Opinión

Matar a Perón

Escribe Guillermo Magadán, exclusivo para InfoBaires24

 

Se cumplen 60 años del criminal intento de golpe de estado contra el gobierno constitucional encabezado por Juan Domingo Perón. Sesenta años en los que el país atravesó gobiernos dictatoriales y democráticos, tiempos de zozobra y de recuperación. Algunas cosas han cambiado. Otras subsisten: el odio irracional de algunos hacia los sectores populares, y los grupos de poder que se operan para imponer sus reglas de juego.

Aquel mediodía, el ruido de los motores de los aviones Avro Lincoln y los Catalina de la Aviación Naval resonaron a la distancia. La gente que circulaba por los alrededores de la Plaza de Mayo habrá alzado la vista con curiosidad hacia el cielo, sólo para comprobar con horror lo que se venía. La primera bomba cayó a pocos metros de la Pirámide de Mayo, luego, otra, impiadosa, asesina, destrozó un trolebús repleto de personas. Casi treinta bombas impactaron sobre la Casa Rosada.

La gente que circulaba por los alrededores de la Plaza de Mayo habrá alzado la vista con curiosidad hacia el cielo, sólo para comprobar con horror lo que se venía

Las explosiones, el humo, el sonido de la metralla, se mezclaban con los gritos de las personas heridas y mutiladas que yacían tendidas y ensangrentadas. La cifra es imprecisa, meramente estadística: más de 400 muertos y más de un millar de heridos.

Buenos Aires lograba el terrorífico privilegio de convertirse en la primera capital del mundo en ser bombardeada por sus fuerzas armadas en tiempos de paz.

Lo que se suponía iba a ser un desfile aéreo en desagravio a la bandera nacional y a la memoria del Libertador San Martín terminó en un baño de sangre protagonizado por los aviones de la Aviación Naval, que tenían en la ocasión su “bautismo de fuego”.

Es que días antes, durante la procesión del Corpus Christi, un grupo de activistas católicos habían dañado en inmediaciones del Congreso unas placas recordatorias de Evita, y habían arriado la bandera nacional para izar luego, la blanca y amarilla del Vaticano.

El objetivo primario era claro: Matar a Perón. El subyacente, lo define muy bien Hernán Patiño Meyer: “A través de un acto terrorista sin precedentes, se buscó quebrar la voluntad de resistencia de las mayorías populares que lo apoyaban, para iniciar la desperonización definitiva y el retroceso conservador de la sociedad argentina. El verdadero enemigo no era Perón, sino el pueblo peronista, al que había que recordarle que la piedad no era parte del diccionario de los “libertadores” y que el terror sería la medicina que habrían de inyectarle por la fuerza”.

El verdadero enemigo no era Perón, sino el pueblo peronista

 Los aviones llevaban pintados en sus colas una “V” y una cruz, que señalaban “Cristo Vence”. En la cruzada golpista se encolumnaban los sectores más gorilas de la marina, encabezados por el contralmirante Samuel Toranzo Calderón, secundado por los autores intelectuales de aquel horror. Algunos de ellos eran el socialista Américo Ghioldi, el radical unionista Miguel Ángel Zavala Ortiz, el conservador Oscar Vichi y los nacionalistas ultra católicos Mario Amadeo y Luis María de Pablo Pardo, integrantes de una hipotética junta de gobierno cívico-militar que asumiría el poder tras el derrocamiento de Perón.

El presidente, advertido por el general Franklin Lucero, se había desplazado hacia el edificio del Ministerio de Guerra, cruzando la Avenida Paseo Colón, desde donde pudo ver, horrorizado, lo que estaba ocurriendo.

El plan fijado por los conspiradores establecía que tras el último vuelo, con la última detonación, se activarían las células de los comandos civiles, integrados por entre cuatrocientos o quinientos hombres. Permanecían disimulados en las calles y los bares de la ciudad. Debían bloquear los accesos a la Plaza de Mayo. Disponían de dieciséis automóviles. En la hipótesis de que la misión fuese exitosa, y que Perón y su gobierno quedaran reducidos a escombros, los comandos se servirían del terror y la humareda para tomar la Casa Rosada. Ingresarían por el acceso principal. Quizá deberían enfrentar al cuerpo de Granaderos, ya diezmado por las bombas. En la confusión, ese combate se libraría sin contratiempos. Los granaderos no eran muchos, cuarenta hombres sin más infraestructura que un destacamento interno en la Casa de Gobierno. Era difícil que, atacados por sorpresa, pudieran bloquear a los comandos civiles. Pero, aun si lo hiciesen, no podrían contener el avance simultáneo de los infantes de Marina por la retaguardia.

Poco después de la una de la tarde, Héctor Hugo Di Pietro que se encontraba a cargo de la CGT por ausencia del Secretario General habló por la cadena nacional de radiodifusión y llamó a todos los trabajadores de la Capital Federal y Gran Buenos Aires a concentrarse inmediatamente en los alrededores de la CGT para defender a su líder. Obreros organizados se movilizaban desde las fábricas de los alrededores de Buenos Aires hacia el Centro de la ciudad. Perón pidió a los dirigentes sindicales que se abstuvieran de intervenir, pues lo consideraba una lucha entre soldados. El pueblo en cambio, prefirió defender a su líder y a las conquistas logradas.

