Gracias a Rusia y China, Irán negocia tranquilo en Viena
Tras el pacto de cooperación con Beijing y el exitoso viaje de Wang Yi por Medio Oriente, la República Islámica renegocia el Acuerdo Nuclear de 2015 con el respaldo de sus aliados
por Eduardo J. Vior
Este martes 5 se reunieron en Viena los ministros de relaciones exteriores de Alemania, Francia y Gran Bretaña (el llamado Grupo E3) con el de Rusia, por un lado, y el de Irán, por el otro, para explorar la posibilidad de restablecer la vigencia del Acuerdo Comprehensivo Nuclear (JCPOA, por su nombre en inglés) de 2015, del que Estados Unidos se retiró en 2018. Si bien Robert Malley, el encargado norteamericano para las relaciones con Irán, se encuentra en la capital austríaca, no participa en las deliberaciones. Se supone, empero, que los demás contertulios obrarán como mediadores y hasta es posible que visitantes de Washington y de Teherán se encuentren discretamente en algún rincón.
Nadie espera que se comience a negociar ya la vuelta de EE.UU. al Acuerdo ni el desmonte del programa nuclear persa. En los últimos tres años los conflictos vinculados con el acuerdo se han complicado e imbricado con los múltiples problemas de la región. Además, la República Islámica tiene ahora una sólida alianza con Rusia y China que la protege, pero también le fija estrictos límites. Los actores de esta novela por entregas son conscientes de que cualquier error puede desatar una catástrofe de alcance global, pero nadie sabe cómo empezar a dialogar. Por ello todos están tanteando a sus interlocutores, para llegar a una agenda de discusión sin perder puntos.
Al llegar a Viena el lunes 5 el vocero de la cancillería iraní, Saeed Jatibzadej, advirtió que el punto prioritario de la agenda debía ser el levantamiento de las sanciones reimpuestas por Donald Trump a partir de 2018. También enfatizó que Irán no aceptará la propuesta estadounidense para que Irán reduzca progresivamente su programa nuclear antes de que Washington comience a desmontar las sanciones. El vocero reiteró la exigencia de que EE.UU. remueva de una vez todas las sanciones contra su país y regrese al marco del Acuerdo, como condición para que la República Islámica comience a retrotraer el enriquecimiento de uranio. La delegación iraní está dirigida por el Viceministro de Exteriores, Abbas Araqchi, quien, por las dudas, ya aclaró este lunes que no se reunirá con representantes norteamericanos ni dialogará indirectamente con ellos.
No era para menos. La delegación iraní sabe bien cuán vigilada está en casa. Desde hace años el parlamento se expide regularmente contra cualquier concesión a EE.UU., hasta que se deroguen las sanciones. Este domingo lo ratificó la Comisión de Asuntos Exteriores en una declaración pública.
En el encuentro de Viena todos los participantes están pensando en un sexto actor que no está presente, pero cuya colaboración se ha vuelto indispensable: China. Después de firmar en Teherán un Acuerdo para la Cooperación Estratégica Integral por 25 años, el ministro de Relaciones Exteriores chino, Wang Yi, recorrió toda la región chocando manos y firmando convenios por doquier. A diferencia de 2015, Beijing tiene intereses y pactos comerciales en toda la región, incluso en Israel, en cuyo puerto de Haifa ha invertido millonadas, para convertirlo en el desemboque mediterráneo de la Nueva Ruta de la Seda (BRI, por su nombre en inglés).
Además de hacer negocios y comprometer elevadas inversiones, Wang Yi recorrió capitales en conflicto con Washington. Tanto en Saudiarabia -cuyo príncipe heredero Mohamed bin Salman está en la mira norteamericana por el asesinato de Jamal Jayogui en Estanbul en 2018- como en Ankara, cuyo presidente acumuló en los últimos cinco años conflictos varios con Washington, la visita del jefe de la diplomacia china sirvió a Beijing para mostrar que es imprescindible en cualquier arreglo en Medio Oriente y a sus anfitriones para mostrar a Washington que ya no dependen tanto de él.
