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Brenda, de la pena a la furia

La primera vez que se cruzaron ella tenía catorce años y él exactamente el doble. Dicen que fue en una fiesta pero no queda claro dónde, ni con quienes. Tampoco explicaron cómo fue que recuerdan haber coincidido en ese evento, ni por qué recién volvieron a verse siete años después, cuando iniciaron una relación de poco pero intenso tiempo, que concluyó el 1 de septiembre de 2022; la misma noche fatal donde también terminó un capítulo de la historia argentina: el de los últimos cuarenta años en los que pensamos que la muerte ya no era el modo.

Ivy Cangaro

Nueve meses antes de que Fernando Sabag Montiel gatille contra la sien de Cristina Fernández de Kirchner, casi como en un perfecto tiempo de gestación, Brenda Uliarte tenía otras preocupaciones.

La joven nacida en el seno de una familia pobre y disfuncional, pasaba por un período muy oscuro de su vida breve. El destino a veces parece ser perverso con algunas personas a las que deja al borde del camino desde el inicio y a quienes, cada vez que quieren tomar un rumbo, las vuelve a arrojar de un sopapo a los arrabales. Abandonos, abusos, indiferencia y pobreza fueron su universo acostumbrado. Una escolaridad a los ponchazos y un embarazo adolescente.

Tener un hijo cuando aún podría ser temprano para maternar suele significar, para quien la vida le canta menos diez, una revancha, una oportunidad, una tabla de salvación para no estar más sola, para tener un motivo, para conocer algún tipo de incondicionalidad. Uliarte se aferró a esa criatura que como tantas personas y tantas oportunidades, también se coló entre sus dedos. El niño murió a poco de nacer y Brenda cayó en un mar depresivo que navegó como pudo, y ancló en la bronca, el odio, la necesidad de buscar culpables de su sino.

Durante la pandemia y en pleno duelo por su hijo, Brenda Uliarte tenía como cable a tierra mirar videos por youtube encerrada en la que era su casa, un monoambiente que construyó su padre al final del pasillo donde convergían otras viviendas en fila, y por donde también se accedía a las que hacían equilibrio en un segundo piso. A la calle, el kiosko con el que subsistían todos, malamente, en un barrio pobre de San Miguel.

A mediados de 2021 empezó a seguir a Dannan, un influencer de redes sociales que además era cantante de rock. Dannan, cuyo verdadero nombre es Jorge Manuel Gorostiaga, solía compartir reuniones virtuales con otros influencers de la derecha política: jóvenes, irreverentes, divertidos, zarpados. El grupo se hacía llamar «Ministerio del Odio», y Brenda se sintió interpelada, fascinada. Ellos decían lo que ella hubiera querido decir, pero no sabía. Con ellos aprendió.

En septiembre de 2021 los ministros del odio -Dannan, Álvaro Zicarelli, TIpito Enojado, Es de Peroncho, Martín Almeida y El Presto- invitaron a un acto de cierre de campaña de un tipo que venían agitando, promocionando, y que Brenda había visto muchas veces por la televisión: Javier Milei. El evento era en Parque Lezama y Brenda fue, no tanto por Milei, sino por El Presto, el que más le gustaba de los del Ministerio del Odio.

 

El Presto es Eduardo Prestofilippo. Un entrerriano que vive en Córdoba, dirige un medio online pequeño. Es en las redes sociales y con contenido visual donde se mueve a sus anchas. Estentóreo, fumando todo el tiempo, irascible, permanentemente indignado y nervioso, casi a punto de un estallido constante. Se presenta como periodista y esgrime con orgullo una foto con su primer entrevistado: Jorge Rafael Videla.

Cuando Brenda lo vio por primera vez en un video de Youtube, donde gritaba que había que exterminar al kirchnerismo con floridas disquisiciones, ya era conocido por haber insultado a la esposa del presidente Fernández, Fabiola, quien lo llevó a Tribunales. Luego, fue recibido por Patricia Bullrich y fogoneado en las redes de la candidata como uno de los jóvenes a seguir.

Retengamos estos apodos que mencionamos párrafos anteriores. Ya sabremos de sus nombres reales, quienes son, que hicieron y qué pretenden. Son fundamentales protagonistas en esta historia que iremos desgranando sin prisas pero sin pausas. Pero por ahora, solo acompañemos a Brenda a ese acto en Parque Lezama. Era la primera vez que participaba de un acto político. Nunca antes le había interesado la cuestión política y sentía mucho fastidio cuando su padre, Leonardo, insistía con hablar de Perón y Eva, de Néstor y Cristina.

Esa tarde del 6 de septiembre de 2021 Brenda salió temprano de San Miguel y se instaló en primera fila. El griterío, la furia, las consignas la subyugaron. Sintió que El Presto la miraba. Cuando llegó a su casa de madrugada, quiso que eso durara para siempre. Mandó un mensaje a la cuenta de Instagram de Prestofelippo, quería conocerlo, saber más.

Unos días después y en una fiesta, conoció -o se reencontró- con Fernando Sabag Montiel. Allí estaban también los amigos que bajo el nick de «Los girosos» se congregaban en un grupo de whatsapp. Desocupados, con pequeñas changas, algunos vendían copos de azúcar en plazas y parques, golosinas que fabricaba Nicolás Carrizo, el que tenía más pasta de líder.

Sabag Montiel -Nando- decía que tenía propiedades y una flota de autos, que no precisaba trabajar porque vivía de la renta que esos bienes heredados de sus padres. La realidad es que las propiedades se reducían a un departamento que se caía a pedazos, y dos autos que fungían como remises en una agencia sin ninguna legalidad. Pero cuando Brenda supo que los alardes eran solo eso, ya estaba saliendo con él y no le importó demasiado; por lo que, cuando Nicolás les ofreció vender algodón de azúcar, Brenda y Nando dijeron que si, como una forma de ganar unos pesos y estar juntos. No estaban enamorados, pero eran dos rotos que se comprendían.

Sabag Montiel tenía profusos tatuajes, algunos incluso con simbologia vinculada al nazismo. Pero nada de eso le interesaba más allá de la pose. Cuando Brenda empezó a mostrarle los videos del Ministerio del Odio, y especialmente las diatribas de «El Presto», la siguió en esa rutina más que por interés o convicción, por congraciarse, por sentirse parte, casi por competencia con esos influencers. Al fin y al cabo él podía ser mejor que ellos si se lo proponía -pensaba-.

Brenda un día se fue de la casa del pasillo, esa que hizo el padre, y nadie se dio cuenta hasta varios días después. Se fue con Fernando. En un espacio de cinco por tres que alquiló Nando metieron sus petates y hasta hubo espacio para tres gatos. De un pequeño bolso Sabag sacó una pistola, algunas balas. Se la mostró, jugaron con ella, se tomaron fotos. Ella, lejos de sorprenderse o asustarse, se sintió poderosa blandiéndola. La dejaron en un estante de un precario ropero. Juntos empezaban una nueva vida. Faltaban nueve meses para que saltaran a la fama.

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