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Bernardino Rivadavia, paradigma del liberalismo oligárquico porteño

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Escribe Alberto Lettieri*, exclusivo para InfoBaires24

 

Bernardino Rivadavia constituye, sin dudas, el paradigma más fiel del liberalismo porteño. Secretario del Primer Triunvirato, arquitecto del naciente Estado de Buenos Aires entre 1821 y 1824 y presidente de la Nación entre 1826 y 1827, definió a través de su gestión la matriz de la dependencia nacional que sería retomada por Bartolomé Mitre a partir de 1861.

 

A tal punto llegó la admiración del fundador de La Nación y padre de la historia oficial argentina, que no dudó en ocultar aspectos esenciales de la trayectoria de San Martín para encubrir sus cínicas actitudes hacia el Padre de la Patria, ni en caratularlo como “el más grande hombre civil de la tierra de los argentinos”. Este título, desde la particular valoración de Mitre, era ampliamente merecido, ya que Rivadavia sintetizó a través de su acción una serie de ítems generosamente valorados por el liberalismo oligárquico: vocación colonial, corrupción, entrega del patrimonio nacional, distanciamiento de las naciones hermanas, sumisión de las provincias a la hegemonía porteña, dependencia respecto del Imperio Británico, disciplinamiento de las clases subalternas y represión y silenciamiento de la oposición.

Primeros pasos

Bernardino de la Trinidad González Rivadavia y Rivadavia nació en Buenos Aires en 1780. Hijo de un comerciante español, cursó estudios, aunque sin concluirlos, en el Real Colegio de San Carlos. Durante las Invasiones Inglesas participó como Teniente del cuerpo de voluntarios de Galicia y, poco después, contrajo enlace con la hija del ex virrey del Pino, Juana. Estas acciones, sumadas a un escaso compromiso con la causa revolucionaria, condujeron a su deportación por parte de la Junta Grande, bajo la acusación de “españolista”.

A consecuencia del golpe institucional que permitió instalar el Primer Triunvirato (1811), Rivadavia retornó a Buenos Aires, asumiendo la Secretaría de Guerra, desde donde se desempeñó como el conductor de hecho del nuevo emprendimiento político. Su gestión estuvo marcada por la persecución de la oposición y por una significativa resignación de las expectativas revolucionarias, la desautorización de la Bandera creada y hecha jurar por Belgrano a orillas del Paraná, en 1812, y la definición de una estrategia de guerra que, en caso de haber sido respetada, hubiera significado seguramente la pérdida del NOA.

Sin embargo, Manuel Belgrano desconoció sus órdenes y obtuvo la trascendental victoria de la batalla de Tucumán, que no sólo significó el inicio del repliegue de los invasores, sino también el disparador para el levantamiento del 8 de octubre de 1812, liderado por la Logia Lautaro y la Sociedad Patriótica, que puso fin a la nefasta experiencia del Primer Triunvirato. Una vez más, Rivadavia fue detenido y deportado. A continuación, se procedió a crear el Segundo Triunvirato, con el encargo de convocar a una Asamblea Constituyente para avanzar sin dilaciones en la sanción de la independencia nacional.

Sin embargo, el alejamiento de Rivadavia de Buenos Aires sería sólo momentáneo. Las noticias que llegaban de Europa sobre la debacle de las tropas napoleónicas en Rusia y en España auguraban el ocaso del proyecto hegemónico de Bonaparte, una pronta recuperación de la corona por parte de Fernando VII y la imposición de un liderazgo inglés sin contrapesos en Occidente.

En sintonía con estos cambios, y bajo el liderazgo de Carlos María de Alvear, la Asamblea del Año XIII archivó su cometido inicial y se limitó a sancionar diversas medidas con el fin de organizar la administración y garantizar la gobernabilidad, entre las que se destacaron la creación de un nuevo ejecutivo -el Directorio Supremo-, la aprobación de un nuevo sistema de pesos y medidas y del escudo nacional y la proclamación de la libertad de vientres. Mientras tanto, la cuestión de la independencia era excluida de la agenda pública. En su reemplazo se envió una misión a Europa, en 1814, compuesta por Manuel Belgrano y el ahora “recuperado” Rivadavia, con el fin de conseguir la aprobación de algún candidato de la nobleza europea para ser consagrado como monarca en el Río de la Plata.

