El 19 y 20 de diciembre de 2001 y las próximas elecciones presidenciales
Escribe Alberto Lettieri*, exclusivo para InfoBaires24
El 19 y 20 de diciembre de 2001 la Argentina experimento un punto de inflexión. Un modelo neoliberal, sembrado por la dictadura cívico-militar de 1976, y abonado por las gestiones de Carlos Menem y de Fernando de la Rua, colapso. Esta crisis sirvió como introducción al proceso de reconstrucción del pacto social en nuestro país, y al impulso de un modelo nacional y popular, en sintonía con el cambio experimentado por varios países de nuestro continente.
La reflexión sobre su significado nos exige explorar al menos 3 dimensiones de análisis: la primera hace referencia a la idea de modelo, es decir, asociado a la idea de neoliberalismo, que nos remite a una perspectiva de mediano plazo que podría extenderse en el tiempo, desde una mirada mas limitada, al proceso que se impulsa a partir de la dictadura cívico-militar de 1976-83, y que va a experimentar un punto de inflexión a partir de la crisis de 2001, con la caída de de la Rua y la transición posterior, pero también hay un proceso que tiene un alcance un poco mas largo, que tiene que ver con las políticas implementadas por los sectores dominantes en nuestro país a partir de 1955 a través de dictaduras militares o las erróneamente denominadas “democracias vigiladas”, que apuntaron a la destrucción de los derechos y avances, de las conquistas alcanzadas durante la primera década de gestión de Juan D. Perón, a fin de destruir los derechos de los trabajadores y garantizar la concentración del capital en pocas manos y la transferencia de recursos al exterior.
Por esta razón no debemos olvidarnos, en el análisis puntual de las causas que llevan a la caída de Fernando De la Rúa, la importancia que adquiere la ofensiva para destruir la legislación laboral, y los casos de corrupción que se denunciaron en el Senado Nacional en torno a esto.
En este sentido, en esta perspectiva de mediano plazo, aparece una mirada que puede resultar engañosa, porque si uno mira los titulares o los testimonios de la época, donde la clase media urbana parece asumir un papel de liderazgo, oculta todo un proceso de lucha que venia dándose desde tiempo atrás, y que se va a potenciar en el marco de los cacerolazos.
No debemos olvidarnos, en el análisis puntual de las causas que llevan a la caída de Fernando De la Rúa, la importancia que adquiere la ofensiva para destruir la legislación laboral, y los casos de corrupción que se denunciaron en el Senado Nacional en torno a esto.
Por esa razón, no debemos devaluar la capacidad de lucha y la incidencia que adquieren los sectores trabajadores que han sido los que han sido capaces de poner un dique de contención a los intentos de expansión hegemónica del capital en nuestro país desde 1955.
Esta primera perspectiva nos conduce a sostener que el punto de inflexión no lo es únicamente en relación a la gestión de de la Rua, sino a las pretensiones de exclusión social y de pauperización, de la imposición del trabajo basura, de la entrega a través de las denominadas “relaciones carnales”, de este papel vergonzante para nuestra sociedad que suscribe una dirigencia oligárquica que nunca había tenido empacho en presentarse como la parte “sana y decente” de una sociedad colonial, con pretensiones de convertirse en la “joya mas preciada de la corona de su majestad británica”, por ej., en el marco de la firma del Pacto Roca-Runciman. Entonces, efectivamente, vemos aquí una cuestión, un paradigma de desvalorización de lo nacional, esta idea de que el cosmopolitismo y el provincialismo cultural se asociaban con la modernidad posible de una país dependiente, y constituya lo “políticamente correcto”, lo que debía ser dicho, lo que podía ser hecho, y la falta de respeto, la violación de los derechos de las clases medias y subalternas.
La segunda mirada posible esta referida al relato concreto de lo que ocurrió durante esas jornadas terribles del 19 y 20 de diciembre de 2001, y las distintas crisis que experimento nuestra sociedad a nivel político, económico, social y cultural.
La tercera mirada tiene que ver con el análisis en perspectiva, es decir, se trata de la interpretación histórica del significado de estos otros dos procesos analizados precedentemente, de asignar un sentido, o, recurriendo a una definición contemporánea, a construir un relato.
