La filosofía del pato silvestre
Tras la retirada de Afganistán, en EE.UU. se echan mutuamente la culpa por la derrota y debaten sobre cómo hacer mejor la guerra, pero nadie se arrepiente del caos que crean en todo el mundo.
Por Eduardo J. Vior
El último soldado estadounidense abandonó Kabul al filo de la medianoche del lunes 30. Se trata del general de división Chris Donahue, comandante de la 82ª División Aerotransportada
En Washington todos los actores políticos y militares coinciden en que la derrota sufrida en Afganistán ha sido la peor de la historia de los Estados Unidos desde el incendio de la capital por los ingleses en 1812. También acuerdan en que la evacuación de las tropas y de sus cómplices afganos fue desastrosa. Sin embargo, muy pocos cuestionan las permanentes intervenciones exteriores y la controversia pública se centra más bien en las recíprocas atribuciones de culpa y la preocupación por evitar repetir errores en la próxima guerra. Mientras que el Pentágono negocia con el gobierno interino de Afganistán la evacuación de las fuerzas y colaboradores remanentes, la CIA reorganiza el ejército secreto que debe asegurarle el control del lucrativo tráfico de opio. Como la falta de liderazgo político-militar se hace aún más patente por el deterioro neurofísico del presidente, han aparecido peligrosas señales de insubordinación militar que hacen temer por el futuro de la democracia norteamericana. El Imperio está sembrando el caos en los propios Estados Unidos.
Tras negociar un sorprendente paquete de medidas con los talibanes, el alto mando norteamericano concluyó el lunes una humillante evacuación de Afganistán. El general Mackenzie, comandante del CENTCOM (Comando Centro del US-Army), ha admitido que los militares estadounidenses están compartiendo con los talibanes información sobre el Estado Islámico Jorasán (ISIS-K, por su nombre en inglés). En realidad, según informó el portavoz talibán Zahibullah Mujahid, fueron ellos quienes el jueves 19 advirtieron a los estadounidenses sobre una amenaza inminente de atentado en el aeropuerto. Sin embargo, según reconoció el Pentágono, se dejaron dos puertas abiertas, porque los británicos habrían informado que acelerarían la evacuación de sus ciudadanos desde un hotel cercano. En la práctica, cuando se produjo el atentado suicida, sólo murieron dos civiles británicos, o sea que, una vez más, el Reino Unido (RU) incumplió su compromiso, si no fue algo peor.
Cada día que pasa se acumulan más dudas sobre el atentado suicida de Kabul del jueves 19 y la inmediata represalia contra un «planificador del ISIS-K» en el este del país. Investigaciones amateur realizadas en la capital afgana desmienten la versión oficial norteamericana. Cabe destacar al canal de You Tube Kabul Lovers, que está haciendo un excelente periodismo de a pie en la calle. Según un oficial militar afgano que examinó en el Hospital de Emergencia de Kabul los cuerpos de muchas de los muertos por el atentado, “a ninguna de las víctimas le dispararon por detrás. Todos los agujeros de bala vinieron de arriba» (de las torres donde estaban las tropas norteamericanas y turcas).
Asimismo, ha quedado establecido que, contrariamente a las afirmaciones del Pentágono, el posterior ataque con drones alcanzó al azar una casa en Jalalabad, no un vehículo en movimiento, y mató al menos a tres civiles. Y el cohete lanzado en Kabul contra un coche desde el que, según EE.UU., se iba a lanzar otro ataque contra el aeropuerto, mató a una familia de nueve personas, entre ellos seis niños, que estaban en camino del aeropuerto para abandonar el país.
Los contactos entre el Departamento de Defensa (DoD, por su nombre en inglés) y el gobierno interino de Afganistán continúan ahora con la mediación de Catar. El Emirato ha desempeñado un importante rol en las etapas finales de la retirada occidental y después, tras el cierre de la embajada en Kabul, ha asumido la representación de los intereses norteamericanos. De hecho, EE.UU. prevé atender sus intereses allí desde Doha.
El emir de Catar, el jeque Tamim bin Hamad Al Thani, y el general Lloyd Austin, secretario de Defensa de EE.UU. mantuvieron una conversación sobre Afganistán el pasado 31 de agosto
Civiles y militares nunca se entendieron dentro del gobierno de EE.UU. y ahora menos. Mientras que el presidente Biden se ha rodeado de experimentados funcionarios del Departamento de Estado y de los servicios de inteligencia, los militares están llevando adelante su propia diplomacia. Para contrarrestarla, la CIA continúa con sus perennes guerras en la sombra.
Después del triunfo militar la máxima prioridad de los talibanes es acabar con el ejército secreto que la CIA ha desplegado en Afganistán en colaboración con el servicio de inteligencia indio RAW (Research and Analysis Wing, Ala de Investigaciones y Análisis). Como ahora se sabe, los talibanes tuvieron “células durmientes” en Kabul desde mayo y mucho antes en determinados organismos gubernamentales afganos, consiguieron hacerse con la lista completa de agentes de los dos principales planes de la CIA en el país. Efectivamente, los talibanes saben hoy dónde vive cada uno y para quién ha trabajado.
