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Los peores de la clase

Claudio Siniscalco

No es el alcohol, no son las drogas. Lo que mató a Fernando Báez Sosa es la prepotencia de una clase acostumbrada a imponer sus intereses como sea. La manada de asesinos ejecutó el “trabajo en equipo” con la misma eficacia con la que un gabinete de CEOs asalta un país.

Por Claudio Siniscalco

La unidad y el trabajo en equipo, dos “valores” de los que se jactan los cultores del rugby, no son atributos que puedan ser usados precisamente en su favor. Por lo menos, no de la forma en que los llevan a la práctica.

Que se comporten como caballeros con sus adversarios en los partidos de rugby y celebren terceros tiempos plenos de amistad y camaradería, es algo que sólo les importa a ellos y que por lo tanto queda fuera de este análisis.

Según su ideología, fuera del limitado ámbito de la cancha o el club, la unidad es la de ellos contra el resto. Y el equipo es el de ellos contra el resto. Contra los distintos, contra los humildes, contra los morochos, contra los homosexuales, contra los discapacitados, contra las mujeres. Vale decir, contra todo lo que no sea hombre, blanco, rico, machista, fascista y agresivo.

De este modo, el intercambio de experiencias con los otros, la socialización con los demás, la riqueza del aprendizaje colectivo como complemento de la individualidad, es decir, los evidentes beneficios de un verdadero trabajo en equipo, se anulan como virtudes al ser puestos al servicio del ataque a los que están fuera del equipo (casi toda la sociedad).

El crimen de Villa Gesell fue un efectivo trabajo en equipo. Mientras que los definidos como coautores golpeaban ferozmente a Fernando para matarlo, el resto (los partícipes necesarios) cumplía un rol no menos importante: evitar que la víctima recibiera la ayuda necesaria para salvar su vida.

No importa cuál sea el interés o el deseo a satisfacer: bombardear la Plaza de Mayo; arrojar un cordero desde un helicóptero; matar en manada; violar, golpear, asesinar a una mujer, o viralizar sus fotos; elevar el precio de los alimentos empujando a millones de personas a la pobreza. Lo que define a esta patología es HACER LO QUE QUIERO a los demás (la mayoría) en beneficio de nosotros, el equipo, los amigos, la clase, la minoría.

Hay rugbiers pacíficos y solidarios. Hay violadores y asesinos pobres, morochos y que juegan al fútbol. Es más que evidente, y se pueden mencionar tantos casos como tengamos ganas. También es cierto que “el rugby no genera violentos”, como se dijo en estos días por si hacía falta.

Pero más allá de los casos individuales, que los hay de todo tipo, lo que realmente nos afecta a todos es la descomposición de una clase dominante que encarna los peores valores, que sintetiza las mayores miserias que es capaz de mostrar una sociedad.

En el vértice de la pirámide hay rugbiers violentos, pero también hay estafadores, golpistas, racistas, machistas, violentos que no juegan al rugby, antidemocráticos, fugadores de divisas, elitistas, discriminadores.

Todos practican el trabajo en equipo como negación del otro, como ataque al diferente, al  que está fuera de su pequeño grupo. Son los que imponen sus conductas antisociales al resto. También están los que prefieren el tenis -paradigma del deporte individual- y difícilmente se involucren en una golpiza callejera, aunque sí sean capaces de sembrar el caos con una corrida cambiaria.

Y una vez cometido el atropello, surge casi instintivamente la evasión de la responsabilidad: la sorprendente declaración de uno de los asesinos de Villa Gesell (“salimos a divertirnos y la vida nos jugó una mala pasada”) se parece demasiado a “pasaron cosas”, a “yo siempre les decía, cuidado, nos vamos a ir a la mierda” y a tantos otros intentos de escapar de la realidad escuchados en estos años.

Si bien el delito atraviesa a toda la sociedad, nuestra clase dominante concentra los peores personajes y las peores conductas, con el agravante de que es el sector que se adjudica el derecho a moldear los hábitos y costumbres de todos. La profundización de la democracia y el respeto al otro siguen siendo las herramientas que tiene la mayoría para combatir esa prepotencia minoritaria a la que no tenemos que acostumbrarnos aunque nos parezca casi normal.

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