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Empresa recuperada

Zanello, otrora prestigiosa marca de maquinarias agrícolas argentinas, está muriéndose, y con ella, parte del pueblo y su historia. Dicen que la segunda década infame de nuestro país, la era menemista, la puso en terapia intensiva y que ya no hay regreso.

Por Héctor Ponce, Secretario General de Atilra

Parece ser un secreto a voces que Zanello es un enfermo terminal más, como tantos otros hay en esa Argentina devastada de los años noventa. Está con respiración asistida, en coma farmacológico inducido por un gobierno que «no iba a defraudar». Ronda un concepto generalizado según el cual más temprano que tarde alguien le retirará piadosamente el respirador y todo habrá terminado.

Pero en la localidad de Las Varillas, provincia de Córdoba, donde se encuentra emplazada la fábrica, la resignación no es unánime: no todos creen en los vaticinios de la terapia neoliberal. Algunos trabajadores metalúrgicos, vaya a saber por qué extraños sortilegios de la vida, se aferran al milagro. ¿O no es así Pucho Gastaldi y Cacho Oliva? ¿No es así Negro Cruz y Fabián Bustos? ¿No es así Edgard Maidana?

Imbuidos por una mística que siempre ha puesto el interés colectivo por encima del interés individual, convocados por nuestra propia conciencia, con la consigna de ser solidarios con quienes están esperando ese gesto, arribamos a Las Varillas acompañados por trabajadoras y trabajadores lecheros provenientes de distintas filiales del país.

Con su físico tamaño XS, con su diabetes y su solidaridad a cuestas por ahí anda el Albertico Monzón al frente de los papeleros santafesinos. Anda mezclado con Pipí Cataña, Flecha López y el resto de los muchachos de la UTA, la Unión Tranviarios Automotor de Santa Fe, los que siempre estuvieron cuando se los necesitó. Llegaron sin pedir explicaciones, sin preguntar demasiado acerca del motivo de la movilización, en realidad nunca lo hacen. La solidaridad no reconoce ni se nutre de ese nivel de cuestionamientos, se forja y se fortalece con gestos y sentimientos que jamás podrán entender los formados en talleres meritrocráticos.

Los individualistas necesitan invariablemente de interminables, fastidiosas explicaciones que nunca alcanzarán para que entiendan que la solidaridad es un eslabón inescindible de la virtud que no requiere de rodeos cuando de espíritus elevados se trata.

Preparamos las banderas, los estandartes, las pancartas y los redoblantes. Templamos nuestro espíritu «por lo que pudiera ocurrir» y nos disponemos a apuntalar anímicamente a la gente de esta localidad para acicatearla y sacarla del letargo que le ha impuesto la propia circunstancia. Tarea más que ardua. Las movilizaciones, la lucha en todos los frentes y la confraternidad alrededor de las ollas populares para que trabajadores e integrantes de la comunidad no bajen los brazos se hacen a conciencia. Emociona ver compañeros provenientes de tantas partes del país, algunas recónditas, acompañando solidariamente a un puñado de metalúrgicos que no se resignan a ser ex trabajadores.

Lo escucho nítidamente al Negrito Hernández, que marcha a mi lado tras haber llegado desde su Zavalla natal, cuando le dice al dueño flaco de la despensa de la esquina que nos mira desde la puerta del negocio mientras estamos pasando por la calle principal del pueblo:

-¡Vení, pelotudo! ¡A quién mierda le vas a vender si toda esta gente se queda en la calle!

El flaco no reacciona, nos levanta el pulgar como aprobando lo que hacemos, apenas lo levanta, como si esa lucha nos perteneciera más a nosotros que a él y al resto de Las Varillas ausente en la marcha. Acaso esa imagen sea la muestra más acabada y representativa de lo que tantas veces le pasó al pueblo argentino a lo largo de su historia, que, por mirar pasivamente y sin reaccionar, trágicas desapariciones y grandes injusticias le arrebataron los sueños.

Esta no deja de ser una más de las numerosas marchas y movilizaciones de las que participamos, en este caso acompañando a la estoica tenacidad de un grupo minoritario de laburantes que no se resignan al cierre definitivo de Zanello.

-Dejá nomás, Gringo, que nosotros bajamos las cosas del camión, no te preocupés, y vos, Toño, hablá por teléfono todo el tiempo que quieras y avisanos cuando terminás así largamos, total no hay apuro, eh ?les dice con tono sarcástico Figu Ponce al Gringo Bongiovanni y a Antonio Franza.