Si bien el proyecto fue desactivado debido al veto inglés, todavía en junio de 1816 Rivadavia se dirigía a Fernando VII en los siguientes términos: “Como la misión de los pueblos que me han diputado se reduce a cumplir con la sagrada obligación de presentar a los pies de Su Majestad las más sinceras protestas de reconocimiento y vasallaje, felicitándole por su venturosa y deseada restitución al trono y suplicarle humildemente que se digne, como padre de sus pueblos, darles a entender los términos que han de reglar su gobierno y administración.” Un mes después, el Congreso de Tucumán proclamaba la Independencia nacional…

La extensa estadía europea de Rivadavia le permitió cosechar importantes contactos políticos y sociales, al tiempo que reconvertía su anterior hispanismo en una decidida militancia pro-británica. Para ello resultaron vitales su vinculación con el filósofo francés Destutt de Tracy, que lo inició en el liberalismo conservador de Benjamin Constant, y con el utilitarista inglés Jeremy Bentham.

La extensa estadía europea de Rivadavia le permitió cosechar importantes contactos políticos y sociales, al tiempo que reconvertía su anterior hispanismo en una decidida militancia pro-británica

Pero el acercamiento de Rivadavia con el establishment anglo-francés iría mucho más allá, a punto tal de provocar su expulsión de Madrid por disposición de Fernando VII. Rivadavia se mantuvo durante bastante tiempo en Europa, participando activamente de conspiraciones políticas en beneficio de pretendientes a ocupar las monarquías francesa y española, en el agitado escenario de la Europa post napoleónica.

Las “Reformas Rivadavianas”

La batalla de Cepeda, en 1820, clausuró el orden político nacional del Directorio, propiciando la consolidación de las autonomías provinciales en nuestro país. Buenos Aires debió afrontar entonces la creación de un Estado Provincial, aunque la empresa no resultó sencilla, ya que en pocos meses desfiló una decena de gobernadores que no consiguieron sostenerse en su cargo. Finalmente, en 1821, el nuevo titular del ejecutivo provincial, Gral. Martín Rodríguez, decidió convocar a Rivadavia para hacerse cargo del estratégico Ministerio de Gobierno y Relaciones Exteriores de la Provincia.

Tal como había sucedido en su anterior paso por la gestión pública, Rivadavia opacó con su desempeño al gobernador provincial, adquiriendo un rápido liderazgo sobre una Sala de Representantes compuesta por mitades por comerciantes y ganaderos. La acción de Rivadavia apuntó a reorganizar la provincia bajo el control de comerciantes locales e ingleses, como paso previo para la imposición de una hegemonía portuaria sobre el resto del país.

La acción de Rivadavia apuntó a reorganizar la provincia bajo el control de comerciantes locales e ingleses, como paso previo para la imposición de una hegemonía portuaria sobre el resto del país

Para entonces, poco quedaba del “españolista” deportado por la Junta Grande, ya que sus medidas políticas, sociales y culturales se enfocaron a crear las condiciones apropiadas para la inclusión del Río de la Plata como satélite del imperio británico en expansión. Las denominadas Reformas Rivadavianas incluyeron la organización de los poderes provinciales, la reducción de los gastos del Estado, que implicó una reducción del número de civiles en las tropas –reemplazados por gauchos desocupados reclutados por la fuerza- y la baja de los oficiales opositores.

A fin de centralizar el poder, se dispuso la supresión de los Cabildos de Buenos Aires, San Nicolás de los Arroyos y Luján. Asimismo se crearon la Bolsa Mercantil y del Banco de Descuentos, antecedente del Banco Provincia, que fue puesto en manos de financistas británicos y criollos, con la funciones de emitir moneda y otorgar préstamos a corto plazo. También aprobó la expulsión de las órdenes religiosas y la estatización de sus propiedades, y la creación del Colegio de Ciencias Morales y la Universidad de Buenos Aires. Para fomentar el establecimiento de europeos en el Río de la Plata, se formó una Comisión de Inmigración. En política exterior, se abandonó la lucha revolucionaria, aislando a los ejércitos de San Martín y de Güemes, quienes se vieron librados a sus propios medios para continuar con la gesta por la independencia americana.

