Carlos Barragán: Golpeado y Firme.
Estaba todo preparado para que Cristina se sentara detrás de una mesa prolija sobre un escenario dispuesto en la punta de un salón larguísimo donde los del fondo la íbamos a ver muy de lejos. Así que caminó entre la gente y se paró sobre una pequeña tarima en la mitad del salón como para igualar las distancias. Desde ahí habló Cristina para los actores, escritores, artistas y periodistas que estábamos en el Instituto Patria, una casa donde gracias a su presencia todavía hay Patria. Yo quedé al lado de Juan Palomino que sacaba fotos concentrado y silencioso, y de Omar Mollo que golpeaba una pared de durlok cada vez que se festejaba una frase, así la pared sonaba a bombo y alegría.
Cristina está más linda y joven que en diciembre. Es lógico pensar que a pesar del hostigamiento permanente sufra menos dolores de cabeza. Ya no tiene que resolver problemas de la mañana a la noche mientras hace malabares para continuar en el gobierno, y eso debe haber mejorado su calidad de vida. Y los ojos le brillan como siempre, de una manera no le brillan a todo el mundo. Ya me había pasado una vez en el Museo del Bicentenario, aquella vez yo la veía desde mucho más lejos y el brillo de sus ojos se notaba igual y es raro. Sus ojos brillan mucho. Como si tuvieran luz. Y Cristina estaba contenta aunque preocupada, y dijo cosas tan sencillas y humanas como que le daba mucha tristeza ver cómo se destruía lo que se había logrado. Y que lo más duro no es que ya no hay Arsat, ni hay ley de medios, ni que se paran obras de infraestructura; lo más duro es ir al supermercado a hacer las compras. Como si fuera consciente de que nos hemos dado lujos que hoy, frente al desafío de comprar comida, sería otro lujo ponernos a extrañar. Y pensé cómo verá ella que destruyen cada cosa que construyó mientras peleaba contra los que hoy están logrando destruirlas. Y dijo que los procesos populistas siempre tienen el mismo problema, que les cuesta dejar herederos más allá de sus fundadores. Como si en algún lugar se lamentara de que al final la conducción dependa exclusivamente de ella. Cristina está entera como siempre. Cristina clara y concreta. Cristina cumpliendo con su promesa de no aflojar si no aflojamos. Cristina la misma que defendí durante todos estos años y que ayer volvió a hacerme sentir esa fortuna de haber estado entre los suyos. Me sentí un tipo de suerte. De una enorme suerte. Y se suponía que después de que ella nos hablara se iba a repartir la palabra entre los invitados. Tengo la sensación de que todo se hizo largo y que el tiempo no alcanzó para eso. Pero tuve la fantasía y el susto –es un poco pueril, pero fue así- de que mientras estuviera corriendo la palabra Cristina me viera, me reconociera, y me preguntara “¿Cómo estás, Barragán?” (sí, a lo mejor también vanidad mía) Y pensé: ¿qué le digo? Pero eso no ocurrió, por suerte. Y no fui a saludarla porque estaba lejos en el fondo y sobre todo porque me inhibe mucho su presencia así, en forma humana. Es la verdad, y sé que eso no habla bien de mis calidades de adulto racional, ni de mi concepción democrática, ni política. Pero a esta altura no tiene sentido mentirnos, ni ocultarnos las cosas. Y nos fuimos de ahí bañados de su energía y su cercanía.
Ah, si me preguntaba cómo estoy, le iba a responder “golpeado y firme, Presidenta”. Que a lo mejor no es exactamente así, ni tan golpeado ni tan firme. Pero lo de presidenta sí es totalmente cierto.