-¡Andá a la mierda, Figu! -le contesta el gringo Bongiovanni-. ¿No ves como tengo la rodilla? ¡Apenas puedo caminar! Vengo porque siempre estuve presente, sabés que nunca me borré.

-A determinada edad uno debería quedarse en casa para no ser un lastre para los demás -le retruca Figu con una pizca de irónica maldad, por las dudas a una respetable distancia respecto de los puños del Gringo, que si te asienta una mano donde fuera que sea, aun en broma, te duele en todo el cuerpo.

Como a veinte metros de distancia el Laucha Dufei y Cacho Bibiloni bailan desenfrenadamente envueltos en banderas de Atilra. Observándolos, se me da por pensar que ellos son una síntesis de lo que es este sindicato lechero. Hace rato que se han jubilado, y, en vez de quedarse en sus casas disfrutando de la tranquilidad de esa nueva etapa, prefirieron acompañarnos, como lo hicieron siempre y como lo harán en el futuro mientras se lo permitan sus huesos. Y no es que ellos desconozcan los riesgos que conllevan estos eventos, han estado y participado de todas las movidas en las que fuimos duramente reprimidos, como en aquella recordada pueblada de Tacuarendí cuando acompañábamos a los trabajadores papeleros del norte santafesino, o en el corte de la Ruta 2, justo en el cambio de quincena de temporada alta cuando Parmalat se desangraba y la experiencia que vivían los trabajadores de Zanello decidió al grupo a ocupar la ruta en un acto mezcla de desesperación e indignación porque se avizoraba el final amargo.

En aquella marcha en Las Varillas el Gobierno de la Provincia de Córdoba envió un grupo de choque para reprimirnos. Y fue una represión salvaje e injustificada, que terminó con muchos compañeros golpeados y otros tantos detenidos y hospitalizados. Ahí mismo se organizó una pueblada frente a la Municipalidad solicitando la liberación de los compañeros que habían sido detenidos. Ese fue el momento bisagra del conflicto. Ahora la gente del pueblo se mostraba solidariamente activa, los comerciantes bajaron sus persianas por lo que había pasado con los trabajadores, no solo metalúrgicos, sino también con los que acompañábamos en esa gesta. El pueblo en su conjunto se puso de pie y se asumió como protagonista del conflicto. El contingente que marchó desde la municipalidad hasta la comisaría se retiró recién después de que el último de los detenidos fuera puesto en libertad.

La defensa de los intereses laborales tiene su precio, y lo importante es que siempre habrá trabajadoras y trabajadores con conciencia de clase dispuestos a pagarlo. En Las Varillas los cumpas lecheros pagaron su presencia con represión y palazos. Y también con la vida del compañero María Adrián Cornejo, militante de Atilra, fallecido durante una de esas movilizaciones. Precisamente este compañero daría surgimiento a la Agrupación Nacional que lo homenajea llevando su nombre. Esta corriente de pensamiento es la que desde el 2002 se hizo cargo, por voluntad de las y los afiliados, de los destinos del sindicato a nivel país. Como en toda pelea a veces se gana y otras, quizás en la mayoría de las oportunidades, se pierde. En este caso el resultado fue el anhelado, pero hubo que pagar un alto costo.

Con la mirada perdida en la nada, Edgard Maidana, integrante del cuerpo de delegados de la ex Zanello y posteriormente miembro de la cooperativa de trabajo de la compañía recuperada, así recordaba las vivencias de aquel desdichado momento:

-Yo estuve cuando el juez hizo el dictamen decretando la quiebra de Zanello. A los pocos días la sindicatura vino a fajar las puertas de la fábrica. Fue el día más triste, no solamente para mí, sino también para el resto de los compañeros.

Tras una pausa, agregó:

-Había mucho dolor, mucha bronca, mucha impotencia, parecía que ya no podíamos hacer más nada. En algún momento nos sentimos perdidos, teníamos la sensación de que se trataba de un muerto al que no podíamos resucitar. No solamente nosotros pensábamos esto, sino que muchas personas pensaban de igual manera. Es más, abogados de nuestro pueblo nos decían que la fábrica nunca más se abriría. La sensación era de tristeza, dolor y desaliento, pero, pensándolo bien, la propia situación nos dio la fuerza necesaria como para armar una cooperativa de trabajo y lanzarnos a rescatar la empresa. Eso significaba que no nos quedaríamos sentados al costado del camino contemplando como los acreedores desgüazaban la fábrica.

