Los libros de la buena memoria
(Por Alma Rodríguez)
EL ACCESO A LOS LIBROS DE MANERA GRATUITA
Escena 1
El jueves pasado se inauguró la edición número 48 de la Feria del libro de Buenos Aires. Por primera vez en la historia no hubo ninguna presencia oficial de ninguna de las autoridades del gobierno nacional. Como se sabe, la Feria del libro reúne a figuras de la cultura que abarcan todas las corrientes ideológicas, matices y géneros.
La Feria es un lugar de encuentro y de visibilidad del libro y de la palabra. Allí se unen la literatura y la industria pero, básicamente, el evento funciona como un termómetro para medir el clima y la situación en cuanto a la producción y al consumo cultural. La Feria del libro de Buenos Aires es una de las ferias más visitadas y recorridas de todo el mundo. Tal vez la gente ya no lea tantos libros en papel, tal vez ni siquiera los compre, pero asiste a la Feria cada año.
Durante el acto de inauguración, se vio un claro y fuerte posicionamiento por parte de todo el sector de la cultura en contra de las actuales políticas del actual gobierno de Milei. Tanto las palabras del titular de la Fundación El libro como las de la prestigiosa escritora Liliana Heker recorrieron las redes y se hicieron eco en los medios de todo el mundo.
Escena 2
El martes de la semana pasada se llevó a cabo una de las marchas más multitudinarias de las que se tenga memoria. Alrededor de medio millón de personas se concentraron en todo el centro porteño y lo hicieron en diferentes puntos del país en defensa de la Universidad pública. Parece que el pueblo está dispuesto a sufrir el ajuste pero no a que se le quite su derecho al acceso a la educación pública, gratuita y de calidad.
A diferencia de otras manifestaciones, la consigna que circuló por las redes fue la de llevar un libro como forma de visibilización y posicionamiento frente a un gobierno al que no parece interesarle en lo más mínimo la cultura. Las imágenes fueron conmovedoras: miles de personas se tomaron el trabajo de elegir un libro que los representara, que los conmoviera o que hablara por ellos en medio de la multitud. Miles de autoras y autores se dieron cita esa tarde en la histórica Plaza de Mayo y sus alrededores bajo la forma de libro.
Escena 3
Hace unas semanas, 120 trabajadores y trabajadoras de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno recibieron por mail la noticia de que sus contratos no serían renovados a partir del 1 de abril. De esta manera, el hecho se suma a la feroz ola de despidos que se llevó a cabo en diferentes ministerios y dependencias estatales durante los últimos meses. Además del daño irreversible que significa el hecho de quedarse sin trabajo para miles de personas y para innumerable cantidad de familias, representa una muestra más de la desidia por la cultura, las políticas públicas y la memoria por parte del actual gobierno.
La Biblioteca Nacional no es solo un emblemático e imponente edificio, sino un lugar en el que se resguarda la memoria y la historia y a partir de la cual se construye nuestra identidad y parte de nuestra soberanía. La institución, que cuenta con el Museo del libro y de la Lengua “Horacio González”, una escuela de bibliotecarios, una editorial y un programa de radio, también atesora en ella un centro de documentación e investigación dedicado a pueblos originarios, historieta, literatura infantil y juvenil entre otros temas. La decisión de recortar personal y presupuesto dentro de este ámbito implica un claro posicionamiento de parte de un Estado al que no le interesa en absoluto el fomento de la lectura ni el patrimonio cultural identitario que implican las bibliotecas.
El libro constituye un bien cultural y artístico primordial no sólo vinculado al disfrute, sino también a la formación y a la educación. El libro va de la mano de la lectura en todas sus manifestaciones tanto individuales como colectivas. Sin acceso a los libros no hay acceso a la posibilidad de imaginar y conformar un sujeto crítico dentro de una sociedad.
A lo largo de nuestra historia, fueron muchas y diversas las políticas de fomento de la lectura. Desde los distintos Planes de lectura, tanto nacionales como provinciales, hasta la existencia de las bibliotecas populares. Las políticas de fomento del libro y la lectura que, dicho sea de paso, tuvieron mayor desarrollo durante los gobiernos de Néstor y de Cristina Kirchner, permitieron no sólo la compra de libros para ser distribuidos en escuelas a lo largo y a lo ancho de todo el país, sino también la posibilidad de que autores y autoras se acercaran a sus lectores, niños y niñas que de otra manera no hubieran vivido esa experiencia.
No olvidemos que, durante la última dictadura, los libros también fueron objeto de persecución: la quema de libros del Centro Editor de América Latina en nuestro país significa una herida que aún permanece abierta y que gracias a lo realizado por las políticas de memoria se conmemora y se recuerda cada año.
Las bibliotecas en general -y las bibliotecas populares en particular- constituyen desde siempre la posibilidad de acceder a los libros de manera gratuita tanto en las grandes ciudades como en pueblos pequeños y recónditos donde incluso las librerías y la venta de libros no llegan. Pero para que los libros existan y puedan ser leídos hace falta que alguien los escriba, los edite, los venda, así como quien los difunda y quienes los resguarden. Escritoras, escritores, docentes, bibliotecarias y bibliotecarios conforman esa cadena de protección de un bien cultural tan valioso como es el libro.
En este sentido, colectivos que nuclean a trabajadores de la escritura y del libro como la Unión de Escritoras y Escritores de la República Argentina repudió hechos como los despidos con un comunicado que, entre otras cosas, sostiene que “se trata de un ataque a la historia y realidad dinámica del libro y de los otros soportes escritos, a las tareas de memoria y reservorio, a la asistencia de numerosos lectores e investigadores, a la realización de actividades que son permanentes y elogiadas. Los despidos significarán la merma de su actividad y el abandono de programas, además de actuar como un mazazo sobre la vida de numerosas personas y familias.”
Detrás de una biblioteca no hay números o puestos en escritorios, hay personas resguardando el conocimiento y protegiendo el patrimonio cultural construido por otras personas que lo escribieron. La biblioteca no es un depósito de libros ni un gasto para el Estado, sino una inversión y uno de los lugares donde vive la memoria colectiva de un pueblo.
Por su parte, la crisis en el ámbito editorial no tiene precedentes: el país pasó de publicar 129 millones de libros en 2015 a 48 millones de ejemplares y, al día de hoy, no hay perspectivas de que eso vaya a revertirse sino más bien todo lo contrario: con un proyecto de ley en el que se propone, entre otras cosas, el precio único, la industria editorial se verá cada vez más afectada.
Frente a todo esto, el libro, medio de transmisión de conocimiento, contador de historias, transmisor de saberes, salió a las calles y se erigió como símbolo de resistencia frente al brutal ataque a la cultura.