Cuando se crea el Estado Nacional Oligárquico en nuestro país, tras la caída de Juan Manuel de Rosas, en 1852, la dirigencia política que encabeza el proyecto tenía tres ocupaciones predominantes: eran abogados, editorialistas e historiadores. Este no es un dato menor, porque efectivamente la prensa era concebía como uno de los canales esenciales para la imposición de ciertas ideas, de cierto modelo social y de país, cierta concepción del liderazgo político, cierta explicación de la realidad y justificación y legitimación del proceso de concentración oligopólica del poder político, económico social y cultural. Recordemos que allí surgen los grandes medios oligárquicos, La Nación Argentina, La Prensa, La Tribuna, La Capital, etc., que expresaban los intereses de estos sectores oligárquicos. Y se sostiene la tesis de que el Estado debe sostener la tarea de la prensa, siempre y cuando esa prensa se alinee con el proceso de “civilización”. Y axialmente vemos como el liberalismo argentino recurrió al ahogo financiero, el racionamiento del papel, a la amenaza o a la censura directa para eliminar los discursos alternativos, y subsidio groseramente a los medios afines, generando condiciones excepcionales para su funcionamiento.
También eran historiadores, y recordemos la importancia que el modelo escolar asigna a los contenidos históricos, componiendo un relato que pretendió sancionar definitivamente cuales son los actores sociales identificados con la nación, los que naturalmente deben ejercer el liderazgo en nuestro país, son los que saben como deben hacerse las cosas. Y esto que tiene evidentemente una connotación de clase, y que en esta sociedad determinados sectores son los que tienen la facultad de decidir por los demás, y de quedarse en consecuencia con la parte del león en el reparto de las riquezas. El instrumento natural de la oligarquía agroexportadora es el ejército nacional, oligarquía que por la fuerza de los hechos, por un mandato histórico, es la que esta encargada de conducir el timón del Estado.
El instrumento natural de la oligarquía agroexportadora es el ejército nacional
Evidentemente, en una perspectiva de largo plazo, podemos ver que las explicaciones sobre el pasado se han mantenido bastantes estáticas en líneas generales, y un conjunto de intereses, que en otro tiempo, para simplificar, definíamos con el nombre de establishment, han hecho todo lo posible para que no cambien. Los próceres siguen siendo los mismos, los relatos y los contenidos escolares, aun con cierto agregados, siguen siendo los mismos, básicamente vemos que dentro del relato histórico, la explicación del pasado de nuestro país esta subordinada instrumentalmente a los intereses de esta oligarquía agroexportadora.
En ese relato oligárquico, autoritario, ciertos sectores se arrogan el derecho de intervenir cuando los “intereses de la nación” –es decir, los suyos propios- están amenazados, a través de golpes de estado, de la imposición de políticas autoritarias, a través de conspiraciones y de golpes de mercado, etc.
La multiplicación de espacios y medios de comunicación dedicados a bucear en nuestra historia y a proponer nuevas explicaciones y relatos alternativos, en clave nacional, popular, pluralista y democrática, es la alternativa al paradigma oligárquico que ha conseguido resistir hasta el presente.
Que sea posible imaginar nuestro pasado de modo diferenciado de los intereses y criterios del establishment expresados por el liberalismo a lo largo del tiempo, en la cual el sujeto histórico ya no serían las elites concentradas y autoritarias, sino las grandes mayorías populares, trocando ese papel subordinado, marginal o inexistente en protagonismo excluyente, ha generado múltiples censuras y recelos.
Si aspiramos a construir un país industrializado, donde podamos dar solución definitiva a la pobreza, la exclusión, el analfabetismo, etc. –en consonancia con los avances experimentados en los últimos diez años-, naturalmente necesitamos un relato histórico que nos de una explicación sustancialmente diferente de nuestros orígenes y nuestro devenir como sociedad.
Necesitamos un relato histórico que nos de una explicación sustancialmente diferente de nuestros orígenes y nuestro devenir como sociedad
Y es por ese motivo que, en los editoriales de los media no ocupa un lugar destacado el análisis de la caída de Fernando De la Rúa y sus implicancias. Y esto se explica, entre otras cosas, porque el escenario del 19 y 20 de diciembre tiene como protagonista excluyente al pueblo movilizado.
Cuando uno echa una ojeada a los análisis contemporáneos a esos sucesos, encontramos el interrogante común respecto de cómo serían explicados en el futuro por el relato histórico.
