Cultura

Jaime Torres, entre nosotros, por siempre

Alejandro C. Tarruella

Se fue Jaime Torres. Se fue para quedarse porque su nombre está unido a una de las etapas más prósperas, renovadoras y tradicionales de la música nacida desde el corazón de la tierra. Jaime era un adolescente cuando con su charango, al que le otorgó parte central de la personalidad del instrumento en el mundo, caminaba el país y el planeta anunciando la alborada de una expresión que se rehacía en la adversidad de tiempos difíciles de la Argentina.

Escribe Alejandro C. Tarruella

Su sonido, lo conversaba hace unos meses en la calle Jaen de La Paz con el maestro Ernesto Cavour, baluarte del charango como estilista y luthier, fue la confirmación de que no había amanecido a la creación suramericana para ser objeto de entretenimientos, como gustan imponer hoy los presuntos dueños de la cultura. Por eso, Jaime se fue para quedarse en su música, en su sonrisa de ancha huella, sumida en la alegría de una identidad adormecida que regresa, surgida tal vez del pincel de Medardo Pantoja o de las palabras de Néstor Groppa, Miguel Ángel Pérez o vaya uno a saber de quién.

Era el mismo que miraba alborozado en sus años mozos a Jaime Dávalos, a Manuel J. Castilla, o partía a Alemania y la URSS con Ariel Ramírez, para juntarse en las presentaciones de la televisión de Berlín con Mercedes Sosa, Antonio Pantoja, Chito Zeballos en un total de 20 músicos que estremecían los escenarios. Ya su sonido, el que había forjado cuando estudió de niño con Mauro Núñez y en los caminos de la Patria haciendo y rehaciendo sonidos, trayendo los andes a la llanura y desandando el país desde cuando partió de Rosario, donde vivió varios años, para hacer huella de su música.

En 1963, en “Coronación del Folklore”, pieza sin par de la canción popular argentina, con Eduardo Falú y Los Fronterizos, reafirmó su rol único, su apuesta a estremecer los escenarios al meterse de lleno como un referente singular del arte nacional. En la adversidad, lo que llamábamos entonces folklore, atravesaba aciagos momentos políticos y se hacía del mundo cuando los artistas “del palo” actuaban en Eurovisión, el Olimpia de París o el Lincoln Center de Nueva York ante la andanada de indiferencia que azota a esta época.

Con “La Misa Criolla”, que data de 1964, estuvo otra vez en los escenarios del mundo, reafirmó su sonido de piedra reconvertido en representación de un país que clamaba el sostén de su identidad. Jaime era en el conjunto, el sonido que habían rescatado también Los Fronterizos, recordándonos que también somos Bolivia. Así, cuando Manuel J. Castilla fue en 1957 a Oruro y escribía su primer poemario, “Copajira”, que editaron Néstor Groppa, Andrés Fidalgo y otros poetas de Jujuy, se iba forjando una historia de atisbos regionales que iba a transformarse en la historia de un conjunto, y anunciaba que el país era parte de una Patria Grande que despuntaban en su arte, gente como los poetas, músicos como Jaime Torres y otros, armados de olvidos en el polvo esquivo de los caminos.

Con “La Misa Criolla”, que data de 1964, estuvo otra vez en los escenarios del mundo

Fue así que esa sonoridad profunda, que simulaba piedra y agua, viento y paisaje, mujeres y varones en aparente ausencia, se hizo eco vivo en la yema de los dedos de Jaime Torres, que llegaba para contar que existía otra historia, otros rostros, otros acordes para la gesta de hacer un país americano de mestizaje cobrizo al que había rescatado para la política el peronismo que abrazó desde siempre. Jaime fue ancho como la sonrisa que no olvidaremos, esa candidez que le marcaba el rostro cuando tocaba su instrumento y viajaba a los mundos imposibles que le había traído su padre desde Chimba Chica, que él convirtió en una cueca maravillosa que contagia el alma, y con quien anudó su propio destino de hombre que resumía en su corazón países que fueron uno, y serán uno por el irrenunciable vértigo de su arte.

