Juan Román Riquelme, el gran político que opacó al soberbio Pergolini, hijo de Macri
Mario Pergolini venía con todas las de ganar. Porteño, canchero, sobrador, exitoso, con voz de depósito arrebatado de monedas que impide sacar la voz sin ripios, llegaba a la vicepresidencia de Boca para comerse la cancha. Iba sin que le quedaran dudas a él mismo, de que iba a comerse la cancha sin que ningún morocho, menos de la provincia, pudiera hacerle sombra.
Escribe Alejandro C. Tarruella
En la cancha se ven los pingos
Llegaba de la mano de Mauricio Macri y Angelici, el ex presidente de Boca que procuraba sostener para el hijo de Franco, el banco futbolístico con el que habían realizado todo tipo de negocios oscuros, afincado a representantes del entramado judicial de Cambiemos, los fiscales Stornelli y Raúl Plee, servidores de Socma. Lo cierto es que el 9 de diciembre de 2019, Jorge Amor Ameal, ganaba las elecciones en Boca Juniors desplazando al ciclo macrista del club. Era un día antes de que en el país, asumieran Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner la conducción del gobierno nacional y allí también se acababa la etapa oscura de la entrega y la depredación neoliberal del país.
En el frente que ganaba en Boca, había un cruce natural inevitable. Allí estaban el hombre del PRO, el exitoso hombre de radio y empresario de derecha, Mario Pergolini y un jugador incalificable políticamente, hombre de pueblo, notable jugador venido de las filas de la gente sencilla. Riquelme era uno de los dos hombres más importantes de la historia del club junto a Diego Armando Maradona. Pergolini era apenas poderoso.
Riquelme siempre fue un tipo que amaba a su familia, sus amigos y en ese universo urdía sus emociones. Parece áspero, pero en realidad es una persona reflexiva como lo saben quiénes lo vieron en una cancha, mostrando su talento a escala colectiva. Le adjudicaban ser lento, que no marcaba y se movía sin sonreír estudiando al contrario para medir en nano segundos una asistencia que iba con exactitud a confirmar un golazo. Riquelme jugaba en equipo y su visión colectiva era letal, lo hacía un estratega en campo. Como diez de Boca o de la selección daba lecciones sin proponérselo, sin impulsos innecesarios o exabruptos a lo Pergolini porque lo suyo era hacer del fútbol una idea en cada jugada para abrir el camino al triunfo. Ni hablar de su capacidad de patear un centro o desde fuera del área para que las tribunas estallaran. Su humildad de pueblo se imponía por sobre la exhibición ostentosa o el exceso verbal del empresario enfático, escaso de emociones sencillas.
Diego y el saber humilde
El espíritu de Juan Román se mostró a pleno cuando a la muerte de Diego, dijo con las palabras justas y sentidas: “Nadie jugó ni jugará a la pelota como él. Verlo jugar fue increíblemente hermoso. Gracias Diego”. Habían tenido diferencias, alguna vez se miraron fiero pero el saber de andar en la calle lo llevaba una vez más a la humildad. Por eso, llamó a la familia de Diego, expresó su dolor y se puso a disposición de ellos para ceder el estado de Boca para su despedida. Al parecer, allí pudo haber una diferencia: Pergolini no quería ver a Diego allí.
En agosto de 2020, cuando los diputados pusieron límites al intento de hacer del teletrabajo un terreno para destruir los derechos de los trabajadores, Pegolini, herido en sus intereses de empresario con escasos escrúpulos llamó a diputados y senadores nacionales, “imbéciles” y los calificó de “hijos de puta”. Todo acabó no sin tristeza, cuando envió una carta al titular de Diputados, Sergio Massa, justificándose al exponer que sus insultos eran “exabruptos expresados al calor de la pasión”. De la pasión por acumular sin ley sobre la suerte de los trabajadores para los que pretendía pasar por encima de la ley.
Pergolini no comprendió nunca a Riquelme, que no es un hombre de la política pero desde el fútbol, sabía quién era Macri
Pergolini creía que podía seguir en el macrismo con ganancias desmedidas tomadas por fuera de las normas para sostener su pasión de enriquecerse. Hugo Yasky advirtió entonces, que “habla como un empresario que quiere negrear y explotar y se siente indignado porque hay una ley que no se lo permite”. El ex “Caiga quien caiga”, le había dicho a Jorge Lanata: “El teletrabajo es bueno porque podés reducir lugares, podés dar más trabajo con menos costos”.
En Boca lo sorprendió entonces un quiebre cultural. Pergolini no comprendió nunca a Riquelme, que no es un hombre de la política pero desde el fútbol, sabía quién era Macri. El público popular de Boca lo amaba sin preguntarle nada. Pergolini tenía que hablar de pasión como si fuese un sentimiento que pudiera comprar y no lo tenía. Ameal dijo ante la partida del hombre del rock, que “si Mario piensa que con eso se sintió invadido y mal, tendrá que decirlo él, lo mismo que si tiene que objetarle algo a Riquelme, que siempre está en el ojo de la tormenta”.
Lo cierto es que las distancias que se adoptaron con Pergolini respecto de la comunicación del club, tenían una sola razón. Su suerte se alejaba y su capacidad de maniobra se reducía. No es fácil explicar a un empresario soberbio, que su tiempo político se esfumaba como se esfumó el tiempo de Cambiemos en el gobierno nacional. Además, había que observar que el quiebre Pergolini-Riquelme era también cultural. Pergolini podría saber cómo empobrecer a un trabajador negándole derechos, pero no podría comprender jamás el universo profundo de un hombre al que sostenía el pueblo.
Por eso, cuando a Pergolini le llegó la hora de sentir el dolor de ya no ser, percibió en la dura tristeza de los que se creen ganadores de la eternidad, que “ni el tiro del final te va a salir”. Quizás presintió entonces, que Riquelme puede ser pronto presidente de Boca. Y la voz se le tornó más cascada como si tuviera que comerse algunas piedras más en esa inesperada hora de perder el rumbo.