Las reformas incluyeron la sanción de una ley de “sufragio universal”, que era en realidad bastante restrictiva, ya que excluía a jornaleros, domésticos y empleados, y mereció la condena de Manuel Dorrego, quien sostuvo que estaba orientada a dejar los destinos del país en manos de un estrecho número de comerciantes y capitalistas, entronizando a la “aristocracia del dinero”, que ya tenía el control del Banco y de la Bolsa.

Otras dos medidas se vinculan directamente con prácticas de corrupción y tendrán importancia decisiva en la formación de la oligarquía argentina: el empréstito contratado con la Baring Brothers y la Ley de Enfiteusis. En 1822, la Sala de Representantes de Buenos Aires autorizo a Rivadavia a gestionar un empréstito con la Baring por un millón de libras esterlinas, para construir un puerto, un sistema de aguas corrientes y fundar pueblos.

Otras dos medidas tendrán importancia decisiva en la formación de la oligarquía argentina: el empréstito contratado con la Baring Brothers y la Ley de Enfiteusis

Ninguno de estos objetivos se concretó, y la iniciativa se convirtió en un gigantesco acto de corrupción en beneficio de una minoría acomodada. Las tierras públicas, hipotecadas como garantía de pago, fueron asignadas en posesión a legisladores y actores próximos a Rivadavia, a través de la Ley de Enfiteusis, a cambio del pago de un canon prácticamente teórico. En lo referido al empréstito Baring basta con puntualizar que, de la suma de 1 millón de libras por la que fue contratado, solo llegaron al país 570.000, la mayoría en letras de cambio sobre casas comerciales británicas en Buenos Aires que eran propiedad de los intermediarios, los hermanos Parish Robertson, Braulio Costa, Juan Pablo Sáenz Valiente, Félix Castro y Miguel Riglos, quienes además recibieron por sus servicios una comisión de 120.000 libras. El empréstito se terminó de pagar en 1904 y en total, se abonaron 23.734.766 pesos fuertes…

En 1824, al concluir la gestión de Martín Rodriguez, Rivadavia abandonó provisoriamente la gestión pública para trasladarse a Inglaterra, decidido a facilitar nuevas iniciativas en el camino delineado por el acuerdo con la Baring. En sólo tres años de desempeño como Ministro de Gobierno, Rivadavia había sentado las bases del Estado de Buenos Aires sobre una clave aristocrática que excluyó a las clases subalternas del derecho a sufragar, consolidó. Asimismo consolidó las bases de la dependencia económica del Río de la Plata a través de la contratación del préstamo con la Baring Brothers, que constituyó el primer caso de flagrante corrupción en el manejo de las finanzas públicas, al tiempo que hipotecó toda la tierra pública provincial como garantía de pago de ese compromiso. Finalmente, la sanción de la Ley de Enfiteusis permitió la distribución de la posesión de las tierras hipotecadas entre comerciantes y estancieros, creando las condiciones para la consolidación de los latifundios que poblaron el territorio pampeano.

De este modo, para 1824 ya no quedaban rastros de la anarquía que había experimentado la provincia en 1820, tras la derrota militar infligida por la alianza entre los caudillos Francisco Ramírez y Estanislao López, gobernadores de Entre Ríos y Santa Fe respectivamente, en la batalla de Cepeda.

Sin embargo, para el liberalismo porteño la construcción de un Estado Provincial no era un fin en sí mismo, sino la precondición para abordar la conquista del país. La experiencia reciente enseñaba que esa conquista no podría fundarse exclusivamente en el poder de las armas, terreno en el que el Estado de Buenos Aires había demostrado una marcada debilidad, sino en la combinación entre una penetración económica e ideológica que permitiera derribar las resistencias morales y políticas a la hegemonía porteña, como paso previo a la intervención armada efectiva.