Edgard Maidana tiene lo que nunca debería faltar en estos casos: memoria. Memoria para recordar y afirmar cosas como esta:

-Muchos trabajadores quedaron en el camino. Yo nunca me voy a olvidar de un compañero que trabajaba en la sección fundición. En aquellos momentos de crisis él rescataba cosas del basural para venderlas y así llevar el sustento a su familia. Un día ese compañero fue mordido por una serpiente y falleció. De este modo Edgard recordaba a su camarada de trabajo atacado mortalmente por una serpiente en un basural.

Zanello, que venía a los tumbos a fines de la década del 90, cerró sus puertas en julio del año 2001 declarándose en quiebra en septiembre del mismo año. La cooperativa de trabajo se había creado en junio bajo la égida de un valioso dirigente de la UOM (Unión Obrera Metalúrgica) de Las Varillas ya fallecido: Mario «Pucho» Gastaldi.

Un innovador modelo de sociedad comercial se constituyó por entonces, la misma estaba conformada con la Cooperativa de Trabajo Metalúrgica Las Varillas Ltda. recientemente creada, personal jerárquico de la ex empresa y también con la participación minoritaria de concesionarios y de la propia municipalidad local. A los pocos meses se conformó Pauny S.A. El 2 de enero del año 2002 la planta reinició su actividad con la autorización del juez de la quiebra. En una subasta del año 2004 la nueva sociedad comercial integrada entre otros por la cooperativa de trabajadores adquirió los activos de la firma quebrada por el otorgamiento de un crédito a diez años del Banco Nación, merced a una decisión política del entonces Presidente de la Nación Dr. Néstor Kirchner. Así se forjó la historia de Zanello-Pauny S.A. Fue una gesta heroica de varios capítulos con un puñado de trabajadores metalúrgicos acompañados por compañeros de otras actividades y con un final feliz. Orgullosamente hoy podemos decir que nosotros estuvimos ahí.

Y tan dinámicos son los acontecimientos que se viven cuando se defienden intereses laborales, que a las personas sumergidas en esa espiral de contingencias de todo tipo las envuelve un vértigo que raramente existe en otras actividades. La vida pasa así de rápido, casi como en un sueño. A propósito de esto, tiempo atrás desperté sobresaltado y transpirado e inmediatamente supe que estaba desensillando de uno de esos sueños que ya no olvidaré.

Hace bastante que no voy ni paso por Las Varillas. Sin embargo, en este sueño yo caminaba con mi nieta Margarita, «la Chuli», frente a la fábrica Zanello mientras los obreros y empleados salían. Me detenía a observarlos y ellos me saludaban agitando las manos, alegres, exultantes, como si ese sitio del que estaban saliendo fuera algo más importante que un ámbito laboral. Como si allí adentro flameara la bandera de la dignidad.

Tiene que ser mentira que Pucho Gastaldi ha fallecido, ¡si yo lo vi saliendo de la fábrica! Y no solo eso, me saludó con mucha luz y paz en su rostro. Tampoco me creo lo de Segundo Bustos, si también lo vi, caminando y charlando animadamente con el Pucho.

En un recodo del sueño la Chuli me preguntó:

-Abu, ¿quiénes son los que te saludan?

-Amigos, entrañables amigos que me regaló el sindicato -le respondí.

-¿Ahí trabajan tus amigos? ¿En esa fábrica? ¿Vos la conocés?

-Sí, Chuli, yo conozco esa fábrica.

-Y ahora que la gente salió, ¿la fábrica va a cerrar?

-No, Chuli, la fábrica ya no va a cerrar. Por decisión de los trabajadores ahora seguirá abierta, ¿y sabés una cosa? El abu y las chicas y los muchachos de Atilra tuvimos algo que ver en todo esto.

-Ah? bueno -me dijo, seguramente sin comprender, y me tomó la mano con maripositas en la mirada-: Abu, ¿me comprás un helado?

-Sí, Chuli, vamos que el abu te compra un helado.

En ese preciso momento me desperté.

Tal vez sea solo una presunción sin visos de constatación científica alguna, pero ¡pucha!, siento que bajo ciertas circunstancias y en determinados momentos comienzo a tener problemas con la visión. Noto que invariablemente cuando recuerdo aquel sueño se me humedecen los ojos.

Etín Ponce

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