
ARGENTINA EN MODO SUPERVIVENCIA: LA NOCHE DONDE NADIE QUIERE DECIRLO, PERO TODOS SABEN QUE EL PAÍS SE ESTÁ ROMPIENDO
Por José “Pepe” Armaleo
En una Argentina al límite, con gobernadores que negocian su supervivencia, datos oficiales manipulados, una economía que se redefine desde afuera y un movimiento nacional en plena disputa interna, los Comensales vuelven a reunirse en la mesa grande. Allí, Perón, Cooke, Ferla y Cafiero —convocados por la memoria militante— dialogan con los compañeros para desentrañar la pregunta que atraviesa a todo el país: quién conduce, quién resiste y quién será capaz de reconstruir un proyecto de Nación antes de que sea demasiado tarde.
La noche cayó de golpe, como si el cielo hubiese decidido no molestarse en graduar el ocaso. Y quizá tenía sentido: los tiempos que corrían ya no admitían matices ni medias tintas. En la mesa de roble, las botellas de vino parecían alineadas como soldados de una causa incierta. Los compañeros y las compañeras fueron llegando de a poco, algunos con los hombros más vencidos que otros; pero todos, absolutamente todos, con la misma sensación a flor de piel: algo se estaba rompiendo en el país… y tal vez era el país mismo.
El anfitrión acomodó más sillas de las habituales. Ya estaban Fermín, Melisa, Fernando, Miguel, Tony, Diego, Ricardo, Germán, Aníbal, Horacio, Nora, Hipólito, Mimí. Y, como si la memoria militante tuviera sus propias leyes, también estaban Perón, Cooke, Ferla y Cafiero, seis décadas después, convocados por una mezcla de necesidad, mística y desesperación histórica.
Era uno de esos viernes en los que la política parece desplegar sus dientes. Nadie lo decía, pero todos ya lo habían advertido en el camino hacia el encuentro. Una Argentina al borde, empujada, recortada, evaluada, vigilada, analizada por bancos suizos, por consultoras norteamericanas, por think tanks que no conocen una sola calle del país que pretenden “arreglar”.
El televisor, silencioso pero insistente, seguía pasando títulos: Gobernadores en camino a ser aliados. Evento antivacunas en el Congreso. Lavagna manipuló seis meses de datos. Invasión récord de productos chinos. UBS cree que Milei puede tener un buen 2026. FMI espera señales políticas. La pelea interna en el peronismo acelera….
El anfitrión apagó la pantalla.
—Compañeros, compañeras… ¿qué estamos viendo realmente? —preguntó.
Y el silencio que siguió se sintió como una respiración contenida.
Perón fue el primero en hablar —Lo que ustedes ven como caos —dijo el General, despacio, como si evaluara el peso de cada palabra— es un intento de modelar un país sin pueblo. Esto ya lo vimos: grupos económicos moviendo sus intereses, gobiernos débiles que se creen fuertes porque cumplen órdenes, y una sociedad confundida que todavía no reconoce que la libertad sin justicia social es apenas una palabra vacía.
Ricardo intervino: —General, ¿usted no cree que esta ofensiva internacional es más fuerte que las anteriores?
—La ofensiva siempre es la misma —respondió Perón—. Cambian los instrumentos. Antes eran fusiles, ahora son balances. Pero el objetivo es idéntico: controlar el destino nacional. Y para eso necesitan un país de rodillas, dividido, sin conducción.
Cooke —con la vehemencia intacta— golpeó la mesa —No nos confundamos: esta etapa del enemigo es más peligrosa que la de otras épocas. Ya no necesitan uniformes, ahora tienen algoritmos, deuda y medios de comunicación. Lo que llaman “mercado” no es otra cosa que la oligarquía global reagrupada. Y el gobierno que hoy administra el país lo hace con fervor religioso.
—¿Y el peronismo? —preguntó Mimí, cruzada de brazos. —El peronismo —siguió Cooke— tiene una virtud y un defecto: siempre vuelve, pero también siempre se duerme creyendo que volverá por inercia. Y esta vez no hay garantía de regreso si no aparece algo estratégico, algo que ordene, que convoque, que arrastre. No alcanza con esperar que “el pueblo se canse”. El pueblo no se cansa: sufre.
