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Roberto Caballero: «La felicidad social»

Roberto Caballero

Y un día el macrismo comenzó a preguntarse qué era la felicidad. No es poca cosa, sobre todo, para los integrantes de un gobierno que sabe producir en cantidad exactamente lo inverso. Entonces encontraron a un gurú, un experto en felicidad -no es chiste esto-, se llama Daniel Cerezo, y le dio una charla a 3 mil cuadros del funcionariado oficial en el auditorio Ballena Azul del CCK.

El tipo es simpático, entrador, se nota que tiene calle, manejo escénico, nociones de actuación, cualquiera puede verlo por YouTube en alguna de sus charlas TED. Y Cerezo les contó su historia personal, una historia de superación, indudablemente conmovedora. Nació en San Juan, eran 5 hermanos, el padre fue convocado bajo engaño para un trabajo en la Capital, cuando llegó tenía el trabajo pero no la casa ni el auto que le habían prometido, entonces una hermana se apiadó y lo alojó en un garaje. Al poco tiempo el padre falleció y Daniel quedó huérfano con su madre y sus hermanos sin saber qué hacer.

La tía, viendo que se quedaban sin ingresos, los echó a la calle, tuvieron que tomar un terreno, irse a vivir en una villa. Daniel tenía 5 años y ya trabajaba. Al tiempo descubrió que quería ser músico pero no tenía la plata para pagarse las clases. Hasta que le dijeron que vaya a una fundación donde una concertista de renombre iba una vez por semana, durante una hora, a enseñarles gratis a los pibes de la villa. Un ángel. Y Daniel pudo estudiar, y aprender, y unos años después él mismo les enseñaba a sus vecinos. La historia es mucho más larga pero, en lo central, remite a una persona que aprovechó las oportunidades que otros le daban y asumió el compromiso de hacer con otros lo que hicieron con él: ayudarlos a crecer.

Cerezo llegó a ser jefe de recursos humanos de una empresa y después se convirtió en “gerente de felicidad” de la misma firma, y luego pasó a otra empresa, y a una fundación, y su vida se convirtió en una serie de charlas donde trata de explicar que las empresas tienen responsabilidad social y que pueden producir impactos positivos en su entorno, siempre y cuando estos abandonen los prejuicios y se dejen ayudar por los empresarios con corazón que existen. Conociendo lo que hacía, hasta la azucarera de los Patrón Costa lo contrató para sacarse de encima el estigma de Robustiano y, al parecer, Cerezo ayudó bastante en eso. Resumidamente, Cerezo es una suerte de gurú que sale a explicar por el mundo que pobre no es el que menos tiene sino el que menos necesita, y que encontró más pobreza en los ricos que no le encuentran sentido ni misión a sus millones que en los barrios populares donde hay mucha gente talentosa que necesita un toque divino, es decir, un mecenas que los descubra o los quiera ayudar.

Hasta acá, según quien lo vea, Cerezo podría ser un tipo de buena madera que en su microcosmos de relaciones cotidianas consigue enlazar gente que quiere ayudar y gente que quiere ser ayudada o un simple vendehumo de la autoayuda que impacta en la sensiblería antipolítica del macrismo y le arranca lágrimas a María Eugenia Vidal. Tal vez sea un poco de ambas cosas. O quizá no sean siquiera contradictorias.

Pero lo interesante de la intervención de Cerezo en el retiro espiritual del macrismo, si se quiere, es que la derecha parece haber descubierto que la política y la felicidad algo tienen que ver. La verdad número 9 del peronismo dice: “La política no es para nosotros un fin, sino solo el medio para el bien de la Patria, que es la felicidad de sus hijos y la grandeza nacional”.

Hace unos años, la derecha continental se burló por todos sus medios cuando el chavismo constituyó el viceministerio de la felicidad en Venezuela, bajo preceptos muy parecidos a los del justicialismo.

Si lee a Marx, sobre todo en sus escritos iniciáticos, donde estaba influido por un fuerte humanismo, también aparece de modo recurrente la idea de la felicidad y la redención humanas.

