ANTE LA ENTREGA PLANIFICADA – ORGANIZAR LA RESISTENCIA
La mesa de los viernes no se reunió para comentar la semana.

En una semana marcada por el ajuste, la deuda, la destrucción del trabajo y la captura del Estado, el poder ya no gobierna: administra la entrega. Frente a ese escenario, pensar juntos deja de ser una actitud defensiva y se convierte en el primer paso de una organización política ofensiva. En la mesa de los viernes, las voces del presente y de la historia dialogan para leer una certeza que empieza a ordenarse: cuando la entrega es planificada, la resistencia no puede ser espontánea, debe ser organizada.
La mesa de los viernes no se reunió para comentar la semana. Se reunió porque la semana había dejado de poder explicarse sola. Ya no alcanzaban los titulares, ni los zócalos televisivos, ni los partes oficiales redactados como si el país fuera una planilla de Excel. Lo que estaba en juego no era un dato económico, sino una disputa por el sentido del presente.
No era una cena ni un rito nostálgico. Era —consciente o no— un espacio de resistencia política, de esos que surgen cuando el poder empieza a mostrarse más agresivo que convincente. Pensar juntos dejaba de ser una necesidad defensiva y empezaba a asumirse como el primer paso de una ofensiva política inevitable. Organizar la bronca, una tarea urgente.
El anfitrión lo sabía. Por eso convocó a los de siempre —Tony, Melisa, Diego, Oscar, Fermín, Miguel, Fernando, Mimí, Ricardo, Hipólito, Horacio, Nora, Gerardo, Néstor y Germán— con la certeza de que la coyuntura ya no admitía lecturas parciales ni diagnósticos tibios. La dispersión, esta vez, jugaba para el adversario.
Y como ocurre cuando la crisis deja de ser episódica y empieza a adquirir densidad histórica, el pasado volvió a sentarse sin pedir permiso. No como evocación melancólica, sino como presencia activa. Perón, Cooke, Ferla y Cafiero ocuparon sus lugares como si nunca se hubieran ido. No venían a explicar lo que fue. Venían a discutir qué hacer cuando un proyecto de país entra en colisión con la sociedad que pretende gobernar.
Perón fue el primero en hablar. No levantó la voz. —Cuando un gobierno gobierna ajustando jubilaciones, desfinanciando la educación, degradando el trabajo, atacando a los sectores más vulnerables y subordinando cada decisión al Fondo Monetario, no estamos frente a errores de gestión. Estamos frente a un proyecto de poder que solo puede sostenerse debilitando a la sociedad organizada.
Miguel tomó la palabra desde lo concreto. —Eso se traduce en algo muy simple, General: familias endeudadas, morosidad creciente, consumo que se desploma, gente que ya no llega al día quince. La macro se discute en conferencias de prensa, pero el ajuste se paga en cuotas.
Cooke apoyó los codos sobre la mesa. —Y lo presentan como modernización. Reforma laboral encubierta, apertura importadora sin red, precarización estadística del empleo. El objetivo no es producir más: es desorganizar a los que podrían resistir. Un trabajador aislado es un trabajador dócil.
Tony intervino con la voz curtida. —En las fábricas eso ya se siente. Despidos, suspensiones, salarios que no se pagan. Después celebran que baja el desempleo mientras crece el trabajo basura. Es disciplinamiento social. No hay proyecto industrial, hay castigo.
Néstor intervino con tono firme. — El cierre de fábricas no es una fatalidad económica sino una decisión política: cada persiana que baja rompe empleo, comunidad y soberanía. Un país que deja caer su industria acepta depender, importar lo que sabía producir y disciplinar con miedo. “Ya lo vivimos —concluyó—. Siempre termina igual: más desigualdad y menos Nación. Por eso no alcanza con resistir: hay que volver a poner la producción y el trabajo en el centro del proyecto nacional”.
Ferla ordenó la discusión. —El ataque a jubilados, personas con discapacidad, universidades, ciencia, cultura, no es solo fiscal. Es simbólico. Se intenta romper la idea de derecho. Convertir cada conquista en privilegio, cada reclamo en gasto. La Patria deja de ser comunidad y pasa a ser una variable de ajuste.