De todos modos, el plato fuerte de la gira fue el documento firmado en Teherán. El Acuerdo de Cooperación Estratégica Especial Irán-China tiene una duración de 25 años y prevé inversiones chinas por 400 mil millones de dólares en infraestructura, transporte, energía, telecomunicaciones, turismo, defensa y salud. En realidad, ambas partes vienen dialogando desde 2016, pero recién ahora lo concretan ante la evidencia de que ninguno de los dos puede entenderse con Estados Unidos. China está apostando a incluir a la República Islámica en el triángulo con Rusia, se ha convertido en la principal compradora de petróleo iraní y está invirtiendo masivamente en el puerto de Bandar Abbas, sobre el Golfo de Omán. Mientras tanto, Rusia impulsa el comercio transcaspiano e India (aunque con vacilaciones por su coqueteo con EE.UU.) parece que finalmente va a invertir en el puerto de Chandahar, también sobre el Golfo de Omán. El bloqueo norteamericano ha empujado a Irán hacia el Este y Sur y a China hacia el Oeste de Asia.
Durante su viaje Wang urgió a los países que visitó (Saudiarabia, Turquía, Irán, EAU y Bajréin, amén de una “visita de trabajo” a Omán, permanente mediador en los conflictos regionales) a adaptarse a los intereses vitales de sus vecinos y les presentó una lista con las áreas en las que China está dispuesta a cooperar: alineamiento del BRI con los planes de desarrollo nacionales; exportación y distribución de las vacunas chinas contra el Covid-19 y creación de un mecanismo internacional para la armonización de los códigos sanitarios; impulso a la solución de “dos estados” para la cuestión palestina; arreglo político de las disputas regionales; diseño en común de “un mapa y un cronograma” para la resolución del conflicto en torno al plan nuclear iraní; promoción del Foro de Reforma y Desarrollo Chino-Árabe y del Foro de Seguridad en el Medio Oriente; cooperación en el desarrollo de las nuevas tecnologías y, finalmente (no podía faltar), el desarrollo de una “comunidad con un destino común en la nueva era” como opuesto a la politización de los derechos humanos.
Aunque Beijing no está representado en Viena, se ha posicionado ya como el árbitro para superar el estancamiento del Acuerdo Nuclear de 2015. En vísperas del arribo de Wang a Teherán, Robert Malley conversó por teléfono con el Viceministro de Relaciones Exteriores chino Ma Yaoxu y éste le prometió la ayuda de Beijing para rescatar el JCPOA.
Cuando Donald Trump retiró a su país del Acuerdo Nuclear de 2015, en realidad no estaba temiendo tanto que Irán desarrollara una bomba atómica, porque sabía que ya al Ayatolá Jomeini lo había prohibido hace 35 años. A EE.UU. y su aliado Israel (que sí tiene armas atómicas) les preocupa mucho más el programa persa para la masiva producción de cohetes de alcance medio que, distribuidos en todo el “Eje de la Resistencia”, han hecho sentir su efectividad en Yemen, Líbano, Siria, Gaza e Irak. Por cierto, sin dudas, en una guerra frontal el ejército israelí sería superior al iraní, pero, en la estrategia de guerra de amplio espectro que diseñó y condujo el asesinado general Soleimaní, en manos de ubicuas milicias populares esas armas tienen un poder intimidante y destructivo inmenso. Irán se ha negado sistemáticamente a incluirlas en las negociaciones sobre el plan nuclear y ahora, con el respaldo chino y ruso, es aún menos probable que lo haga.
No obstante, ambos aliados le ponen límites. Israel bombardea regular y sistemáticamente las bases iraníes en Siria y es conocido que, cuando los israelíes atacan, las fuerzas auxiliares rusas apagan sus radares. Es que Moscú tiene un pacto de no agresión y de división de áreas de influencia con Tel Aviv que respeta la independencia e integridad de Siria, pero no protege las acciones iraníes desde el país árabe. Al mismo tiempo, visitando a los peores enemigos de Teherán en la península arábiga, el canciller chino indicó a Irán que no puede excederse en sus ataques a las monarquías reaccionarias ni a Israel.
Cuando EE.UU. se retiró del Acuerdo Nuclear, hace tan sólo tres años, estas realidades no existían. Por ello, al gobierno de Biden, tan ansioso por hacer retroceder el reloj a 2015, tiene tantas dificultades para ubicarse en Asia Occidental.
Washington y Teherán no tienen agenda común. Ambos quieren llegar a un acuerdo, pero desde ópticas y por caminos dispares. Tampoco tienen claro cuántos y cuáles de los muchos diferendos que los separan deben ser puestos sobre la mesa de negociaciones. Por ello el riesgo es inmenso de que alguno sobreactúe y desate una catástrofe o de que las señales de uno sean mal entendidas por el otro. Tanto más importante será, entonces, la mediación de europeos, rusos y chinos. Para la próxima reunión cumbre van a tener que agrandar la mesa.