Por lo tanto, es motivo de análisis lo que hizo el macrismo con este gurú. Como hablamos de la derecha, la historia de Cerezo les viene al dedillo: es una trama de superación individual, donde el Estado no tuvo nada que ver, ninguna política pública lo estimuló, fue ayudado por otros individuos y hoy trata de hacer eso mismo. Un dato: Cerezo se convirtió en empresario y vive en los monoblocks de La Cava.

Pobres que pueden llegar a ser empresarios, pero que no se mudan a sus barrios, ni los inquieran con reclamos. Casi un pobre ideal. Alguno dirá un desclasado.

No. O eso no es del todo malo. Nuestra sociedad está llena de desclasados -no existía la aristocracia, muchos de los ricos de hoy provienen de historias de pobreza e inmigración-, sobre todo después del peronismo, que produjo el ascenso de muchos proletarios a propietarios y que generaciones más tarde tienen bisnietos en universidades privadas muy caras, renegando o no de sus orígenes o de las ideas políticas y económicas que lo hicieron posible. Hay de todo.

Cerezo, en realidad, fue contratado para que haga felices a los que estaban presentes en el CCK. De alguna manera, cumplió con la expectativa de un supuesto experto en esas lides.

Porque Cerezo es un tipo que fue a devolverles una sensibilidad que su modelo no expresa ni reviste. En algún punto, Cerezo les calmó la angustia y también les mintió un poco. Piadosamente, por supuesto. Encontró un trabajo, se las rebuscó como pudo, ayuda a la gente, le hace creer a los ricos que son indispensables, les dice a los políticos de derecha que también pueden ser buenas personas, le repite una y otra vez que toda la gente podría ser como él si se lo propusieran, lo insta a colaborar con el que pase por ahí y se muestre con algún talento como el suyo. Cerezo es producto de la necesidad que vivió y de los que quieren escuchar un relato como el que él tiene para relatarles, donde filántropos y buenos tipos cambian el mundo mediante el concurso de la voluntad como único motor. Nada que reprocharle, en términos personales. Cada uno elige ser héroe del auditorio que quiere. O del que puede. El eligió que lo aplaudan funcionarios que puestos a decidir entre crear empleo y destruirlo hacen lo segundo, gente que creó la UCEP para apalear pobres en Capital Federal y tipos que halaga Paul Singer, un gran fabricante de pobreza en el mundo gracias a sus estafas. El sabrá.

Hay otros que pensamos que nadie se realiza completamente en una comunidad que no se realiza. Y que casi siempre hay que descreer de las historias de superación que prescinden de los contextos políticos, históricos y sociales que las hicieron posibles, sin –por supuesto- jamás desconocer los talentos y esfuerzos personales invertidos.

La felicidad es una tarea tanto personal como colectiva. ¿O alguien puede ser feliz rodeado de infelicidad? ¿Qué alegría se vive entre los aquejados por la pesadumbre o la desazón? ¿Con cuánta injusticia puede convivir la realización personal?

A la versión macrista de la felicidad le falta la dimensión social de la felicidad. Es decir, la de las políticas que la puedan hacer posible para todos los integrantes de la sociedad en términos de realización y superación verdaderos.

Pero Cerezo me ayudó a descubrir algo. Me recordó que la doctrina y el testimonio son parte de la acción política. Lo sabían los cristianos hace 2 mil años. Lo saben todos los credos, en realidad. Quizá llegó el momento de que los que fueron felices en estos últimos doce años y medio se animen a dar ese paso, ya no solo desde la multitud y la plaza comprometida, sino desde la individualidad que construye ese sujeto colectivo.

Que se pregunten, que nos preguntemos, si fuimos felices y por qué. En la respuesta está todo lo que necesitamos decirle a los que no piensan como nosotros y poder volver a ser mayoría nuevamente. A veces, las historias de vida equivalen o mejoran cualquier proclama política. De este lado hay millones como Cerezo, capaces de contar cómo y por qué llegaron a realizarse. Lo único que habría que agregarle al relato es la parte en la que las políticas de Estado, no cualquiera, sino las que se aplicaron, contribuyeron a esa felicidad.

Gente común que cuente cómo accedió al trabajo, a la universidad, a la casa, al auto, a las vacaciones, en definitiva, a las oportunidades de ser ciudadanos.

Con felicidad, sin angustia, sabiendo que la vuelta ya empezó.

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