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Rozanski: «Etchecolatz amenazó a jueces, funcionarios, niños y médicos»

El magistrado que condenó al genocida publicó una carta en la que valoró los juicios a los represores de la última dictadura militar y sostuvo que son un ejemplo para el mundo.

El exjuez Carlos Rozanski publicó una carta en su cuenta de Facebook en la que destacó el avance de la Argentina en el enjuiciamiento de los represores de la última dictadura militar.

» Argentina le decía al mundo que cuando, ante un genocidio, la comunidad se anima a castigar a los responsables, nunca más alguien se va a atrever a violar derechos esenciales de las personas. Y así, con cientos de juicios y miles de testimonios, se fue conociendo la intensa realidad del drama genocida. Se mostró al mundo que no eran viejas locas como se las intentó descalificar para continuar la impunidad. Que los desaparecidos no eran jóvenes descarriados que ahora hacían turismo por el mundo. Que los sobrevivientes no eran guerrilleros arrepentidos.

Que todas ellas y ellos, eran decenas de miles de víctimas de un terrorismo de Estado pensado y puesto en marcha para sostener un proyecto económico de enriquecimiento de pocos y pobreza de muchos, que iba a generar resistencias. Y la respuesta a esas resistencias, sería el secuestro, la tortura, la desaparición y la muerte de miles de ciudadanos», escribió el juez.

El magistrado además habló del genocida Miguel Etchecolatz, condenado a cadena perpetua, pero casi a punto de irse a su casa por supuestos problemas de salud.

«Etchecolatz, desde su lugar de condena, continuaba amenazando a jueces, funcionarios, niños y médicos penitenciarios, provocando a las víctimas incluso desde el propio escenario del juicio donde una vez más se lo condenaba. Asi, el 24 de octubre 2014, al finalizar el juicio por ‘La Cacha”, mostraba en su mano un trozo de papel con el nombre “Jorge Julio Lòpez…”, en un nuevo mensaje perverso. Unos meses después, un detenido por las señaladas graves amenazas, quien al momento de su apresamiento tenía tres armas de guerra cargadas listas para el disparo, escribía: “Mi único jefe es Miguel Osvaldo Etchecolatz” (SIC).

A continuación, la carta completa del juez:

Quien dijo que todo está perdido?
Cuando se dan en una sociedad las condiciones favorables adecuadas, se corren hasta las nubes más oscuras. Por el contrario, cuando las condiciones varían, las nubes vuelven. Luego de 30 años de gastar las baldosas de una vieja plaza, un grupo de mujeres, dando vueltas a una pirámide, logró el primer rayo de sol.

Sus gritos desesperados, sus silencios atentos, sus rostros a veces con lágrimas, a veces secos, escribían tercamente la página tal vez más profunda de nuestra historia como comunidad. Unas veces al lado, otras en respetuosa distancia, los incansables organismos defensores de los Derechos Humanos, acompañaban sin pausa esa lucha. Rodeando a todas ellas y ellos, los familiares y amigos de víctimas, formaban un circulo más amplio que abrazaba y sumaba. En otro, mayor aún, una parte enorme de nuestra comunidad, con la sensibilidad de los buenos, daba su aliento cálido en invierno y su soplido fresco en verano, para que esas caminatas no aflojaran.

Y un día, después de miles de horas de tristeza, sufrimiento, desazón y frustraciones, pero con la energía intacta, se comenzaron a correr las nubes. La decisión política de dirigentes del pueblo, de nombrar jueces buenos en tribunales superiores, hizo un aporte imprescindible y dio su mensaje de paz. No más impunidad para crímenes atroces. Las Cortes Supremas de Justicia, que tradicionalmente habían convalidado los golpes de Estado más infames de la historia, fueron sepultadas con la lápida de la vergüenza. Una nueva forma de hacer justicia, nacía. La de los Derechos Humanos, la de las garantías a víctimas y acusados. Y una parte de esa justicia, quebrando una vergonzante biografía, aceptó los desafíos de lo inédito en corporaciones tradicionalmente conservadoras y reaccionarias. Superando todas las dificultades, carencias, sabotajes presiones y miedos, llevaron adelante en todo el país, juicios que fueron y son ejemplo. Argentina le decía al mundo que cuando, ante un genocidio, la comunidad se anima a castigar a los responsables, nunca más alguien se va a atrever a violar derechos esenciales de las personas. Y así, con cientos de juicios y miles de testimonios, se fue conociendo la intensa realidad del drama genocida. Se mostró al mundo que no eran viejas locas como se las intentó descalificar para continuar la impunidad.

