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LA NOCHE EN QUE LA PATRIA PIDIÓ SER DEFENDIDA

En una semana marcada por nueva deuda externa al 6,5%, retrocesos en soberanía, licitaciones dictadas desde afuera, fuga de inversiones, manipulación institucional, apatía social, crisis de representación y un gobierno sostenido por bloques funcionales, los Comensales —los de hoy y los de ayer— se reúnen nuevamente a desmenuzar un presente que amenaza con borrar el futuro. Perón, Cooke, Ferla y Cafiero vuelven a sentarse junto a los militantes del presente para preguntar, sin eufemismos: cómo se defiende un país cuando quienes deberían cuidarlo lo entregan pieza por pieza.

La noche cayó con una violencia distinta, como si el cielo hubiese decidido no dejar margen a la ilusión. Los compañeros y compañeras fueron llegando en silencio, con esos gestos cansados que tiene la gente cuando sabe que lo que se rompió ya no se arregla con buena voluntad. Sobre la mesa de roble, las botellas de vino parecían estar esperando una confesión colectiva más que un brindis. 

El anfitrión, que había pasado el día recorriendo barrios donde el ajuste ya no era un concepto sino un plato vacío, los recibió uno por uno. Y como si la historia respondiera a la urgencia, allí estaban también los cuatro invitados: Perón, Cooke, Ferla y Cafiero. Nadie preguntó cómo habían llegado. En tiempos así, ciertas presencias no requieren explicación. 

Fermín abrió el fuego: —Compañeros… volvimos a endeudarnos afuera. Al 6,5%. Como en las peores épocas. 

Se hizo un murmullo general. Perón lo cortó de inmediato. —Fermín —dijo con voz firme—, cuando un gobierno carece de proyecto nacional, termina financiando el proyecto de otro. Y hoy estamos financiando intereses ajenos, no necesidades argentinas. La deuda no es una herramienta financiera: es un mecanismo de subordinación. Y el que se endeuda sin plan, entrega soberanía. 

Cooke intervino con el ceño fruncido. —Además, lo venden como un logro. Como si endeudarse en dólares caros fuera señal de confianza. Es el viejo truco liberal: transformar la dependencia en épica. El problema no es la deuda en sí, sino la mentira política que la disfraza de éxito. 

Melisa tomó la posta. —Y lo de la Hidrovía, General… La ONU avala una licitación que deja afuera a China. ¿Otra vez vamos a entregar nuestra vía troncal al control extranjero? 

Cafiero se  acomodó. —La soberanía política y económica es una sola cosa —dijo—. No se puede mantener bandera si se entregan los ríos. No se puede hablar de patria si las decisiones estratégicas se toman en oficinas que no están en la Argentina. 

Fernando golpeó la mesa con la palma. —Shell se bajó del proyecto de GNL. ¿Se dan cuenta? ¿Otro anuncio que era puro humo de Marin? Todo lo que prometen se cae a pedazos en cuanto le sacan la foto. 

Ferla hizo un gesto que mezclaba compasión y bronca. —No es casual, Fernando. El capital serio no apuesta donde no hay reglas, ni estabilidad, ni demanda interna, ni Estado. El neoliberalismo vende humo porque no puede ofrecer futuro. Y cuando el humo se disipa, quedan los agujeros. 

Diego completó: —Y mientras tanto, el gobierno improvisa. Y la política… actúa como si nada. 

El anfitrión volvió con una botella nueva. —En el Congreso es peor —dijo—. Las juras convertidas en show, Milei en el palco como emperador, legisladores que cambian de bloque según quién les garantiza un sillón. Es una coreografía del cinismo. 

Miguel murmuró: —La fiesta en el funeral. Porque lo que se está velando es la institucionalidad. 

Perón lo miró de frente. —Compañeros, un legislador sin convicciones es un funcionario corporativo. No responde a un pueblo sino a un interés. Y ese es el drama de esta época: hay bancas ocupadas, pero no hay representación. Cuando la política se vacía de contenido, el pueblo se vacía de confianza. Y ahí nace la apatía. 

Nora intervino: —Pero la apatía no es casual, General. Es funcional al proyecto neoliberal. 

Cooke la señaló con la mano. —Exacto. La apatía no es un daño colateral: es un insumo. Al liberalismo le sirve una sociedad cansada, descreída y desconectada. El pueblo fragmentado deja de ser pueblo y pasa a ser clientela o audiencia. Y ahí gobiernan tranquilos. 

Ricardo tomó aire. —¿Y quién frena esto? ¿Quién marca límites? Ziliotto fue el único gobernador que dijo “no” al Presupuesto. Uno entre tantos. 

Cafiero apoyó la mano sobre la mesa. —La resistencia territorial vale más que cien discursos. En cada intendencia, en cada sindicato, en cada movimiento social donde no se entrega la dignidad del pueblo, ahí se sostiene la Argentina. A veces es una persona. A veces es un gesto. Pero ahí vive la patria. 

Aníbal sumó: —El problema es que el Congreso está lleno de funcionales. Si no responden a un proyecto nacional, responden a intereses privados. Es así. 

Ferla completó: —Porque el liberalismo no legisla en nombre de una idea. Legisla en nombre de un cliente. 

Horacio lanzó: —Y en medio de todo, el homenaje a los 12 de la Santa Cruz fue más chico que otros años. Eso duele, compañeros. 

Se hizo un silencio. Un silencio de esos que pesan. 

Mimí habló por fin: —No éramos pocos. Éramos los necesarios. Pero duele ver cómo se achica algo que antes desbordaba. 

Perón la miró con ternura paternal. —Las luchas profundas siempre vuelven —dijo—. Cuando el pueblo está herido, se recoge. Pero no desaparece. No se rindió en los 70, no se rindió en los 90, no se rindió en la dictadura. No se va a rendir ahora. 

Hipólito preguntó: —General… ¿hay salida? 

Y la mesa entera lo miró. Esperaba esa pregunta. 

Perón tomó aire. Un aire pesado, pero lleno de convicción. —Miren bien el tablero —dijo—. Milei compró números, pero no compró cohesión. No tiene organización. No tiene historia. No tiene raíces. No tiene pueblo. Y gobernar contra medio país nunca funcionó. Ni antes, ni hoy, ni mañana. Lo único que necesitan ustedes es mantenerse organizados, unidos y presentes. Cuando el bolsillo apriete —y ya aprieta—; cuando el humo se apague —y ya se apaga—; cuando el espectáculo deje de distraer… ahí empieza la verdadera disputa. Y ahí, si estamos organizados, volvemos a conducir. 

Cooke lo subrayó: —La política real vuelve cuando el pueblo vuelve a la calle y a la discusión. Ellos tienen dólares prestados; nosotros tenemos memoria, comunidad y futuro. No subestimen eso. 

Germán agregó: —Y los límites del ajuste ya se ven. En los comedores, en los hospitales, en las escuelas. Ya no pueden apretar mucho más sin romper todo. 

Cafiero concluyó: —El ajuste tiene un límite y se llama pueblo argentino. Y cuando ese límite se cruza, algo se enciende. 

Tony cerró la reflexión: —Ellos gobiernan con marketing. Nosotros resistimos con historia. Y la historia siempre vuelve a pasar factura. 

Hipólito tomó la palabra con cierta duda, como quien no quiere patear el tablero, pero sabe que, si no lo hace, nadie lo hará. —Compañeros… hablamos de soberanía, de representación, de resistencia… pero hay un tema que venimos esquivando: ¿quién conduce? ¿Cómo se conduce? ¿Con qué legitimidad? ¿Con qué método? 

La pregunta cayó como un peso sobre la mesa. 

Cafiero fue el primero en responder. —La conducción no es un cargo —dijo—. Es una responsabilidad. El conductor no manda: orienta. No ordena: sintetiza. No impone: interpreta. Un conductor no se elige porque habla fuerte, sino porque escucha hondo. Y sobre todo porque expresa lo que el pueblo ya siente, incluso antes de que el pueblo pueda ponerlo en palabras. 

Diego agregó: —Hoy nadie está conduciendo nada. Ni el gobierno —que improvisa— ni la oposición —que compite entre sí por ver quién llega a una foto—. El pueblo está huérfano de un horizonte. Y esa es la peor crisis. 

Ferla asintió. —La conducción es un ejercicio colectivo, aunque después se exprese en una persona. La historia argentina ya lo demostró: cuando la conducción no emerge de la comunidad organizada, degenera en personalismo vacío. Y cuando la organización no reconoce una conducción, se fragmenta. Necesitamos las dos cosas. 

Cooke, con su voz grave, intervino: —La conducción revolucionaria —y no lo digo en términos armados, sino en términos de transformación— surge cuando un proyecto es capaz de iluminar el presente y, al mismo tiempo, romper el sentido común que lo aprisiona. El liberalismo instaló un sentido común individualista; la conducción nacional tiene que reinstalar un sentido común solidario. Esa es la batalla política. 

Germán, pensativo, preguntó: —¿Pero, quién? ¿Quién puede hacerlo hoy? 

Perón lo miró con una mezcla de paciencia y firmeza. —Muchacho, no se empieza preguntando “quién”; se empieza preguntando “cómo”. Cuando el movimiento se ordena, la conducción aparece sola. Y cuando la conducción aparece antes que el orden, termina siendo un problema, no una solución. La crisis actual es de método, no de nombres. 

Aníbal se sumó: —Entonces el método es lo primero. 

—El método —dijo Perón— es sencillo en teoría y difícil en la práctica: escuchar, sintetizar, organizar y conducir. En ese orden. La mayoría de los que hoy pretenden conducir quieren saltarse los tres primeros pasos. Así no funciona. 

Ricardo intervino con la voz un poco quebrada: —General… ¿y si el pueblo ya no cree en nadie? 

Perón negó suavemente. —No es que no cree en nadie; es que todavía no escucha una voz que sea suya. Cuando aparezca, lo va a reconocer de inmediato. Y no será una voz perfecta ni mesiánica; será una voz surgida del barro, del territorio, de la militancia real, de los sindicatos que resisten, de los barrios que se organizan. La conducción empieza ahí: en la práctica cotidiana. Lo demás viene después. 

Mimí tomó la palabra: —A mí me preocupa que estamos esperando al conductor como quien espera a un salvador. Y no funciona así. 

—Exactamente —dijo Cafiero—. La conducción no desciende del cielo. Se construye desde abajo, con responsabilidad, con coherencia, con paciencia. Y con algo que en estos tiempos escasea: generosidad política, sin egos, ni individualismos. 

Ricardo completó: —Generosidad… eso falta. Nadie suelta nada. Todos cuidan su parcela. 

Cooke levantó una ceja. —Compañero, cuando los dirigentes cuidan parcelas, el enemigo se queda con el país. 

Un murmullo grave recorrió la mesa. 

El anfitrión intervino entonces, con un tono que mezclaba urgencia y convicción: —Entonces la tarea es clara: reconstruir un proyecto, reconstruir organización y, recién ahí, que emerja la conducción. No al revés. No como una interna. No como un casting. Como un proceso político real. —Entonces, comencemos con lo primero: el Proyecto. 

Hipólito cerró el concepto con sencillez: —La conducción surge cuando el pueblo encuentra a quien lo exprese. Pero para que eso pase… el pueblo tiene que estar movilizado, y nosotros tenemos que estar organizados. 

Perón sonrió apenas. —Exacto. La conducción no es un título. Es un vínculo. Y los vínculos se construyen. Si ustedes reconstruyen el vínculo con el pueblo, la conducción vendrá. Y vendrá desde ustedes mismos. 

La mesa quedó en silencio, un silencio que no era vacío sino fértil: un silencio de decisión. 

Ricardo brindó: —Por la patria viva. —Por la patria que resiste —siguió Melisa. —Por la patria que vuelve —cerró Ferla. 

Y las copas chocaron con un sonido seco, firme, de decisión colectiva. Afuera, la noche seguía pesada, pero algo —aunque sea imperceptible— había comenzado a cambiar. 

 

«La historia no se borra, la memoria no se clausura, la justicia no se negocia, la soberanía no se entrega y la apatía es la derrota que ningún pueblo puede permitirse.» 


José “Pepe” Armaleo – Militante, abogado, magíster en Derechos Humanos, integrante del Centro Arturo Sampay y de Primero Vicente López. 


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