La política exterior de Bolsonaro atrasa un siglo
Al alinearse automáticamente con EE.UU. e Israel, el nuevo gobierno subraya su política colonial, su hegemonismo en América Latina y su rivalidad con Argentina.
Por Eduardo J. Vior
Luego de reunirse el miércoles 2 en Brasilia con el secretario de Estado norteamericano Mike Pompeo, el presidente brasileño Jair Bolsonaro festejó que su país y EE.UU. “hayan dejado de ser enemigos”. Según el mandatario, el eje en formación entre Washington, Tel Aviv y Brasilia estaría iniciando un nuevo período en la historia de la política exterior de Brasil. Sin embargo, tan nuevo no es, ya que repite el estrecho vínculo que la República oligárquica tuvo con Estados Unidos entre 1889 y 1930. La “nueva” política exterior brasileña atrasa cien años, pero va a dañar severamente las relaciones regionales.
Las declaraciones de Bolsonaro del miércoles tocaron las mismas cuerdas que su discurso de asunción del mando del martes 1º y en éste resonaron los ecos de su campaña electoral: “Dios por encima de todo”, orden social, un sistema educativo “sin militancias”, combate a la “ideología de género”, el derecho a armarse en defensa propia, la autorización a las policías para usar la violencia sin control, “la lucha contra la corrupción”, “las reformas estructurales” (neoliberales), el equilibrio fiscal y liberar el comercio internacional “sin sumisiones ideológicas”.
La mención al libre comercio fue acompañada por una promesa de defensa del “interés nacional”. En esta coincidencia discursiva radica el nudo ideológico del bolsonarismo entre un ala ultraliberal liderada por el economista Paulo Guedes y otra militar, si bien no nacionalista, defensora del poder del Estado.
Al poner en funciones al nuevo ministro de Defensa, Fernando Azevedo e Silva, el mandatario se dirigió al todavía jefe del Ejército, el general Villas Bôas, reconociendo que sin su ayuda nunca habría llegado al Planalto. Probablemente, se refería a la presión que las fuerzas armadas ejercieron sobre el Supremo Tribunal Federal (STF), para que prohibiera toda participación pública de Lula durante la campaña electoral.
Los militares, o más específicamente el Ejército, son nuevamente el “partido” más poderoso de Brasil, con seis miembros del gabinete, incluyendo al vicepresidente, el general Hamilton Mourão, desde el que buscan limitar la apertura comercial con el apoyo de la industria no paulista y las privatizaciones que se propone realizar Guedes. Por lo pronto, ya le prohibieron meterse con las actividades de exploración y explotación de Petrobras. Para destacar su perfil, Mourão publicó el miércoles también un tuit en el que aparece reunido con representantes de la Cámara de Comercio China. El gigante asiático es el principal destino de las exportaciones brasileñas y sus empresas desean invertir en infraestructura y energía.
Guedes, por el contrario, presenta las privatizaciones como instrumento, para que lleguen inversiones externas y que el Estado recaude fondos, para cancelar deuda. Ahora bien, si el superministro económico no puede operar el corazón de la petrolera controlada por el Estado, el cumplimiento de sus metas queda severamente cuestionado. En esta puja se dirimirá la suerte del bolsonarismo.
Aunque se prevé la reacción de las izquierdas y los movimientos sociales contra la cruzada reaccionaria, en la primera etapa los conflictos más agudos van a darse entre el gobierno y sus aliados por la definición del rumbo.
En su discurso inaugural el nuevo ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Araújo, hablando ante el más alto personal de Itamaraty, hizo una proclama mesiánica y condenó la globalización, pero no recibió aplausos. Es que el cambio de rumbo es muy evidente. La nueva/antigua política exterior de Brasil puede definirse por la aparente contradicción entre “americanismo” y “desamericanización”.
La nueva/antigua política exterior de Brasil puede definirse por la aparente contradicción entre “americanismo” y “desamericanización”
Por “americanismo” se entiende el alineamiento con Estados Unidos, como tuvieron la “República vieja” (1889-1930) y el gobierno del Mariscal Humberto Castelo Branco (1964-67) en el inicio de la dictadura militar. La “desamericanización”, en tanto, es la contracara de la misma política. Originada en la época del Imperio, esta idea propone el distanciamiento de Brasil de América Latina, su desconfianza hacia las ideas y propuestas de sus vecinos hispanoamericanos y una política hegemonista en las cuencas del Amazonas y del Plata. En esta línea deben entenderse las críticas de Bolsonaro al Mercosur.
La reconstitución del eje Washington-Brasilia, con el añadido de la alianza privilegiada con Israel (motorizada por los pentecostales), sin dudas reordenará el escenario regional y tendrá implicaciones globales. Desde que llegó Trump a la Casa Blanca, la política estadounidense hacia América Latina se ha centrado en contrarrestar la expansión de China y Rusia. Un mayor acercamiento a Estados Unidos tendrá, asimismo, peligrosos efectos sobre la seguridad regional. Muy probablemente Bolsonaro profundice la cooperación con EE.UU. en el uso de la base aeroespacial de Alcântara y en la realización de ejercicios conjuntos en la Amazonía. Si a ello se suma la militarización de la seguridad interior, Brasil se transformará, junto con Colombia, en uno de los principales socios de Washington en la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo.
De igual forma, el alineamiento con Estados Unidos despierta interrogantes sobre la actitud ante Venezuela. Se descuenta que el nuevo gobierno propondrá más sanciones y apostará por un mayor aislamiento de Caracas, pero, en tanto Trump pueda controlar a sus fuerzas armadas y el alto mando brasileño mantenga la línea del saliente comandante Villas Bôas, es difícil que ambas potencias cedan a la presión colombiana para invadir el país caribeño.
El alineamiento con Estados Unidos despierta interrogantes sobre la actitud ante Venezuela
Claro que el asesor de política exterior de Bolsonaro, el príncipe Luiz Philippe de Orléans-Braganza (heredero del trono imperial), o el propio hermano del presidente se han manifestado favorables a una intervención militar en el país vecino y que el fantasma de un conflicto armado con Caracas justificaría ocupar militarmente el norte y nordeste, gobernados mayoritariamente por el PT, pero la necesidad de consolidar su heterogénea base de apoyo probablemente modere sus ímpetus.
Bolsonaro llegó al Palacio del Planalto sostenido por la bancada transversal de los ruralistas, los evangelistas y los militares, pero esta alianza no basta para gobernar. Ante cada decisión se enfrentarán los contradictorios intereses de los grupos en litigio con las proyecciones ideológicas y el perfil de la coalición sólo se irá definiendo en sucesivas crisis.
En este esquema, el Mercosur dejará de ser instrumento de cooperación e integración regional, para convertirse en un mero instrumento con el que el nuevo gobierno brasileño buscará imponer sus condiciones comerciales y estratégicas a sus vecinos. Itamaraty privilegiará, entonces, el vínculo con Chile, no sólo por la inserción de éste en el mercado asiático y pacífico, sino para cercar a Argentina y obligarnos a aceptar sus términos de negociación. Ante el renacimiento de rivalidades que habían sido superadas desde 1985, nuestro país deberá preservar sus intereses nacionales y mostrar el costo que tienen las competencias hegemónicas, mientras seguimos buscando en el país vecino interlocutores, para superar la balcanización colonial del continente y volver a la razón.