No obstante, el mayor problema actual de la CIA no está en la evacuación o remplazo de sus miles de agentes en Afganistán, sino en mantener el control del mercado de la heroína en Europa. Durante 20 años la agencia norteamericana sacó la droga afgana (80% de la producción mundial) a través de puertos paquistaníes y llegó a controlar el 95% del mercado en Europa. Por el contrario, según la DEA, sólo el 1% del suministro de heroína a Estados Unidos procede de Afganistán. La mayor parte viene de México y una parte creciente de Colombia.
Durante su anterior gobierno (1996-2001) los talibanes prohibieron el cultivo de la amapola, granjeándose así la enemistad de muchos campesinos, que dieron su apoyo a señores de la guerra locales o a los propios ocupantes norteamericanos. Ahora, si bien han anunciado una nueva prohibición, probablemente actúen más prudentemente y tomen el control de las exportaciones de opio para fines medicinales, asegurando así los ingresos de miles de familias y la aplicación de las divisas resultantes al desarrollo económico, además de propinar un golpe terrible al financiamiento de las operaciones de la CIA en todo el Medio Oriente ampliado.
La derrota y la caótica retirada de Afganistán están repercutiendo severamente en la política estadounidense. Este 30 de agosto una asociación de altos oficiales retirados de las cuatro armas norteamericanas, Flag Officers For America (FO4A), publicó una carta abierta en la que exigen la dimisión del secretario de Defensa, Lloyd Austin, y del jefe del Estado Mayor Conjunto, Mark Milley, por su «negligencia» y su responsabilidad en la «catastrófica retirada» de las tropas de EE.UU. de Afganistán. Según afirma la asociación, “(…) Los terroristas de todo el mundo están envalentonados y pueden pasar libremente a nuestro país a través de nuestra frontera abierta con México.» Y finalizan con esta advertencia: «Además de estas razones operativas (…), hay razones de liderazgo, entrenamiento y moral para las renuncias. (…) ha quedado claro que los altos mandos de nuestras fuerzas armadas están poniendo en el entrenamiento un énfasis imperativo en la corrección política, que es extremadamente divisivo y perjudicial para la cohesión de la tropa, la preparación y su capacidad de combate.» El manifiesto fue firmado por cerca de 100 altos oficiales retirados del Ejército, la Marina, la Fuerza Aérea y la Infantería de Marina.
Esta asociación ya ha sacado varias declaraciones advirtiendo contra el acceso al gobierno del Partido Demócrata y contra “la militarización de Washington” (el pasado 6 de enero). Podría desestimarse esta protesta por su orientación trumpista, pero el hecho de que 220 oficiales retirados hayan firmado el documento del pasado 9 de agosto y casi 90 este último implica una grave insubordinación en un país en el que los altos mandos hacen política desde sus cargos activos, en empresas, think tanks o en puestos políticos, pero nunca a través de manifiestos corporativos. Si el Pentágono no sanciona severamente esta infracción, estará dando una peligrosa señal de falta de autoridad.
La opinión pública norteamericana está habituada a que sus dirigentes incumplan las promesas electorales. Sin embargo, sigue esperando que quien se siente en el Salón Oval de la Casa Blanca –al menos cada tanto- diga la verdad y dé un mensaje de aliento. No fue el caso con Donald Trump y tampoco lo es con Biden. Especialmente en la etapa final de la crisis afgana se contradijo demasiadas veces.
En julio pasado negó que el triunfo talibán fuera inevitable y rechazó que se volvieran a ver imágenes similares a la salida de Saigón en 1975. El 15 de agosto circuló por todo el mundo la foto del último helicóptero despegando del techo de la embajada norteamericana en Kabul. Todavía el miércoles 18 sostuvo en una entrevista televisiva que su objetivo era evacuar “hasta al último” norteamericano y afgano que hubiera colaborado con la ocupación, pero el 31 clausuró la operación dejando en manos de los talibanes a miles de colaboracionistas y a 200 estadounidenses. El presidente sigue afirmando que tiene medios económicos para presionar a los afganos, pero se olvida de que China, Rusia e Irán van a auxiliar rápidamente a su nuevo socio, para que la economía no se desbarajuste y para que el chantaje estadounidense pierda efecto.
Las contradicciones del presidente, la incapacidad y la parálisis del gobierno y la decepción de los votantes por el montón de promesas incumplidas se reflejan en las encuestas. Sólo el 41% de los votantes registrados aprueba ahora a Biden, mientras que el 55% lo desaprueba, según una encuesta de USA Today y la Universidad de Suffolk publicada la semana pasada. El índice de aprobación del presidente ha caído 16 puntos desde esta primavera. En las cuestiones clave a las que se enfrenta el país (la economía, la inmigración, la pandemia y Afganistán) el gobierno demócrata recibe valoraciones negativas.
La derrota en Afganistán no es la causa sino la consecuencia de la decadencia del Imperio. Con ella no se acaba su dominio, pero se inicia un efecto dominó que pronto va a tener réplicas en otras partes del globo y dentro de EE.UU. mismo. Intentar detener el retroceso negando sus causas profundas implica conducirse como un pato silvestre. Como se sabe, estos plumíferos de digestión tan rápida son presas fáciles de los cazadores.