Hernán Brienza: El verdadero rostro del Macrismo
Ahora tiro yo,
porque me toca a mí
Hernán Brienza
Siempre resulta interesante equivocarse en política. O al menos en el análisis político. Primero, porque uno aprende de su falibilidad y, segundo, porque reconocer un error, en un país de infalibles y perfectos, permite, a quien realiza una expiación pública, el refugio de un último gesto de soberbia. Hace poco más de un año, sostuve en los medios de comunicación que el Macrismo, lo que hoy sabemos es una derecha vetusta y rentifusa, podía llegar a construir un liberalismo conservador, pero al mismo tiempo moderno. En diciembre de 2015, ya visualizados los primeros pasos del gobierno, escribí que el presidente Mauricio Macri tenía dos opciones: o llevar adelante un modelo económico desarrollista –obviamente con una distribución regresiva- pero de matriz productivista o un modelo de acumulación brutal y de saqueo. Que si elegía la primera opción, podía echar mano a la lógica frondicista del Plan Conintes (Conmoción Interna del Estado), pero si optaba por la segunda, no le iba a quedar otra que aplicar una fusiladora mediático judicial contra todo lo que oliera a Peronismo “barbárico” –en tanto oposición histórica y real al liberalismo reaccionario “civilizador” monista- o a Kirchnerismo –en tanto disputa de poder político, económico, cultural frente a los sectores hegemónicos de la Argentina-.
Con suma torpeza, el Macrismo optó por lo único que supo hacer la derecha a lo largo de la historia argentina: encerrarse en su avaricia, no comprender a las mayorías en sus necesidades, ofrecerles empobrecimiento y disciplinamiento a los sectores del trabajo y, vía endeudamiento externo, entre otras herramientas, generar una alianza con el capital extranjero a costa da la salud económica del Estado. Desde Rivadavia, Lavalle y Mitre, en adelante, sin olvidarnos del Década Infame, la dictaduras militares dirigidas por los Prebisch, los Krieguer Vasena y los Martínez de Hoz, en rasgos generales, no han podido zanjar su miopía histórica.
Desgraciadamente para la mayoría de los argentinos, el Macrismo significó una modernización en la forma de acceso al poder de la derecha –vía marketing e ingeniería mediática-, pero no pudo pactar. Ni en términos políticos, ni económicos, ni sociales. Y ante la desobediencia de la subalternidad, de lo súbdito, de lo plebeyo, no ha encontrado otra respuesta que mostrar su peor cara de perro.
El presidente Macri, en su inauguración de las sesiones ordinarias del Congreso demostró su límite democrático: “No dialoguemos con aquellos que no quieren el cambio”. Que es lo mismo que decir, dialoguemos sólo entre quienes pensamos igual, o sea, monologuemos. La peligrosidad conceptual de Macri es alarmante. Si al Kirchnerismo, la prensa opositora le achacaba cierta lógica binaria, de amigo-enemigo, haber creado una grieta en la sociedad, Macri viene a decirnos que la grieta se tapona, haciendo callar al otro, no escuchándolo, haciéndolo “desaparecer” en términos simbólicos. La palabra es el terreno de la política. Si yo acallo al Otro, al que no piensa como yo, dejo de lado la política, para ingresar en un territorio belicoso y muy riesgoso.
La gobernadora María Eugenia Vidal fue aún más explícita: acusó al dirigente sindical docente de “Kirchnerista”, generando un doble juego siniestro: la estigmatización de “Lo Kirchnerista”, como si se tratara de lo “Eso”, del libro It de Stephen King, y, segundo, reforzando la idea de que con lo “barbárico”, lo demonizado, no se dialoga, no se negocia, sólo se lo combate. En ese mismo sentido, Rogelio Frigerio –nieto incomprensible del político desarrollista- acusó directamente al Kirchnerismo de “destituyente”.
De esa manera, el Macrismo demostró que lo verdaderamente siniestro anida en su propia forma de pensar la política: el autoritarismo más profundo enancado en la derecha pseudo liberal argentina. Su verdadero rostro, entonces, se entrevé entre el humo grisáceo de la historia. Pero al mismo tiempo, demuestra su propia impotencia. Porque en términos simbólicos, el macrismo vive trastornado con lo que consideran el “populismo”. Cual amante perdidoso y desengañado, el Macrismo no puede seducir a la Argentina ni a las mayorías con su supuesta política “natural”. Resentidos porque esa Argentina vive subyugada por las propuestas nacionales, populares, barbáricas, se encierran en un obsesivo resentimiento que semeja al niño bien despechado que ve como su noviecita huye con el atorrante del barrio.
Este verano, releí dos libros interesantes: Las ideas políticas en Argentina, de José Luis Romero, un intelectual, obnubilado por su odio contra el Peronismo que no le permite analizar con seriedad ese movimiento político, pero que no le impide hacer un agudo análisis sobre el momento en que el liberalismo se convierte en reaccionario, y el fecundo manual de Oscar Terán, de Historia de las ideas en la Argentina.
En resumidas cuentas, y seguramente producto de una mala lectura de ambos autores por mi parte, el liberalismo devino conservador con la oligarquía roquista y abrazó más que una ideología, un conjunto de ideítas y parámetros de los cuales no pudo desprenderse y generó pautas culturales patológicas: el darwinismo social, que justifica un elitismo económico disfrazado, ahora, de “meritocracia”, el concepto de jerarquía social, como defensa de los privilegios propios –sólo puede gobernar, sólo puede “robar”, sólo puede mandar la derecha y los demás deben obedecer-, una chauvinismo vacuo y xenóbofo –de la Ley de Residencia de 1902 al decreto macrista de expulsión de ilegales hay 65 centímetros de distancia-, un dogmatismo liberal “manchesteriano” suicida y un autoritarismo que oscila entre lo discursivo y lo letal.
Cosificar al Kirchnerismo es una mala táctica para el gobierno. La inexorable caída en desgracia del Macrismo –más temprano que tarde- rehabilitará y relegitimará lo cosificado como única respuesta ante la debacle ante los ojos de los perjudicados por las políticas neoliberales y de “saqueo” del grupo dominante hoy. Es cierto que los defraudados del Macrismo no buscarán automáticamente al Peronismo Kirchnerista como única salida. Pero más cierto es que los perjudicados son millones de argentinos y de distintos sectores económicos. Gran parte de ellos puede volver a sentirse interpelada por lo estigmatizado.
Ingenuamente, pensé hace un tiempo que el liberalismo conservador argentino había aprendido de sus propios errores cometidos cuando intentaron negar la existencia del Peronismo entre 1955 y 1983. Me había equivocado: detrás de la máscara de la vieja derecha sólo asoma la fea cara de la “vieja derecha” y, desde allí, una vez más advierten: “ahora tiro yo porque me toca a mí” y vuelven a restituir el cuento del nunca acabar.