Despidos
Noche del 31 de diciembre de 1996. En mi caso, nada para festejar.
El día anterior la empresa láctea, sin expresar motivo formal de causa, había procedido a despedir a trece trabajadores por plegarse a la medida de fuerza del día 26 de diciembre dispuesta por la Confederación General del Trabajo (CGT).
Por Héctor Ponce, Secretario General de Atilra
En realidad, la dirección de la Cooperativa Láctea había elegido, entre todos los trabajadores que dependían de la filial gremial de Atilra Sunchales que habían realizado la huelga, a trece valiosos afiliados cercanos al sindicato para despedirlos.
La compañía láctea, aunque en jurisdicción cordobesa, ya contaba con antecedentes de directivos de relaciones incestuosas con la dictadura cívico militar argentina. Posiblemente se pueda llegar a decir que estos trabajadores despedidos solo tuvieron más suerte que los compañeros Pedro Antonio Juárez, Claudio Roberto Nardini, Oscar José Dominici, Juan Carlos Galván, Pablo Daniel Ortman y Raúl Antonio Cassol, los que directamente fueron desaparecidos durante la larga, trágica y oscura noche que envolvió a nuestro país en la década del 70.
Los despidos fueron un mensaje enviado a los demás como una forma de demostrarles lo que les pasaría a aquellas y a aquellos si continuaban adhiriendo a este tipo de prácticas.
En un estado de derecho la huelga constituye una herramienta fundamental con que cuentan las y los trabajadores para preservar sus garantías laborales, incluso en el caso específico del Estado Argentino este derecho reviste rango constitucional. El problema real es que en los regímenes neoliberales o totalitarios jamás están garantizados esos derechos.
A pesar de que la intimidación, las amenazas y los despidos constituyen una grave violación de las garantías laborales, en la práctica estos métodos extorsivos son muy utilizados por este tipo de gobiernos.
Un detalle: en nuestra organización sindical nosotros éramos los únicos que parábamos en el ámbito de todo el país.
Aquel Consejo Directivo Nacional de Atilra para no quedar mal con la cúpula de la CGT sacó un comunicado diciendo que nuestra organización adhería a la medida, pero por cuerda separada se llamaba a los secretarios generales «de confianza» de las distintas filiales del país para decirles que no parasen, en una clara demostración de connivencia entre la dirigencia del sindicato con los empresarios y el gobierno seudoperonista de entonces.
Vale también aclarar que aquella cúpula dirigencial de la CGT, como ha ocurrido tantas veces con una parte del movimiento obrero organizado de nuestro país, fue absolutamente condescendiente con aquel gobierno del tristemente célebre personaje de Anillaco que conculcó derechos esenciales a las mujeres y a los hombres del trabajo. Las medidas de fuerza que lanzaba eran tibias, si las comparamos con la agresión que recibían las conquistas laborales, y muchas veces eran nada más que por compromiso o por presión de las mismas bases.
Nosotros éramos oposición a la conducción nacional de Atilra y dentro de la CGT militábamos en el Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA), fracción interna de la central obrera que disentía con la línea de pensamiento y acción que sustentaba aquella conducción.
Despidos, de Etín Ponce, en la voz de Alejandro Apo
Retomando el tema de los cesanteados siempre tuvimos claro que no era la empresa la que los ejecutaba. Los que toman las decisiones son algunos mandos superiores, algunas o algunos que creen ser una especie de dioses supremos, son los que, en las compañías de la actividad que fuere, matan en nombre del señor.
Recuerdo como si fuese hoy lo que en soledad pensé en aquel amargo momento: ¡Hijos de puta! Vamos a hacerles pagar el precio de sus decisiones por las cuales arrojaron a trece familias a la calle.
La única manera de no gastar la suela de los zapatos es vivir arrodillados. Había llegado la hora de que el sindicato, con los dirigentes a la cabeza se pusiera de pie o se arrodillara para siempre. Nos pusimos de pie.
Hacía ya un tiempo que entre los integrantes de la comisión directiva nos habíamos juramentado correr los riesgos que fueran necesarios con tal de preservar los derechos y conquistas de las y los trabajadores.
No buscábamos ni esperábamos devolución de gratitud alguna de parte de las y los afiliados. Ellos no tenían por qué enterarse de los riesgos a tomar.
Este camino por el que decidimos transitar también nos marcaría hacia adentro, haría que nos conociésemos a nosotros mismos, saber quién era quién.
Teníamos un par de integrantes en la comisión directiva que «soplaban mal hacia afuera». Ellos pensaban que nosotros no nos enterábamos, pero los mismos trabajadores con los que ellos hablaban eran los que venían y nos contaban «mirá que mengano dice que desde la comisión directiva no se hace nada» o «fíjense que zutano dice que la comisión está entregada, que no pone huevos».
El cambio de paradigma en la corriente de pensamiento y fundamentalmente de la acción en la comisión directiva ya se había dado un tiempo antes. El despido de los trece compañeros fue solo el detonante de una bomba que estaba a punto de estallar.
Desde aquel momento, a partir de algunas acciones ejemplificadoras que un reducido grupo decidimos llevar adelante, pude saber quién me acompañaría hasta la puerta del cementerio como así también quién ingresaría conmigo al mismo, e incluso quién ni siquiera tomaría una manija del féretro.
Solo el que toma riesgos o cae en desgracia puede medir los parámetros de amistad o lealtad que le serán consecuentes siempre, pase lo que pase. En épocas de abundancia los amigos suelen sobrarnos. Es muy fácil cosechar flores en primavera.
La única verdad es la realidad, decía el General, y la realidad nos demostró que aquel viejo dirigente, aquel que solía autoelogiarse, el que sabía relatarnos a los más jóvenes de entonces sus actos de arrojo y valor, no dio la talla en esa oportunidad cuando las circunstancias lo pusieron a prueba.
Siempre sospechamos de él, pero a partir de ese momento supimos realmente cómo era, incluso más adelante daría una muestra contundente de su naturaleza tóxica. Y éste no era un viejo dirigente, era un dirigente viejo, enfermo de egocentrismo, con ambiciones que superaban su propia mediocridad. Los vinos pueden mejorar con los años solo si la cepa con la que están hechos es buena. Con las personas pasa exactamente lo mismo, el tipo era de mala cepa y con los años, como pasa con los vinos, empeoró.
No digo que no hubo otros compañeros que también desistieron de asumir riesgos, porque claro que los hubo, pero lo de ellos fue digno pues vivieron con frustración y dolor el hecho de no poder acompañar en todo. Además, hay que destacarles algo muy importante, nunca hablaron mal hacia afuera. Mis respetos hacia ellos, por la transparencia, la lealtad y la sinceridad demostrada.
El despido de los trece compañeros marcó un punto de inflexión en la relación entre la comisión directiva y las autoridades de la empresa. Pasaron muchos años para que la relación se reconstituyera. Fue una época negativa, signada por los desencuentros, una época que, sin embargo, formó parte de nuestro aprendizaje, doloroso quizás, pero aprendizaje al fin.
Siempre supimos que cuántos más miembros participan activamente de las acciones que se llevan a cabo desde un sindicato que permanentemente sufre los embates de aquellos que no quieren resignar sus privilegios es mucho mejor.
Pero a partir de aquellas desgraciadas circunstancias vividas nos dimos cuenta también que cuando eso no es posible, unas o unos pocos, si se lo proponen y arriesgando, pueden hacer mucho por los demás.
Etín Ponce