Roberto Caballero: «La marcha del 24, un punto de inflexión»
Este 24 hubo mucha más gente en la Plaza que el año pasado. En parte porque se cumplían 40 años del golpe cívico militar, pero sobre todo porque hay conciencia colectiva de que el gobierno de Mauricio Macri representa un riesgo, una amenaza concreta de retroceso a los días oscuros de la impunidad en nuestro país.
Hay que volver a decirlo, las veces que haga falta: la dictadura fue cívico-militar. El plan genocida fue ejecutado para alterar la matriz económica general del país y garantizar la rentabilidad de grupos económicos que se hicieron más poderosos con las políticas de libre mercado, las desregulaciones y la destrucción del tejido social y cultural igualitario que la sociedad argentina había alcanzado a mediados de los ’70.
Si se analizan los estados contables de los principales beneficiarios de la tragedia del Terrorismo de Estado en el periodo que va del ’76 al ’83, se puede observar una baja en el índice de litigiosidad laboral y un incremento descomunal en la tasa de ganancia de estos grupos.
Los que intentan desvincular la macabra existencia de campos de concentración y exterminio en todo el territorio nacional de estos exitosos resultados empresariales son cómplices de una mentira histórica diseñada desde propio poder generado por el crimen. Son parte de una operación cultural que buscar cargar exclusivamente las culpas sobre los sicarios materiales exculpando a sus mentores ideológicos.
No hubo, como dice ahora el presidente Macri, una división entre argentinos en su versión soft de la “teoría de los dos demonios”. Hubo un Estado endemoniado que practicó la tortura y la desaparición en masa de los ciudadanos que consideraba peligrosos para sus objetivos de “reorganizar” el país sobre patrones desigualitarios y convenientes a las empresas, bancos y embajadas que festejaban los anuncios de José Alfredo Martínez de Hoz.
Son los mismos que hoy sienten idéntica algarabía cuando Alfonso Prat Gay o Carlos Melconian anuncian cosas parecidas. Una aclaración necesaria: ni Prat Gay ni Melconian son Martínez de Hoz, que terminó enjuiciado por delitos odiosos, los que son un calco son sus aplaudidores, los mismos en una y en otra época.
Quizá porque el pasado en la Argentina no termina de pasar nunca. El presente incluye 400 nietos apropiados en el pasado reciente, que aún no saben que lo son, y probablemente, si la democracia no involuciona producto de posturas negacionistas como las que se evidencian en el actual gobierno macrista, lo sabrán en algún momento del futuro. Como se advierte, es un delito que ocurre ahora y quizá mañana, y también pasado. Mientras ese nieto no se abrace definitivamente a la abuela que lo busca, las “secuelas del terrorismo de Estado” dejan de ser secuelas para tramitar como sustitución de identidad constante, es decir, que permanece en situación de delito, ahora mismo.
Por eso el spot de Macri llamando al “Nunca más” es peligroso. El “Nunca más” puede querer decir muchas cosas, según quién lo enuncia. Si lo dicen las Madres, las Abuelas y los Hijos, no hay duda: es la investigación y el juzgamiento, con todas las garantías de la legalidad democrática, de los responsables políticos, económicos y materiales de los crímenes de lesa humanidad que tienen carácter imprescriptible.
El “Nunca más” puede querer decir muchas cosas, según quién lo enuncia
En cambio, si se tienen en cuenta las señales del oficialismo, el “Nunca más” puede querer decir otra cosa: que nunca más los DDHH vuelvan a estar en la agenda constante de la política del Estado, que el capítulo se cierre antes de lo previsto en los códigos, que haya un reconciliación con fórceps, que nunca más se investigue la pata civil y que todo se cierre en los juicios a los militares, que nunca más se diga 30 mil desaparecidos, que la historia se detenga hoy y para siempre con los ideólogos reivindicados y los represores cumpliendo una laxa pena en sus domicilios.
¿A qué le dice “Nunca más” Macri? ¿Acaso a las políticas de Memoria, Verdad y Justicia de los últimos años y a la incidencia de los organismos de derechos humanos en políticas públicas de reparación y esclarecimiento? Cuando Lopérfido cuestiona la cifra de víctimas de un genocidio, como hacen los antisemitas europeos para bajarle la gravedad al Holocausto, lo que intenta instalar es la idea de que el movimiento de derechos humanos se basa en una gran falsedad matemática. Macri hablando del “curro” de los derechos humanos también pretendió herir la legitimidad de los reclamos.
El acto con Obama en el Parque de la Memoria lo mostró incómodo, inseguro, tenso, haciendo los palotes en un tema sobre el que, en el mejor de los casos, solo tiene prejuicios o, si se quiere, una profunda ignorancia adquirida por voluntad propia. Vale destacar, al menos, que María Eugenia Vidal atendió a Estela de Carlotto y se mostró sonriente, mientras decía que iba a hacer aquello (entregar archivos de la policía provincial que puedan servir a encontrar más nietos) a lo que está obligada por ley, en razón de ser gobernadora. No deja de ser, de todos modos, un gesto valioso. Que hace mucho más llamativos y peligrosos la ausencia de gestos similares de sus compañeros del PRO, y más urgente la pregunta sobre el significado del “Nunca más” en boca del presidente.
Volviendo a lo ocurrido en la Plaza el 24, además de la impresionante convocatoria (que se repitió en todas las provincias), es para resaltar la participación con bandera común de la CTA y la CGT bajo la consigna “Los trabajadores somos la Patria”. Porque el trabajo, que hoy es atacado y destruido desde el propio Estado, también es un derecho humano; y porque el movimiento obrero aportó la mayoría de las víctimas a la nómina genocida que el macrismo quiere discutir, banalmente, de manera algebraica.
Tal vez el gobierno haya tomado nota de la masividad de la marcha, que esta vez fue de protesta generalizada. Nunca se sabe. Lo que es seguro es que los participantes registraron algo muy importante después de casi cuatro meses de malas noticias y desasosiego colectivo: al oficialismo no va a resultarle sencillo mandar a toda esa gente a su casa convencida de que no hay nada que pueda hacerse con su “revolución de la alegría”.
Cuando los muchos comprueban que son muchos, a la derecha se le vuelve más difícil su plan. La marcha del 24 fue un punto de inflexión, porque demostró que hay un país vivo y con memoria que no está dispuesto a dejarse arrasar por modelos de exclusión.
Pero lo más importante es que lo vieron, lo vimos, todos los que participamos.