Opinión

Tinelli, ese triste difusor de la desesperanza

 

 

Por Ignacio Campos

 

“La televisión es el espejo donde se refleja la derrota de nuestro sistema cultural”. La frase no es de Aníbal Pachano, es de Federico Fellini. En todo caso, Pachano trató de “mogo” a Pablo Etcharri porque no piensa como él, ante el estupor de muchas personas, parece representar a la derrota de la tolerancia. La cuestión entonces, pasa por observar que estamos con una fórmula corporativa televisiva que en su afán melancólico de los años noventa, y sus intereses ligados a los de los grandes grupos económicos, a los formadores de precios, tiene que producir un espacio ancho e influyente, donde circule la mentira para que la consuman muchos.

   El centro de la mirada de los televidentes, está puesto en la producción que realiza el empresario Marcelo Tinelli con su bufa, que es una suerte de burla de la vida cotidiana de millones de personas. Su mundo es un espacio de alturas que pretende ser comprendido como un espacio común, un lugar inalcanzable que sin embargo, le permite al sencillo trabajador, a la mujer que labura todos los días, abrigar la ilusión de que está allí, entre los poderosos. Tinelli tiene sus logros: ha consolidado el más importante programa de degradación de la mujer en la Argentina. La mujer para Tinelli es un culo, unas tetas, se presenta semidesnuda o no es. Tinelli triunfa para urdir una derrota, la de los otros.

Los opinadores a sueldo, han acudido a la tinelización para acreditarse ante la pantalla. Lanata insulta, descalifica al modo en que lo hacían los torturadores y dice que su país, “es un país de mierda”. Lanza noticias que son falsas y no lo reconoce, insulta a un niño como Casey Wonder: “Casey, no tenés la más puta idea de lo que estás diciendo”, lo desmerece a la altura del insulto y lo señala como el hijo de Goebbels. ¿No es Goebbels quien afirmó que una mentira repetida mil veces se vuelve una verdad? ¿Qué hacen Lanata, Majul, Leuco, Nelson y tantos otros ejemplos tristes, sino eso? ¿Cómo es posible que sobre los residuos de la dictadura se levante un lenguaje de la degradación como el que practican? Tinelli es el que degrada a la mujer y se pone moralista con Alex Freyre ante un comentario irónico. Los que ríen a gritos, los que exhiben a la mujer como si tratara de un espacio prostibulario de venta pública, de pronto arrancan para el lado de la moral y reprueban con argumentos falsos una fina ironía.

   A paso seguido, el presuntamente afectado, trata de mogólico a un actor porque tiene ideas y las muestra. ¿Cuál es el sentido de la prédica de estos reidores? El sentido es el nihilismo, el procurar que el soberano que mira atónito detrás de la pantalla, no crea en nada. Pierda la fe y la abandone como un mueble viejo en casa de Marcelo o de Aníbal. El hombre sin fe vota a sus amos, no tiene pensamiento crítico.

   Podemos decir que esa prédica no es ni siquiera original. Y desde los programas de la tinellización arrojan al rostro del público lo que conducen las cadenas internacionales. Y sobre sus restos, los laboratorios promueven que la gente se hunda en una pastilla, o abandone su personalidad en un jarabe. Se vende según el raiting y no hay límites para procurarlo. Grandes ganancias precisan de pequeños seres sometidos a la garganta profunda y a los gritos de un conductor de tevé que no cree en nada. Sólo en la máquina de juntar dinero.

   Los melancólicos de la década del noventa le procuran cada día una derrota al televidente. Desmerecen a la presidenta, mienten sobre la realidad política del país, participan directamente de la fuga de divisas, y si hay una ofensiva como la de los buitres, presentan los hechos como producto de “estar fuera del mundo” y no contar “con inversiones” por eso. Igualmente, no se trata de pedir que esos programas no vayan al aire. De ninguna manera. Se trata de acompañar el cambio nuestro que los lleve a mejores demandas para abandonar el barco de la descalificación. O que nos de mejores mediciones para comprobar con toda seguridad, que los cultores de la desesperanza tienen menos audiencia de la que suelen fingir.

   La gente, el público, el pueblo, sabe de todo esto un poco más de lo que suponen los tinellitos. Eso se observa en cada elección desde 2003. De manera que podríamos considerar que hay alguien que mira con expresión crítica aunque siga un programa determinado. Faltaría más regulación para contar con una televisión que no promocione la derrota, que se acople a la necesidad de expresar la transformación que vive la Argentina. Esta Argentina que ha superado la dictadura y no quiere su retorno, la que apunta a continuar en el camino del cambio político, el cultural que nos lleve a un tiempo mejor en unidad. Y que Tinelli, si quiere, ría como un autómata por su falta de risa.

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