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La transformación como un arte de la recuperación del país

Alejandro C. Tarruella

Felipe Solá y Venezuela parecen ser un límite. La deslealtad no es un valor propio del peronismo, si de una cortesanía de funcionarios que demandan una reforma profunda. Cuando llegó Perón al gobierno en 1973, abrió la venta de automotores a Cuba y ni las terminales norteamericanas se negaron.

Escribe Alejandro C. Tarruella

La transformación como respuesta

En este caso, Solá rompe con una regla que se creó cuando el presidente Chávez, sin datos previos, asistió económicamente al gobierno de Néstor Kirchner en los primeros años de su gobierno. Lo de Solá no es una respuesta, es un puñetazo en la boca a quien nos ayudó y a un concepto de la solidaridad. Después vienen los otros temas, que cada cual los elija.

Solá cambió el eje de los grandes debates de la Argentina de hoy. La reconstrucción en pandemia, la asistencia a los más necesitados en salud, educación, vivienda, empleo y quién sabe cuántas cosas más. El rol preponderante de monopolios fuera de la ley, formadores de precios ávidos de despojo, la asistencia en salud en medio de la pandemia, la atención a las provincias que no cuentan con las mismas condiciones que la provincia de Buenos Aires y la ciudad de Rodríguez Larreta, preocupado por expandir sus negocios de venta de cemento hacia el río. La ley, no sé, gracias. Si, cemento. El arquitecto Livingston suele decir: los porteños ven cemento y se cree que eso es progreso. Y muchos dicen ahora: estamos mejor con la pandemia cuando el virus invade las provincias. Las provincias no están en la mira ni en el sentimiento de los que se creen poco menos que habitantes de una republiqueta.

Ahí está el problema. Definir el país, federalizar los usos de la ley y las oportunidades y comprender que hoy, con la pandemia, estamos jodidos porque las provincias, en general, están siendo desbordadas por las exigencias de la extensión de la enfermedad. Alberto Fernández planteó desde su campaña que un eje de su gestión sería el federalismo, abrir el país a una idea de la proyección productiva, educativa, etc. a las provincias. Y eso tiene rechazos, la llamada Caba que no acaba, es una de esas resistencias. Concebida como espacio de privilegio, mantiene el espíritu unitario, portuario y especulativo de los tiempos en que el puerto de Buenos Aires concentraba el 60 por ciento de sus actividades en la compra y reventa de esclavos africanos.

Gildo y la verdad desde adentro

Formosa es una provincia cuyos funcionarios deberían estar dando charlas en Buenos Aires. Gobernada en crecimiento aún en años de macrismo y superando el desafío de la pandemia, es un ejemplo de lucha contra la visión unitaria central, de preocupación social. Tanto que ha logrado mantener a la provincia fuera de los rigores de la pandemia.

El gobernador Gildo Insfrán avisaba, en septiembre de 2019, que “está en peligro el federalismo” cuando el gobierno bonaerense de María Eugenia Vidal exigía una “restitución para su distrito de recursos del Fondo del Conurbano. Vidal iba por los privilegios del centralismo frente a las provincias, los “13 ranchos” como los llamaba Sarmiento. Fue en Misión Laishí, donde el formoseño Gildo se dijo “preocupado» porque «está en peligro el federalismo” cuando la exponente macrista fue a la Corte Suprema de Justicia por los privilegios.

Y el gobernador fue entonces más que claro: “Están con la intención, vía la Corte Suprema Justicia de la Nación, de sacarnos recursos a todas las provincias de la Argentina para entregárselos al distrito más grande”. Y luego señaló que “necesitamos funcionarios militantes y comprometidos, no burócratas” para un cambio. Cosa que llegó con Alberto Fernández. Los primeros pasos, en la adversidad, están pero ahora es necesario producir la transformación solidaria del país como conjunto, no como una variedad de provincias satelitales que danzan alrededor de un centro.

Formosa es una provincia cuyos funcionarios deberían estar dando charlas en Buenos Aires

Alberto lo planteó y adoptó algunas medidas pero ahora hace falta observar que el mundo ingresa a una multipolaridad sin potencias privilegiadas, donde los países rectores irán a una misma mesa a tratar los asuntos comunes a la humanidad, y avanzar sobre los privilegios para convertirlos en una oportunidad donde el centro esté en el conjunto. El Papa Francisco ha vuelto a remarcar en su reciente encíclica que se trata de mirar hacia abajo y hacia adentro. Acabar con el festín de la injusticia, la usura y la negación de la persona humana. Elementos contenidos en las tretas de las corporaciones para que el país siga siendo un exportador de divisas en una permanente destrucción de su capacidad creativa.

José Luis Gioja había dicho que el macrismo “se llevó el federalismo a marzo” cuando la transferencia de recursos a Vidal. Si Perón enseñó que “la conducción es un arte”, debemos llevar esos conceptos a la reforma que debe ser un arte para la transformación. Con responsabilidad comunitaria, concepto de Nación en su conjunto, con el espíritu de los enfermeros, médicos, asistentes, que en condiciones de adversidad dan clases de solidaridad en hospitales y centros asistenciales de todas las provincias.

Para esas tareas, hay que reconstruir el Partido Justicialista, ganar en organización y aprender del pueblo cómo se hacen las pequeñas tareas que son las grandes. Hay que acabar con el financiamiento permanente de las grandes fortunas, Vicentín con deudas a bancos extranjeros de 500 millones de dólares, casi 250 al estado holandés, unos 20 mil millones de pesos al Banco Nación. Eso se paga con el hambre, con el despojo, con la negación de la educación y la proyección productiva. No es posible subsidiar a la usura y la riqueza sin límite para dejar al pueblo sin salud, vivienda y sin escuela.

Hay que impedir que los poderosos sigan incendiando los campos sin que les llegue la ley, y que la Corte sea el anclaje de un aspirante a Dios con un diario y un sistema mediático no contemplado en la ley. La ley y una organización de la transformación es lo que se impone y esa es la necesidad urgente para dar continuidad a lo que el gobierno comenzó a encarar el 10 de diciembre de 2019.

En síntesis, un arte que consagre el país a la felicidad de las grandes mayorías. Quizá se trate ahora de imaginar el país con su capital en un verdadero centro, tal vez en la Patagonia y sí, en la justicia social y la soberanía.

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