Algunos se preguntaban si el 19 y 20 de diciembre podrían ser comparados con el 17 de octubre. Otros, en cambio, sostenían que podría tratarse de un evento importante pero puntual, similar a la Semana Trágica de 1919. Yo creo que aquí surge una cuestión esencial: por un lado, estamos muy cerca, temporal y afectivamente, de este proceso, como para poder decidir ya si podemos equipararlo con el 17 de octubre, pero sí sabemos que ha sido el punto de inflexión para el inicio de una transformación drástica que permitió parir la construcción de la Argentina presente.
En principio, hay muchas diferencias entre el 19 y 20 de diciembre y el 17 de octubre, pero sobre todo hay una sustantiva: el 17 de octubre se moviliza más o menos espontáneamente el pueblo en reclamo de algo que sabe lo que es, de algo concreto: sabe que quiere la libertad y restitución de un líder, al cual asocia con un conjunto de conquistas, de avances sustantivos en su condición económica, social y humana. Considera que en la preinstalación de ese líder en la gestión pública está comprometido su futuro.
El 19 y 20 de diciembre, el pueblo sabe lo que no quiere, y lo expresa a través de un slogan: “que se vayan todos”. Lo que no quiere es la desactivación de las leyes de empleo, propiciada por el fallido “proyecto Banelco”, la consolidación de un sistema de empleo precario, la entrega del patrimonio nacional, las relaciones carnales, un país puesto de rodillas frente a las potencias y los organismos financieros internacionales, el endeudamiento permanente. No quiere más pizza con champagne. No quiere más presidentes “aburridos” ni señoras adultas que son “buenas abuelas” pero que carecen de la capacidad de gestionar.
El 19 y 20 de diciembre, el pueblo sabe lo que no quiere, y lo expresa a través de un slogan: “que se vayan todos”.
El 19 y 20 de diciembre nos marca un punto de inflexión en la historia de un pueblo que esta, en términos weberianos, “en estado de disponibilidad”, pero que no tiene un líder carismático en quien volcar sus expectativas. Y efectivamente, aquellos que hacen un relato contemporáneo del 19 y 20 de diciembre, no podían imaginar si iba a consagrarse finalmente este liderazgo, ni, mucho menos, quien podría detentarlo. Y ahí está el punto clave que permite revalorizar y dan una significación histórica mucho más ajustada a este acontecimiento. Porque efectivamente el pueblo tenía muchas expectativas, sabía lo que no quería, pero no sabía hacia donde orientarse, ni, mucho menos, como implementarlo.
Pero el pueblo, además, pudo interpretar otra cosa. El neoliberalismo no solo se impuso en nuestro país por presión de los mercados o de administraciones cómplices y corruptas, sino básicamente por la desmovilización popular, por el desaliento a la participación política de las grandes mayorías populares, por el abandono de los espacios públicos como escenarios naturales de la política. Una política de zaguán y directorios empresariales había desplazado a las movilizaciones masivas que se registraron entre la derrota de Malvinas y las leyes de Obediencia Debida y Punto Final de Alfonsín.
Desde la Revolución “Libertadora”, las elites reaccionarias intentaron imponer la desmovilización popular, prohibiendo y excluyendo al peronismo, recurriendo a la supresión de las garantías constitucionales, apelando a gobiernos autoritarios o a endebles administraciones civiles “vigiladas”, practicando la tortura, las violaciones, el asesinato, las apropiaciones de personas y de bienes, a la complicidad de medios periodísticos transformadas en empresas multimediáticas oligopólicas, etc.
La sanción de la obediencia debida y el punto final significo una enorme decepción, un factor desmovilizador terminante. Los avances conseguidos en términos de solidaridad social se transformaron en un individualismo a rajatabla, sembrado por la dictadura cívico-militar, y cultivado con esmero por el menemato y su trágico desenlace delarruista.
La sanción de la obediencia debida y el punto final significo una enorme decepción, un factor desmovilizador terminante
Pero en un determinado momento, la sociedad toma conciencia de que resulta indispensable poner un límite a la humillación, a la entrega, a la exclusión, a la concentración de la riqueza en pocas manos, pero no tienen en claro como canalizar esa demanda más allá de la protesta.
