Pensamiento único y amo único tienen una respuesta: la unidad
Soros, un hombre poderoso y temible para el común de la humanidad, estimó en cierta ocasión que los mercados votan cada día y así los colocó por encima de la vida humana, que a saber, por el muy difundido coronavirus –estrella de mercado en estos días-, la vida no es uno de los objetivos más estimados por las corporaciones nihilistas del planeta.
Escribe Alejandro C. Tarruella
Muchos hablan en nombre de Soros, movimientos políticos contestatarios inclusive, mientras el líder corporativo reparte los dones del mercado en busca de estrechar los límites de la vida. Raymond Barré, ex primer ministro de Francia (1976-1981), estimó alguna vez que “ya no se puede dejar el mundo en manos de una banda de irresponsables de 30 años que no piensan sino en reproducir dinero”. La banda alucina dominar un pensamiento único.
Las corporaciones lograron, en las décadas recientes, reemplazar el fantasma del comunismo por el terrorismo organizado desde los grandes centros del poder
Como en un juego de entretenimientos, desde el drama de las Torres Gemelas, el gran imperio lanzó sobre el conjunto social su tecnología para dar mayor velocidad a sus propuestas, basadas en una suerte de guerra total y sin tregua. Ahora, el terrorismo, que fuera alimentado y reconocido hasta por Hillary Clinton, está siendo desbordado por un nuevo producto de mercado de reconocida eficacia: el coronavirus.
Así reaparece el absurdo cuando se analizan acontecimientos internacionales de fuerte presencia. Allí la propaganda, la saturación de la propaganda sobre ciudadanos poco menos que indefensos, hace estragos en la vida cotidiana de los pueblos.
Noam Chomsky e Ignacio Ramonet han señalado que “Una prueba contundente del éxito de la propaganda es la fuerte incoherencia de la opinión pública, que utiliza cristales diferentes para analizar los mismos hechos de procedencia diferente.
Así, por ejemplo, las personas asumen que Sadam Hussein no pudo con Irán en una guerra cruenta y larga. Y, sin embargo, dan crédito a la noticia de que el mismo individuo supone un peligro para la paz mundial puesto que podría convertirse en un tirano planetario. O, lo que es más fuerte, la mayoría de los estadounidenses ven justificado que EEUU intervenga militarmente en un país para protegerle de una invasión o para echar a los invasores…” (Noam Chomsky e Ignacio Ramonet Cómo nos venden la moto Barcelona: Icaria, 2001).
Así, los Estados quedan sumidos en el poder de la globalización corporativa
Si hay personas influyentes en el mundo, entre ellas no se identifican dirigentes políticos mientras que en Davos o encuentros semejantes, incluso los semi secretos de los patrones del poder corporativo, los poderosos deciden sobre la suerte de miles de millones de personas. En el juego de calificar por el mercado, la vida humana es desplazada por los objetos que producen los poderosos o el dinero que acumulan recurriendo a los sutiles modos de la usura. Sus medios de comunicación, en tanto, buscan tomar prisioneras a sus audiencias para transmitir sus órdenes con la forma de información. La censura indirecta, la amenaza y el terrorismo periodístico, los acompañan.
La catástrofe
“Estamos construyendo una catástrofe”, se alarmaba Walter Benjamin y los grandes poderes la urden del mismo modo que Hitler organizaba sus masacres
Hoy, cierta parte de la industria de la biotecnología imperial trabaja programando la muerte. Así, los ciudadanos son observados a través de panópticos tecnológicos con los que los Soros, los Singer o cualquier poderoso que pague un servicio, puede destruir la intimidad de quien quiera. ¿No lo hizo Macri con propios enemigos y hasta su propia familia?
Si no respondes a mis órdenes puedo infectarte, parece ser una de las últimas consignas de los poderosos del mundo que venden ansiolíticos, adormecedores, drogas euforizantes y mantienen un sistema de narcotráfico al que le dan la categoría de estados en la oscuridad. El objetivo de esos poderes es negar la inteligencia humana, su espiritualidad, su capacidad productiva, su arte, su pensamiento para convertirlo en un ser humano en soledad frente a la góndola que ofrece sus productos, y en ellos, la falsa ilusión de una felicidad de objetos y ofertas digitales. En ellas hay una búsqueda infaltable: los niños.
Se registra allí una presión mediática para romper el marco familiar en un siniestro juego corporativo de formación de un sujeto sostenido en las corporaciones y la tecnología. El objetivo es hacer adictos, prisioneros del mercado. En estos días, el entretenimiento –sostenido como una adicción patológica- lo constituye el coronavirus corporativo. Todo consiste, como advertía Hans Mangus Enzerberger, en que te satures de información para saber muy poco de cuanto sucede a tu alrededor.
Y como las corporaciones no creen en la creatividad, regresan en sus mensajes antiguos miedos, temores infundados inundan los sueños y otra vez la involución pasa a manejar las voluntades.
Frente a escenarios como estos, San Agustín proponía a propios y extraños: “En lo esencial, la unidad”
La respuesta
Los términos de la resistencia ante este neonazismo corporativo, si se lo puede denominar de ese modo, pasan por comprendernos como colectivos en acción, aunque esta sea por estos días un “no hacer” taoísta, en tanto se encuentren los términos de la unidad para la paciencia, la esperanza y así recomenzar de la vida en esta lucha por la dignidad de la vida planetaria.
La comunicación y el lenguaje interactúan en la conformación humana. Por eso Ludwig Wittgenstein sostenía que “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. La soberbia de los dueños de las corporaciones pretende cambiar esos conceptos por uno que exprese, “Los límites de mis deseos y mis órdenes son los límites de tu mundo que, además, es mío”. A través de la usura de la vida luego, creen alcanzar el poder de la voluntad de los demás previa demolición de sus capacidades humanas de convivencia y así imponerse.
Se atribuye a Schopenhauer la creación de la figura de pensamiento único en 1819. Pensaba que se trataba de un pensamiento que se sostenía a si mismo de forma independiente, que no precisaba de otros referentes y de ese modo se autosustentaba en su propia voluntad.
La negación del otro era entonces, y lo es, el camino en términos de acumulación económica y financiera que atraviesa todos los órdenes de la vida
Gabriel García Márquez recordó en “Cien años de soledad” una peste de insomnio que sufrió Macondo en los años de su relato. Luego de seguir las instrucciones y cumplir la cuarentena, el pueblo recuperó la normalidad de sus días “y nadie volvió a preocuparse por la inútil costumbre de dormir” sin descanso. Quizás quiso anticiparnos con la poesía de su relato que de una cuarentena siempre se regresa si hay labor en común y una esperanza contagiosa.
La respuesta como persona, como país, región y continente, sería comenzar recordando que “En lo esencial, la unidad”. Y caminar juntos en la solidaridad de los nuevos encuentros.
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