Cafiero tomó la palabra —Hoy tenemos una crisis de representación. No solo del oficialismo: también de nosotros. Los gobernadores —prosiguió— sienten el vértigo de quedar afuera de la obra pública, de los giros, de la gobernabilidad mínima. Por eso algunos se acercan a Milei. No por convicción: por supervivencia. Pero la supervivencia nunca condujo procesos transformadores.
—¿Qué propone entonces? —preguntó Tony.
—Un proyecto —dijo Cafiero—. Sin proyecto, no hay conducción. Y sin conducción, no hay pueblo en movimiento. No basta con denunciar. No basta con indignarse. La derecha tiene un relato temerario, pero efectivo. Nosotros tenemos historia, pero la estamos administrando como si fuera un museo.
Ferla, más técnico, más analítico, intervino —Les voy a decir algo que quizá ya saben, pero conviene ordenar: la economía que describen los bancos internacionales no es la economía real. UBS dice que Milei puede tener un buen 2026 siempre y cuando junte reservas. Pero el mismo informe advierte que Argentina debe pagar 17.800 millones de dólares sin tener un solo centavo disponible. Eso no es una proyección: es una sentencia.
Que UBS diga que Milei puede tener un buen 2026, pero “si junta dólares”, es como decir que un barco va a cruzar el Atlántico… siempre y cuando flote.
—¿Entonces? —preguntó Melisa. —Entonces —dijo Ferla— significa que la presión por una mayor entrega va a intensificarse. Privatizaciones, liquidación de activos, reformas laborales a la carta, y un endeudamiento externo que nos va a dejar peor que en 2018. Y mientras hacen eso, dibujan cifras: empleo, inflación, crecimiento. La manipulación estadística es el síntoma más preciso de un gobierno que ya no puede justificar la realidad.
Germán lanzó una pregunta que atravesó la mesa —Si todo está tan mal, ¿por qué una parte importante de la sociedad sigue creyendo en Milei?
Perón sonrió levemente. —Porque nadie compite en el terreno emocional con él. Y la política dejó de hablarle a la emoción del pueblo. Cuando renunciamos a la batalla cultural, renunciamos al alma de la gente. Y cuando renunciamos al alma de la gente, solo nos queda administrar expedientes. Eso no construye mayoría.
Cooke agregó: —La derecha trabaja sobre el deseo. Nosotros, sobre la carencia. Y el deseo siempre gana.
La conversación tomó temperatura
Fernando levantó el tono: —¿Y qué hacemos con el acto antivacunas del Congreso? ¿Cómo se combate la pseudociencia usando el edificio de la democracia para mentir descaradamente?
—Con verdad organizada —dijo Nora—. El problema es que nuestras fuerzas científicas están dispersas, sin apoyo institucional, sin financiamiento. La diputada que convocó esa vergüenza lo hizo para marcar territorio. Y lo logró.
Diego añadió: —¿Y qué hacemos con la invasión de productos chinos? Están destruyendo a las pymes. Si esto sigue, no va a quedar industria en pie.
—Esto es geopolítica pura —respondió Ferla—. China aprovecha el vacío regulatorio. Estados Unidos apoya a Milei porque lo necesita como ancla regional. Y nosotros quedamos en el medio, sin estrategia nacional. Cuando el país no define su propio camino, otros lo definen por él.
Cafiero volvió a intervenir —Los gobernadores están siendo empujados a elegir entre dos prisiones: la extorsión fiscal o la irrelevancia política. Algunos se alinean para sobrevivir, pero en ese proceso desarman la idea misma de federalismo. Y sin federalismo, el país se quiebra territorialmente.
—¿Y Cristina? —preguntó Horacio. —Cristina es una figura histórica —respondió Cafiero—, pero no puede ser el único eje gravitacional. Querer que una sola persona sostenga todo un movimiento es pedirle que desafíe a la biología. La discusión no es quién encabeza: es quién representa el proyecto que viene. El enemigo nos quiere obsesionados con nombres. Nosotros tenemos que obsesionarnos con una estrategia.
La mesa se expandió hacia la épica
El vino circuló más rápido. La bronca también. Había algo de catarsis, pero también de diagnósticos lúcidos que daban miedo.
Mimí preguntó: —¿Estamos a tiempo?
La pregunta quedó suspendida como un péndulo sobre la cabeza de todos.
Perón habló despacio: —Siempre se está a tiempo. Pero no siempre se está dispuesto. Y para revertir este proceso hace falta decisión política. Ustedes tienen la ventaja de que conocen la historia. El problema es que no están actuando como si la conocieran.