Hoy podemos terminar de construir ese relato en perspectiva, porque tenemos muchas más cartas de las que disponíamos por entonces. El 19 y 20 de diciembre podían haber terminado en cualquier cosa, ya que los desenlaces históricos a menudo no expresan la voluntad concreta de nadie, no están predeterminados… Pero en nuestro caso, concluyen con el alumbramiento de un consenso político, del que emergerán, de manera secuencial, tres figuras clave: Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner y Daniel Scioli.
Creo que este es el punto fundamental. Una fórmula política que consigue canalizar las expectativas sociales de las grandes mayorías derrotadas, imponiendo un modo de acción peronista, que combina programa y pragmatismo, en el que se destacan algunas ideas clave como por ejemplo la restitución al Estado de su papel de garante social, de expresión e instrumento de los intereses del conjunto de la sociedad, y no ya de pequeños grupos privados o corporativos, el impulso de la participación política –cancelada a partir de la desilusión de la primavera alfonsinista-, la integración regional y la recuperación del patrimonio nacional.
A partir de este punto de inflexión, el Estado se va a consolidar con una nueva matriz nacional y popular. A partir de allí, el relato resulta más familiar, y se construye teniendo en cuenta las realizaciones propias -desendeudamiento, disminución significativa de la exclusión social, políticas inclusivas, recuperación del empleo, crecimiento inédito de la economía, incluso en comparación con los tiempos de la “época dorada” de la oligarquía agroexportadora, siempre rememorada por los medios oligopólicos y los programas escolares tradicionales-, etc., y las impugnaciones y denuncias de quienes vieron afectados sus privilegios precedentes, o que culturalmente han sido tradicionales objetores de la democracia y la inclusión social.
A partir de este punto de inflexión, el Estado se va a consolidar con una nueva matriz nacional y popular
Y es aquí donde queda expuesto nuestro desafío actual, consistente en seguir construyendo una sociedad más igualitaria, potenciando el crecimiento económico, la redistribución y la modernización productiva, apostando a la industrialización y la diversificación económica. Para ello es necesario avanzar a paso firme en dos terrenos en los cuales los cambios registrados la notable inversión presupuestaria destinada por el Estado en estos últimos 12 años ha cosechado resultados más modestos: la cultura y la educación, áreas en las que sabemos que los cambios sólo son posibles en la medida en que se articulen tres componentes fundamentales: la voluntad política, la concientización social y el paso del tiempo.
Se trata de un terreno pastoso donde las representaciones sociales consolidadas, las resistencias culturales, los intereses corporativos y empresariales y los propios espacios burocráticos y de formación constituyen barreras difíciles de sortear al momento de impulsar una indispensable renovación. Entre esas resistencias incluyo necesariamente a las estratagemas judiciales que aún hoy han impedido la aplicación plena de la Ley de Medios. Pese a todo eso, los avances los logros obtenidos invitan a redoblar una apuesta esencial para la construcción de una sociedad democrática y productiva.
Por todo ello, debemos aprovechar las enseñanzas de la historia. Animarnos a repensar el pasado, a nuestra Argentina, desde el presente, porque esa revisión implica sentar las bases a partir de las cuales podremos a imaginar el futuro. Las fotos y los relatos del 19 y 20 de diciembre de 2001 nos impactan, nos sobrecogen. Se trata de una fecha histórica que significó el punto de partida para la profundización del proceso de transformación de nuestra sociedad.
La Argentina actual no es la misma: las diferencias están a la vista de todos, por lo que prescindiré de repasarlas ahora. Dentro de poco tiempo nuestra sociedad deberá expresarse nuevamente en unas elecciones que significarán un verdadero plebiscito respecto de la continuidad o el cambio de ese consenso iniciado en 2001, liderado por las figuras rectoras de Néstor Kirchner, de Cristina Fernández de Kirchner y de Daniel Scioli.
Esa es la verdadera opción política: el futuro del proyecto nacional o el retorno al neoliberalismo y a aquellas políticas que condujeron a nuestra sociedad a la catástrofe de 2001. Una victoria del proyecto nacional lo volvería prácticamente irreversible y resulta indispensable para consolidar y potenciar los cambios concretados. La historia nos enseña que la memoria colectiva es mucho más firme y sólida de lo que a algunos les gustaría que fuera y que cada vez que se lo convocó, el pueblo respaldo la opción de la Patria frente a la de la Colonia. Por eso avanzamos con confianza hacia esa instancia.
*Alberto Lettieri es Historiador. Docente. Miembro del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego