
Nunca fui a la escuela
No leo ni escribo
Y se andan peleando
Por el voto mío
(El Invisible- Milo J, Cuti y Roberto Carabajal)
17 de octubre de 2025, un nuevo Día de la Lealtad se asoma en una mañana gris. Muchos desayunamos un mate lavado, ese compañero fiel, tradicional y popular que se ha vuelto desayuno, almuerzo, merienda y cena de muchos compatriotas. Las estadísticas dicen que ha caído estrepitosamente el consumo de carne y ha crecido el de yerba mate. También dicen que ya casi nadie consume leche diariamente, y el té se hace presente en los tablones de madera de los merenderos de las escuelas junto a finas rodajas de pan.
¿Cómo es posible que en la pampa húmeda sea un lujo comer carne de vaca? en la Argentina de hoy, es un lujo casi todo, fundamentalmente sobrevivir.
La Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de Córdoba ha sabido denominar como “genocidio por goteo” a lo que el gobierno de Javier Milei les está haciendo a los jubilados con el recorte brutal del acceso gratuito a medicamentos del PAMI. Es una realidad: hoy, los viejos eligen entre comer una costeleta o comprar medicamentos. Además de eso, cada miércoles la policía y gendarmería cocainómana de Patricia Bullrich salen a cazar viejitos, en un ritual de color negro manchado con sangre en las arrugas que vemos por los noticieros. Por supuesto, le volaron la mitad de la cabeza y la vida al fotoperiodista Pablo Grillo y han molido a palos a tantos otros cronistas. Pero mis vecinos no hablan de eso. ¿De qué hablan mis vecinos? ¿De qué hablan los argentinos?
Un poco hablan de Wanda Nara. Otro poco de la China Suárez. Pero entre el cotilleo de las charlas de supermercado empiezan a asomarse las quejas y los lamentos de no llegar a fin de mes, de verse estrangulados por los resúmenes de las tarjetas de crédito, por los calores que empiezan a asomarse de este inminente y prematuro verano que nos hará elegir entre prender el aire o pagar el alquiler de casa. No hay infidelidad de famosos que pueda tapar la realidad, ni maquillarla, ni hacerla más digerible, porque otro factor comienza a hacerse presente día a día: mujeres asesinadas, mujeres torturadas, mujeres descuartizadas, mujeres en bolsas de consorcio, mujeres desechadas en los basurales, en los pozos negros.
Los Invisibles

Estoy en shock. Hace más de tres días que he sentido un bloqueo emocional y periodístico que nunca me había sucedido. Pero la náusea -como diría Jean Paul Sartre- aparece en mis dedos para intentar vomitar todo lo que se viene acumulando y en forma de palabras intentar sacar la cabeza de abajo del agua, al menos por un rato. Creo que hay dos sujetos históricos, sociales y políticos que hoy están siendo ultrajados más que nunca y aún así siguen siendo invisibles en el día a día, dos sujetos políticos a los que ninguna campaña política está sabiendo representar, hablarles, mucho menos salvarles la vida: las mujeres víctimas de violencia de género, y los laburantes de fábricas que oscilan en cerrar -o cierran, o se van del país- que siguen cargando 25 o 50 kilos en los hombros, entre otras medidas absolutamente esclavizantes, como si estuviéramos en otros siglos. Y escribo esto a riesgo de que me señalen que no es justo comparar las víctimas de femicidios con hombres o con trabajadores, que las víctimas del machismo más cruel y salvaje merecen una nota para ellas solas y es un argumento probablemente válido, justo y honesto. Pero no puedo evitar pensar que todo lo que está sucediendo son piezas concatenadas de un sistema, de una ideología que no es ni más ni menos que la expresión más pura de la derecha, del facismo neoliberal, que humilla la esencia humana, aplasta los Derechos Humanos, secuestra la dignidad y le tapa la boca a quiénes quieren gritar.
Dentro de esas víctimas de este sistema, se encuentran los trabajadores y trabajadoras que están siendo despedidas por cientos (¿o acaso somos conscientes del peso de leer todos los días que tal o cual fábrica multinacional despidió 300, 600 o 900 empleados y lo que eso conlleva en la economía de una localidad?) que están a la deriva en un país que ofrece como salida colectiva ser “manteros digitales”, “emprendedores” que inundan las redes sociales que por un momento te hacen creer que podés ser tan exitoso como el evasor serial Marcos Galperín domiciliado en Uruguay, obviando algo obviamente elemental: para ese “éxito” se necesita una base llamada herencia. Los sindicatos -salvo muy poquitas excepciones- ya no representan a nadie. Ya no lo hacen con la contundencia insobornable de aquellos líderes sindicales de los 70s (no hay día en que no piense qué diría Agustín Tosco si viera el presente). Vuelvo a la idea: hoy el pueblo trabajador no se siente representado por nadie, tampoco por el peronismo. El obrero no llena las calles en manifestaciones masivas, no se lo ve defendiendo la universidad pública, ni en los 24 de Marzo, ni mucho menos en las marchas de Ni Una Menos, porque hace al menos 15 años que son esclavizados silenciosamente por una precarización laboral que no necesita de ninguna ley de flexibilización laboral: ya es una flexibilización laboral de hecho.
El otro sujeto social fuertemente vulnerado, desprotegido e invisible son las mujeres víctimas de violencia de género todos los días. Digo “todos los días” porque los femicidios -generalmente- no suceden de un día para el otro; por el contrario, son la expresión final de una sucesión de hechos que se acumulan día tras día, semana tras semana, mes a mes y año tras año. Siendo honestos, en realidad los femicidios quizás no sean la expresión final de la violencia machista -aunque cueste pensar que puede haber algo peor que el asesinato de una mujer- quizás la escena final de tan espantoso mecanismo sean los cientos de niños y niñas que quedan huérfanos, sin madres y con padres que, en el mejor de los casos, serán encerrados casi de por vida.

¿Cómo se reconstruye un país en estas condiciones? pienso que nadie lo sabe. Pero que es urgente dar disputas de sentido diariamente que ayuden a combatir el discurso imperante de odio al más débil, de xenofobia, de machismo, de discriminación sistemática. Un acierto de la miniserie “Adolescencia” que se encuentra en la plataforma Netflix es visibilizar cómo hemos ido creando pequeños varones con un alto grado de resentimiento hacia las mujeres y “cuestiones de género”, alojados en escuelas repletas de afiches, carteles o cartulinas de todos colores, con banderas LGBTQ+ e indicaciones de buena convivencia. ¿Cómo se generó tanto resentimiento, tanto odio hacia las mujeres? ¿Dónde nace? ¿Es miedo? ¿Es bronca? ¿Es impotencia? ¿En qué momento los padres dejaron de educar a los niños bajo el lema “a la mujer no se le pega”? ¿Están los padres dialogando con sus hijos? ¿Quién pasa más tiempo con los chicos: los padres o Tik Tok?
Todo lo anteriormente mencionado es minúsculo si -como hacemos los comunicadores sociales continuamente- analizamos el peso discursivo que tiene la palabra de la máxima autoridad de un país: el presidente. El presidente -sustantivo que en esta nota será escrito con minúscula inicial, pues no se merece ninguna mayúscula- dijo que le gustaría “poner el último clavo en el cajón” a una ex presidenta al que intentaron asesinar. ¿Qué podemos esperar que suceda socialmente luego de esa declaración? Recuerdo que cuando la escuché y vi por televisión por primera vez, sentí que nada bueno podía suceder, que sólo vendrán cosas peores. Hoy lo sentimos como una bola de nieve incapaz de frenar.

Argentina saqueada, maltratada, extranjerizada
Cuando era chica me llamaba la atención que mis viejos conocieran a una mujer llamada “Argentina”. En mi mente infantil, solamente podía ser un nombre designado a un país, no a una mujer. A mis viejos les encantaba el nombre. A mí me parecía asombroso el poder de ese sustantivo propio capaz de definir tierras, lagos, mares, montañas, rutas, y también a una mujer.
Siempre he pensado que mi país -nuestra Argentina- si tuviera forma humana sería una mujer: porque está llena de colores y no se avergüenza de usarlos; porque en su idiosincrasia es nostálgica, melancólica y maternal; porque alberga en su seno a todo aquel que quiera ocupar nuestro territorio y le da la teta en forma de salud y educación pública a todo aquel y aquella que quiera o lo necesite; porque sus caudalosos ríos son la sangre que nutre y ayuda a parir generaciones de sujetos apasionados, excelentes en todo lo que se propongan. Argentina es una mujer, porque no entiende por qué tiene que sufrir tanto. Sufrir a un presidente digitado por Estados Unidos e Israel, que quiere venderla en partes y aniquilar todo sentimiento posible de soberanía nacional. Sufrir la indiferencia de sus propios hijos, que miran para el costado cuando ven a un compatriota durmiendo entre cartones frente a un local en alquiler. Sufrir la violencia entre trabajadores que coronan el propósito máximo de los intereses foráneos: dividirnos y reinar.
Lo único que consuela -aunque sea un poco- es pensar que Argentina es una mujer intensa, que más temprano que tarde sabrá despertarse para colmar las calles de luchadores y luchadoras que sepan salvarla a tiempo del desguace final.
Y que para lograr eso tiene que primar la bandera celeste y blanca por encima de cualquier bandera provincial, después de todo, “provincias unidas” en inglés se traduce como “United States”.
Feliz Día de la Lealtad, entonces, a los y las que sigan siendo leales a su Patria por encima de cualquier conveniencia o especulación personal.