Para el liberalismo porteño la construcción de un Estado Provincial no era un fin en sí mismo, sino la precondición para abordar la conquista del país

Para llevar adelante esta estrategia, el liberalismo apeló a profundizar el lazo colonial con Gran Bretaña, para obtener recursos materiales y simbólicos –por ejemplo, poder presentar su rapaz vocación de imperar en el territorio nacional como un servicio a la causa de la “civilización”-, a cambio de enajenar buena parte del patrimonio y los recursos de la nación en beneficio de los intereses ingleses. En esa empresa, Rivadavia tenía reservado un papel estelar, y aunque no consiguió obtener un éxito duradero, alcanzó a definir las bases a partir de las cuales Bartolomé Mitre emprendería la conquista de la Nación a partir de 1861.

Representación pública, negocios privados

Al concluir la gestión de Martín Rodríguez como gobernador porteño, en 1824, Rivadavia recibió el ofrecimiento del nuevo gobernante provincial, Juan Gregorio Las Heras, de continuar en su cargo. Sin embargo, la relación entre ambos no era armónica, por lo que Rivadavia rechazó el ofrecimiento, para continuar con su larvada estrategia de profundizar las bases de la dependencia rioplatense, al tiempo que realizaba jugosos negocios personales.

Poco después, Rivadavia marchó hacia Londres, con una autorización de la Sala de Representantes bonaerense para gestionar emprendimientos relacionados con la explotación minera, que sería aplicada a la acuñación de moneda para el mercado argentino. Sus gestiones rápidamente desembocaron en la creación de la Río de la Plata Mining Association, sociedad compuesta por el propio Rivadavia junto con la banca Hullet Brothers, con un capital de un millón de libras esterlinas. La recolección de esta suma dio origen a una fiebre especulativa en el mercado londinense, con consecuencias inmediatas, ya que era imposible por entonces llevar adelante la iniciativa, debido a que las minas en cuestión estaban ubicadas en territorio riojano, fuera de la órbita de influencia de Rivadavia y de la dirigencia porteña.

Para colmo, la sociedad creada por Rivadavia debía competir con la Famatina Mining Company, nombre con el que se instaló en el mercado inglés la Sociedad del Banco de Rescate y Casa de la Moneda de La Rioja, que contaba como socios principales al caudillo local Facundo Quiroga, a sus socios porteños Braulio Costa y Tomás Manuel de Anchorena y a la propia Baring Brothers! Si bien ambos proyectos resultaron inviables, significaron el origen de una grave enemistad entre Rivadavia y Quiroga, que no tardó en traducirse en clave política.

Otro fantástico proyecto impulsado por Rivadavia en el mercado inglés fue la construcción de un canal navegable entre Mendoza y Buenos Aires, sobre todo si se tiene en cuenta que el caudal hídrico desmentía toda posibilidad de realización de la obra. Sin dudas, el “más grande hombre civil de la tierra de los argentinos” –según la caracterización de Bartolomé Mitre- era un excelente gestor de turbias oportunidades de enriquecimiento súbito, lo cual incrementó su prestigio entre una elite ávida de incrementar su capital sin importarle a qué costo.

El liberalismo a la conquista de la Nación

El Acuerdo del Cuadrilátero, firmado en 1822 entre Buenos Aires y las provincias del Litoral, había dispuesto la convocatoria de un Congreso Constituyente, que finalmente se reunió en Buenos Aires en 1824, dominado por los representantes porteños. El tiempo pasaba y no se avanzaba en la sanción constitucional, hasta que en el mes de abril de 1825 la expedición liderada por Juan Antonio Lavalleja y sus 33 orientales, consiguió liberar a buena parte de la Banda Oriental de la dominación portuguesa, sitiando a los invasores en Montevideo. Poco después, se convocó a un Congreso que proclamó la reincorporación de la Banda Oriental al Río de la Plata, decisión que fue refrendada por el Congreso Nacional de Buenos Aires el 25 de octubre de 1825. Poco después, el emperador del Brasil declaró la guerra.

Como respuesta, el Congreso Nacional decidió crear un Ejército Nacional y designar a un presidente, aun cuando se adolecía de una constitución que le diera un marco legal a la nueva autoridad. El 6 de febrero de 1826 se sancionó una Ley de Presidencia y el designado para desempeñar la primera magistratura no fue otro que el inefable Bernardino Rivadavia.