Recuerdo su emoción cuando hace algunos años no fue tomado en cuenta para interpretar “La Misa Criolla” en El Vaticano, asunto de cortesanos convertidos una vez más en funcionarios. De repente, los privilegiados a sueldo volvieron sobre él porque resulta que al tratar el tema del recital con el Papa Francisco, éste les dijo:

– Me imagino que está Jaime Torres entre los músicos..

Una vez más, los burócratas se sobresaltaron. ¿Cómo era eso de irrumpir en los planes de los elegidos para sugerir un nombre? La cuestión es que volvieron sobre sus pasos a buscar a Jaime a Buenos Aires de apuro. La emoción de Jaime surgió porque Jorge Bergoglio lo requería.

– Jaime, vas a viajar pero no podemos pagarte – fue el castigo a la irreverencia del Papa.

Jaime, leal a su estirpe, no tocó en esa ocasión ante la sorpresa de Francisco. Una vez más, los cortesanos dejaban en claro que no había alternativa ante su poder inmemorial. La emoción entonces se trocó en tristeza, en convicción de que aun en tiempos mejores, era necesario transformar los asuntos de América para hacer justicia con los verdaderos protagonistas. El charanguero, como lo llamó Jaime Dávalos, continuó entonces cuando su historia se hizo de muchos Cosquín, el Tantanakuy que fuera su creación, su esfuerzo de caminar Jujuy reivindicando la historia y lo contemporáneo de su mensaje herido en la cultura común de los pueblos. Su hijo Juan Cruz, y todos sus hijos, Elba su compañera de siempre, hicieron el enorme esfuerzo de sostener esa propuesta cultural en la adversidad, para imponer testimonio vivo, vibrante y transformador, que se compartía pueblo por pueblo y día a día.

Pasó por la Filarmónica de Berlín, la Sala Octubre de Leningrado y el Lincoln Center de Nueva York. Era universal

Se trenzó en musicalerías con Paco de Lucía, Paco Ibañez, Santolalla, Víctor Heredia, el venezolano Hernán Gamboa (a quien ayudó para lograr un CD de circulación mundial), Gerardo Gandini, Divididos (ese aporte singular a la canción), el Tata Cedrón, como anduvo en España en años duros con Xavier Ribalta, que conseguía los escenarios para los músicos. En 1991 se fue de gira por Japón y actuó para la cadena de TV NHK, volvió y fue al Colón con la Camerata Bariloche para la “Suite en concierto”. Era el mismo Jaime que pasó por la Filarmónica de Berlín, la Sala Octubre de Leningrado y el Lincoln Center de Nueva York. Era universal.

En el ’92 le otorgan el “Estrella de Mar” en Mar del Plata, va a Australia, al Melbourne International Festival of Arts, y en 1993 se lo escucha en el Sudeste Asiático, para culminar el año como solista con la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires en el Colón. Grabó desde sus años de joven músico que ya andaba por el mundo, intervino en las películas “Argentinísima” y es ciudadano ilustre de Buenos Aires y Jujuy. Tomás Lipán lo recordó expresando que «Jaime Torres es ejemplo y amor para nuestra tierra, nuestra música y el folclore», y valoró que él supo llevar al mundo «nuestros sonidos y lo que nos queda es su maestría y su eterno recuerdo».

Jaime Torres está hoy en el recuerdo de su pueblo y en ese espacio habrá que hacer ahora desde el arte, la historia que comienza, su recorrido, sus caminos, su música, su ardor y su convicción de hombre del arte que fue de modo irrenunciable en el viento de los días.

Colabora con Infobaires24
Suscribite a nuestro canal de youtube TIERRA DEL FUEGO

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba

Tiene un bloqueador de publicidad Activo

Por favor desactive su bloqueador de anuncios, Infobaires24 se financia casi en su totalidad con los ingresos de lass publicidades