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25 de Mayo en la Quinta de Olivos: crónica de una fiesta para pocos

Caminé por Rawson hasta Villate, una de las calles que rodea a la Quinta de Olivos. No me crucé con nadie.

Escribe Claudio Siniscalco, especial para InfoBaires24

En Villate doblé a la derecha, en dirección a la avenida Maipú. En la entrada de Villate había varios móviles de canales de TV y un puñado de periodistas en la calle y en la vereda. Estaban apostados, esperando quién sabe qué cosa. El portón de la Quinta se abría y se cerraba al ritmo de los vehículos que entraban y salían. Me pregunté quiénes irían en esos autos. ¿Funcionarios, vecinos ilustres que habían sido invitados? Nunca lo sabría.

Sobre Villate encontré una importante variedad de efectivos y vehículos de distintas fuerzas de seguridad (policía Federal, de la Provincia, Gendarmería y hasta la policía comunal de Vicente López), periodistas que no entrevistaban a nadie y camarógrafos que tal vez filmaban un portón abriéndose y cerrándose. O quizás no. Nunca lo sabría.
Caminando por Villate hacia Maipú me cruce con tres o cuatro familias bien vestidas, algunos hombres de traje, la mayoría con escarapela. En un momento pensé: la gente debe estar en la avenida Maipú. No puede ser que no haya nadie.

Me equivoqué. En Maipú tampoco había gente, o por lo menos el tipo de “gente” que yo imaginaba encontrar. Todo el sector de la Quinta que da a Maipú, entre Villate y Malaver, estaba repleto de efectivos de las distintas fuerzas de seguridad. Una valla separaba el carril más cercano a la Quinta del resto de los carriles de la avenida, para facilitar el acceso de los vehículos en los que se retiraban los invitados que salían por el portón de Maipú, la mayoría bien vestidos, algunos de traje, casi todos con escarapela.

Volví al portón de Villate y me puse a conversar con un camarógrafo de un canal del TV. Le pregunté si habían dejado entrar al periodismo. Me respondió que no. Le comenté que me había sorprendido no encontrar gente. “No pasa nada”, me dijo, “en la Plaza de Mayo tampoco pasó nada”.

Le pregunté si él sabía con qué criterio habían sido elegidos los “invitados especiales” que estaban del lado de adentro de la Quinta, compartiendo el festejo del 25 de Mayo con Macri. “No sé –me respondió sonriendo–, seguro que hay que estar afiliado”.

Era el día de nuestra mayor fiesta patria, estaba en la puerta de la residencia en la que se aloja el presidente de todos los argentinos, no podía entrar, no sabía quiénes estaban adentro, y afuera sólo había fuerzas de seguridad y periodistas que tampoco podían ingresar.

Aunque siempre supe que hay que adaptarse a los cambios, no pude evitar sentir una sensación extraña. Era el día de nuestra mayor fiesta patria, estaba en la puerta de la residencia en la que se aloja el presidente de todos los argentinos, no podía entrar, no sabía quiénes estaban adentro, y afuera sólo había fuerzas de seguridad y periodistas que tampoco podían ingresar.

Intenté despojarme de todos mis prejuicios para ver si podía entender la situación. Claro, me dije; si uno hace una fiesta, invita a quien se le antoja, no da explicaciones a nadie y tampoco deja entrar al periodismo. Después de todo, uno en su casa hace lo que quiere. El dueño invita a su fiesta a algunos y deja afuera a muchos otros.

Estas últimas palabras me hicieron ruido, me retumbaron en la cabeza y tampoco me convencieron. Una fiesta con muchos afuera, una fiesta privada, una fiesta para pocos. ¿Sería como una analogía, un símbolo de algo mayor y más complejo? No sé, me cansé de cuestionar y de hacerme preguntas. ‘Mejor me voy’, me dije, ‘esto es lo que hay’. Volví a caminar por la calle Rawson, con el silencio como única compañía. Y el silencio también me pareció extraño.

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