El 6 de febrero de 1826 se sancionó una Ley de Presidencia y el designado para desempeñar la primera magistratura no fue otro que el inefable Bernardino Rivadavia.

Aprovechando el control ejercido por la dirigencia porteña sobre el Congreso Nacional, y de las circunstancias excepcionales que generaba la guerra, Rivadavia impulsó una audaz ofensiva centralizadora, que incluyó la sanción de una Ley de Capitalización de la Ciudad de Buenos Aires y territorios adyacentes, la cesación en sus funciones del gobernador porteño Las Heras, la creación de un Banco Nacional controlado por capitales británicos y por financistas porteños, y la nacionalización de las instituciones y las acreencias porteñas, incluida la codiciada aduana.

A continuación, una Ley de Consolidación de la Deuda Pública del Estado declaró hipotecada toda la tierra pública de la Nación, disponiendo la aplicación del sistema de enfiteusis a nivel nacional. También se intentó atraer al capital británico ofreciendo brillantes oportunidades de inversión, pero la iniciativa naufragó debido a una crisis que por entonces experimentó el mercado londinense. En 1826, como corolario de esta ofensiva centralizadora, se sancionó una Constitución nacional que adoptó el sistema representativo, republicano y unitario, que disponía además que los gobernadores provinciales serian designados por el presidente con acuerdo del Senado.

La caída de Rivadavia

A fin de afrontar la Guerra con el Brasil, Rivadavia reorganizó el Ejército e incrementó la Escuadra Nacional. Creo un Estado Mayor, y dispuso el envío del Coronel Gregorio Aráoz de Lamadrid para reclutar tropas en las provincias del norte. En lugar de cumplir con esta directiva, Lamadrid aprovecho para desplazar a las autoridades de Tucumán y hacerse con el control de la provincia. Lejos de desautorizarlo, el presidente lo alentó a abandonar el objetivo inicial y utilizar sus tropas para liquidar a los caudillos federales de la región. Sin embargo, fue derrotado rápidamente por Quiroga, quien sumaba a sus razones políticas cuestiones personales pendientes con el primer mandatario.

Si bien el curso de la Guerra con el Brasil resultaba favorable para las tropas rioplatenses, la derrota de Lamadrid se sumó a una serie de acciones que forzaron la salida de Rivadavia. Por un lado, el rechazo manifiesto de las provincias a una constitución que las convertía prácticamente en colonias de un sistema que tenía a Buenos Aires como metrópoli. La leyes de Capitalización de Buenos Aires y de Nacionalización de la Aduana le enajenaron el respaldo de los sectores ganaderos, que se inclinaron por respaldar el liderazgo de Manuel Dorrego, quien desde su rol de convencional constituyente había emprendido desde un principio una crítica a rajatabla de las iniciativas de centralización. Por último, la debacle interna de Rivadavia impidió la continuación de la Guerra con el Brasil, por lo que el presidente encargó la negociación de un acuerdo de paz al ministro Manuel García.

Como resultado de las tratativas, García firmó el denominado “Acuerdo Deshonroso”, que reconocía la soberanía del Brasil sobre la Banda Oriental, acordaba el pago de generosas compensaciones en metálico a los brasileños por parte del Río de la Plata y el desarme de la Isla Martín García. Rivadavia rechazó el acuerdo, pero su capital político estaba consumido, por lo que renunció el 27 de junio de 1827. El Congreso se disolvió, las autoridades nacionales caducaron y la constitución fue desactivada. Las provincias, en tanto, recuperaron su autonomía y los bienes porteños fueron restituidos.

De este modo, de manera tan súbita como había sido impuesta, la centralización unitaria había caducado. Sin embargo, el liberalismo porteño no se daría por vencido. 35 años después, Bartolomé Mitre habría de retomar el proyecto de Rivadavia con algunos retoques, con resultados muy diferentes. La clave del éxito de la iniciativa era, sin dudas, la actitud que adoptara el líder del Partido Federal frente a las pretensiones del liberalismo porteño. Y, para fortuna del fundador de La Nación, la actitud de Justo José de Urquiza se ubicaría en las antípodas de la que había sostenido Facundo Quiroga.

*Alberto Lettieri es Historiador. Docente. Miembro del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego

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