Se combatía en las calles y en el aire. Los Gloster Meteor de la Fuerza Aérea, leales al gobierno democrático se enfrentaron a los de la Aviación Naval y derribaron dos aviones en la zona del Aeroparque. En los alrededores de la Plaza, los combates entre la infantería de marina y tropas del ejército leales comandadas por Lucero se sucedían. Grupos de obreros se enfrentaban a los golpistas a los tiros, en defensa del gobierno popular. La guardia de los Granaderos repelió el ataque de los comandos civiles, encabezados por el golpista Zavala Ortiz.

Al caer la tarde, el salvaje ataque había sido prácticamente repelido. Las fuerzas rebeldes, se replegaron desordenadamente hasta el Ministerio de Marina.

Cuenta el historiador Felipe Pigna que “En el Ministerio de Marina, que había sido el cuartel general de los golpistas, uno de los líderes de aquella “revolución”, el vicealmirante de infantería Benjamín Gargiulo, decidió pegarse un tiro, mientras que otro de los conspiradores, el almirante Aníbal Olivieri, observaba por las ventanas cómo avanzaban sobre el edificio columnas de trabajadores enardecidos y decididos a vengar a sus compañeros asesinados. El marino tomó el teléfono aterrado y llamó al ministro de Guerra, el general Lucero, y le dijo: “Intervenga. Mande hombres. Nos rendimos, pero evite que la muchedumbre armada y enfurecida penetre en el edificio del Ministerio”. Junto a Olivieri estaban sus colaboradores más cercanos, los tenientes Emilio Eduardo Massera y Horacio Mayorga, de triste futuro”.

La sublevación no pudo tomar el poder. En términos militares, fracasó. Pero el poder político de Perón fue alcanzado por las bombas. El 16 de junio había sido un ensayo. La conspiración no se detuvo.

Los responsables de la matanza, entre ellos varios civiles como Zavala Ortiz huyeron al Uruguay, donde el gobierno colorado presidido por Luis Batlle Berres los asiló como “defensores de la libertad”.

Los responsables de la matanza, entre ellos varios civiles como Zavala Ortiz huyeron al Uruguay

Por otra parte, la impunidad de los responsables de la masacre de junio de 1955 contrasta con los fusilamientos de 1956 en José León Suárez y otros lugares, en represalia por el intento de levantamiento que encabezó el general Juan José Valle contra el régimen de la autoproclamada «Revolución Libertadora».

«Los militares de junio de 1956, a diferencia de otros que se sublevaron antes y después, fueron fusilados porque pretendieron hablar en nombre del pueblo: más específicamente, del peronismo y la clase trabajadora. Las torturas y asesinatos que precedieron y sucedieron a la masacre de 1956 son episodios característicos, inevitables y no anecdóticos de la lucha de clases en la Argentina», escribió en 1969 Rodolfo Walsh.

Carlos Antón afirma que el bombardeo a Plaza de Mayo sólo se puede entender por el odio de clase que la burguesía ha sentido siempre hacia los trabajadores, y lo equipara con ataque que realizó la aviación hitleriana sobre Guernica o los que realiza hoy la aviación estadounidense en las ciudades de Irak.

Que la «turba» se vuelva a sus casas, fue una de las condiciones que pusieron el ministro de Marina, contraalmirante Aníbal Olivieri, y el vicealmirante Benjamín Gargiulo, para rendirse, luego del bombardeo a la Plaza. Ese nombre: «la turba», esa voz que lo pronuncia: la Marina, sintetiza los dos actores. Trabajadores y burguesía. Ese día fue un jalón más de ese odio arraigado, que los sectores más reaccionarios de la sociedad sienten hacia los trabajadores.

Antón sostiene que chusma, turba, cabecitas, villeros, piqueteros, han sido y son palabras que son lanzadas con desprecio. Pero también con temor. Temor a perder los privilegios, la riqueza, el poder que amasan cada día con nuestra sangre.

Pasaron sesenta años desde entonces. Uno hubiera esperado que con el tiempo transcurrido y la trágica historia del país en esos años, aquellos sectores que en 1955 se propusieron terminar con un proyecto de país inclusivo, que se ocupaba de los sectores vulnerables, de su clase trabajadores, de sus ancianos, hubieran aprendido la lección. Despreciadores seriales de las causas populares, vuelven una y otra vez a amontonarse buscando torcer, por las buenas o por las malas, la decisión de la Mayoría. Perón los definió bien cuando los llamó “cagadas de paloma”, porque ni siquiera dan olor. Aunque molestan.

No hay caso. No han aprendido nada.

Fuentes: Felipe Pigna, Los mitos de la historia argentina 4

                 El Ortiba

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