Germán, hasta entonces en silencio, aportó una capa más. —Y cuando se rompe esa idea, se habilita todo lo demás: vender recursos estratégicos, rifar soberanía, hipotecar el futuro. No es solo economía: es reconfiguración dependiente del país.
Cafiero tomó la palabra con precisión quirúrgica. —El Fondo Monetario vuelve a ser ordenador central. Condiciona la política cambiaria, la fiscal, la social. Se queman reservas para contener al dólar mientras se proclama austeridad. Decenas de miles de millones dilapidados no son un error técnico: son una decisión política que traslada el costo al próximo ciclo.
Oscar no dejó pasar el punto institucional. —Y ni siquiera sabemos exactamente qué hicieron con las reservas. Se bloquea el acceso a la información, se desdibuja el control. El derecho a saber también está siendo ajustado.
Perón asintió. —Cuando un pueblo empieza a hacer esas preguntas, no es curiosidad técnica. Es interpelación política. Y los gobiernos que ajustan sin mandato siempre intentan acallar esas preguntas con soberbia o burla.
Melisa llevó la discusión al plano cultural. —Por eso gobiernan produciendo vergüenza. “Abróchense los cinturones”, educación socioemocional para aceptar el sacrificio, burla a la memoria, provocación permanente. Buscan que la gente se calle por cansancio, por humillación o por miedo a quedar afuera.
Ferla agregó: —Y mientras se ajusta a los vivos, se relativiza el terror pasado. Discursos negacionistas, provocaciones sobre los vuelos de la muerte, ataques a los consensos básicos. El ajuste económico viene acompañado de una revisión regresiva del pacto democrático.
Ricardo miró alrededor antes de hablar. —Pero algo empieza a cambiar. Universidades en la calle, personas con discapacidad organizadas, sindicatos que vuelven a mostrar músculo, provincias que empiezan a marcar límites. Incluso aliados del gobierno dudan. No por convicción, sino porque el costo social y político empieza a ser insoportable.
Cafiero fue más preciso. —Ahí hay que ser claros. Cuando decimos que “la resistencia empieza a organizarse del otro lado”, no hablamos de una épica espontánea. Hablamos de hechos concretos: paros en discusión, movilizaciones sostenidas, gobernadores que dejan de acompañar sin condiciones, bloques legislativos que ya no garantizan quórum automático, dirigentes que empiezan a plantear alternativa nacional, no solo rechazo.
Perón retomó la palabra. —Eso es lo decisivo. Porque ningún modelo cae solo. Se desgasta, se agrieta, pierde legitimidad. Pero lo que define el desenlace es quién organiza lo que viene después. Y hoy vemos un gobierno que ya no conduce: administra daño, compra tiempo, gobierna por decreto y amenaza con vetos.
Diego lo dijo sin rodeos. —Por eso esta mesa no es solo análisis. Es un ejercicio de organización política. Pensar juntos también es resistir. Nombrar el conflicto es el primer paso para intervenir en él.
Cooke cerró el círculo. —La resistencia no es solo protestar. Es reconstruir sujeto, proyecto y horizonte. Y cuando el ajuste fracasa tan rápido, la política vuelve a ser necesidad histórica. No como marketing, sino como herramienta de transformación.
Ferla y Cafiero asintieron.
El silencio final no fue pausa ni solemnidad. Fue conciencia. Porque cuando el poder se encierra en la deuda, el decreto y la humillación, la sociedad empieza a buscar salida. Y en la Argentina, cada vez que la entrega se convierte en política de Estado, la resistencia deja de ser consigna y empieza —inevitablemente— a transformarse en organización.
«La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia, la soberanía no se entrega y la apatía es la derrota que ningún pueblo puede permitirse.»
José “Pepe” Armaleo – Militante, abogado, magíster en Derechos Humanos, integrante del Centro Arturo Sampay y de Primero Vicente López.