Que los desaparecidos no eran jóvenes descarriados que ahora hacían turismo por el mundo. Que los sobrevivientes no eran guerrilleros arrepentidos. Que todas ellas y ellos, eran decenas de miles de víctimas de un terrorismo de Estado pensado y puesto en marcha para sostener un proyecto económico de enriquecimiento de pocos y pobreza de muchos, que iba a generar resistencias. Y la respuesta a esas resistencias, sería el secuestro, la tortura, la desaparición y la muerte de miles de ciudadanos. Y ese terror, irradiado a millones, es el que, como sucede con las profundas huellas de los genocidios, impidió durante décadas el señalado despertar de la justicia. Pero esta vez, por fin, los jueces bajaban de sus estrados y al mismo nivel que los ciudadanos, producían verdad. Con ese impulso, ese descubrimiento se fue ampliando, corriendo el velo sobre sectores civiles y empresariales cómplices, hasta ese momento nunca alcanzados por esa verdad que irrumpía. Y como toda acción progresista –la justicia en acto-, se generó una reacción. Se gestaba la respuesta de quienes no sólo perderían cada vez más privilegios como le sucede a los poderosos ante el avance de los pueblos, sino además, correrían mayores riesgos.

Así, quienes desde grupos económicos que bajo tortura habían conseguido botines multimillonarios, y disfrutaron durante décadas del dinero y de la impunidad, reaccionaron ante esos avances. Se impone recordar que se probó en el juicio conocido como “Circuito Camps” (2011/2012), que en el centro clandestino Puesto Vasco, fue brutalmente torturada Lidia Papaleo y otros integrantes de la familia Graiver, cuando restaba perfeccionar el traspaso de las acciones de la empresa Papel Prensa. Se supo en ese juicio que el responsable del aludido centro clandestino, había sido Miguel Osvaldo Etchecolatz. Desde ese momento, y en defensa de esos intereses -especialmente de medios de comunicación hegemónicos-, se intensificaron las campañas de amedrentamiento a jueces y fiscales, que se fueron haciendo cada vez más explícitas. Cabe recordar igualmente, que en la ultima década, con anterioridad a ese episodio, a partir del primer juicio llevado a cabo en 2006, luego de la inconstitucionalidad de las leyes de impunidad, el terror había vuelto a mostrar su cara. Simultáneamente y en sintonía con esas reacciones, desaparecía Jorge Julio López, testigo clave que señaló con su dedo tembloroso y su mirada firme, a Miguel Osvaldo

Etchecolatz como su torturador y asesino de diversos detenidos desaparecidos. Otros valientes testigos, coincidieron en el señalamiento, y Etchecolatz fue condenado a reclusión perpetua. Pero, Lopez, desapareció. Desde ese día, la impunidad sobre ese crimen, se instaló nuevamente en la sociedad con su mensaje infinito. Y durante todos estos años, esa cara siniestra del terror, se siguió mostrando a la sociedad, en una conjunción perversa entre los beneficiarios del despojo y sus brazos ejecutores.

Etchecolatz, desde su lugar de condena, continuaba amenazando a jueces, funcionarios, niños y médicos penitenciarios, provocando a las víctimas incluso desde el propio escenario del juicio donde una vez más se lo condenaba. Asi, el 24 de octubre 2014, al finalizar el juicio por ‘La Cacha”, mostraba en su mano un trozo de papel con el nombre “Jorge Julio Lòpez…”, en un nuevo mensaje perverso. Unos meses después, un detenido por las señaladas graves amenazas, quien al momento de su apresamiento tenía tres armas de guerra cargadas listas para el disparo, escribía: “Mi único jefe es Miguel Osvaldo Etchecolatz” (SIC). Actualmente, en un contexto altamente favorable a esos grupos económicos, el amedrentamiento se transformó en intento de disciplinamiento, único estado de la sociedad que permite el retroceso hacia los privilegios, el disfrute del botín y la impunidad.

Sin embargo, afortunadamente, los “disciplinadores”, no tuvieron en cuenta que los pueblos que conocieron la justicia en acto, la que repara, la que produce verdad, podrán sufrir algún adormecimiento por la violencia de los poderosos, pero muy pronto, recorrerán con su música nuevamente las calles, ofreciendo a cada paso, su corazón. Y, cuando la gente generosa ofrece su corazón, nada está perdido, todo está ganado.

Carlos Rozanski

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