así lo piensan. Y no hay dios Maya que los salve.

 

 

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