Cooke remató: —La revolución no es una cita nostálgica. Es un ejercicio de voluntad. Si el peronismo quiere volver, primero debe demostrar que merece volver. Y eso significa convocar a la mayoría silenciosa que hoy no nos escucha porque no le decimos nada que le cambie la vida.
Los invitados comenzaron a plantear preguntas más duras
Tony: —¿Cómo enfrentamos la manipulación estadística? Lavagna tocó seis meses de datos para ocultar una recesión. ¿Qué hacemos con un Estado que falsifica su propio registro de la realidad?
Ferla: —Se enfrenta con control social. Pero también con militancia técnica. Necesitamos economistas, ingenieros, trabajadores del Estado que reconstruyan la credibilidad desde adentro. La mentira oficial es un arma de destrucción masiva del sentido común.
Ricardo: —¿Y con la persecución política? ¿Con los jueces federales alineados? ¿Con los servicios apretando a periodistas?
Perón: —Eso se combate como se combatió siempre: con organización. El enemigo es poderoso, sí, pero no es invencible. Y la historia argentina lo demuestra: cada vez que la Patria quedó en manos de una minoría privilegiada, el pueblo terminó rompiendo la puerta.
En la mitad de la mesa, surgió la discusión central
Fermín tomó aire: —Compañeros… todo lo que decimos es grave. Pero quiero preguntar algo más profundo: ¿Quién conduce el futuro si la conducción actual del movimiento está fragmentada y la del país está entregada?
Se hizo un silencio tan pesado que parecía que las paredes también estaban escuchando.
Cafiero tomo la palabra: —La conducción no es una persona. Es un sentido histórico. Cuando aparece una crisis como esta, la conducción emerge donde está la voluntad de transformar la realidad. Si esperamos un ungido, estamos perdidos.
Le siguió Cooke: —La conducción hoy está dispersa. Algunos pedazos están en la militancia territorial, otros en los sindicatos, otros en los movimientos sociales, otros en los jóvenes que todavía creen que la política es una herramienta. Pero falta el hilo. Falta la aguja. Falta quien cosa todo eso.
Ferla: —Y si no lo hacemos, lo va a coser el mercado. A su manera.
La tensión llegó al máximo
El anfitrión, que casi no había hablado, explotó: —¡Compañeros, no podemos seguir diagnosticando eternamente! ¡Necesitamos una estrategia de acción! ¿Cuál es la línea? ¿Cuál es el plan? ¿A dónde vamos?
Y ahí Perón, que había escuchado en silencio el estallido, respondió con una firmeza que heló la sangre de todos: —La conducción del futuro no se decreta. Se construye.
Y se construye así:
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Recuperando la calle.
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Ordenando la doctrina en clave del siglo XXI.
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Reconstruyendo la mística.
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Formando cuadros.
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Unificando al movimiento detrás de un programa, no detrás de un apellido.
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Hablando con la verdad, aunque duela.
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Convocando a los que no están de acuerdo para que participen igual.
—¿Y el pueblo? —preguntó Mimí, con un hilo de voz.
—El pueblo —dijo Perón— siempre vuelve… cuando la política lo convoca de manera honesta.
El final de la noche
El reloj marcaba una hora indecente. Nadie quería levantarse de la mesa. Afuera, la ciudad seguía con su ruido normal, como si no supiera que adentro de esa casa se estaba discutiendo algo más grande que un diagnóstico: el destino del país.
Hipólito resumió lo que todos pensaban:
—Si no damos la pelea cultural, económica, política y emocional… el futuro va a ser decidido por otros. Y no por los mejores.
Perón, Cooke, Cafiero y Ferla levantaron sus copas.
—Compañeros —dijo el General—, el tiempo es ahora. O nos unimos para recuperar la conducción del futuro, o nos resignamos a que el futuro nos pase por encima. Y la Argentina no nació para resignarse.
Los presentes brindaron. No por esperanza ingenua.
Brindaron por compromiso, por memoria, por decisión.
Porque las noches donde se discute el sentido de la Patria no son noches comunes.
Y porque, aunque el país esté al borde, ellos —como miles más en todo el territorio— siguen convencidos de que la historia no está escrita.
La historia se escribe.
«La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia, la soberanía no se entrega y la apatía es la derrota que ningún pueblo puede permitirse.»
José “Pepe” Armaleo – Militante, abogado, magíster en Derechos Humanos, integrante del Centro Arturo Sampay y de Primero Vicente López.





